Siempre que conversamos entre amigos sobre la belleza de manera abstracta, el concepto se vuelve escurridizo, se nos escapa de las manos, queremos enunciar una definición exacta y objetiva, válida para todo el mundo, pero, al final, terminamos concluyendo que la belleza es relativa. Para gusto, los colores, ya lo dice la sabiduría popular. No obstante, cuando pensamos en ideales de belleza, ya de una manera más concreta, algunas obras de arte, que pueblan buena parte de nuestro subconsciente colectivo, afloran lentamente a la conversación como ejemplos objetivos, convencionales, aceptados por todo el mundo, de belleza. El David del Miguel Ángel, la Venus de Boticelli, son obras de arte que, para los expertos en el tema, han ido materializando a lo largo del tiempo nuestro concepto de lo bello siguiendo los principios formales de paridad, simetría, regularidad y equilibrio. El canon de belleza griego, heredado más tarde por el humanista del Renacimiento, persiste con fuerza aún en estos días. Pareciera como si el hecho de que sobreviva en el tiempo lo convirtiera en universal. Nada le gustaría más a un científico que encontrar las leyes de la belleza o, dicho en jerga académica, encontrar los esquemas cognitivos universales que nos predisponen a tomar decisiones respecto de la belleza de lo percibido, independientemente del fenotipo y de la cultura. Nada les gustaría más también a nuestros queridos científicos que dichos parámetros coincidieran con los que el canon prescribe. Si esto fuera así, se podría hacer un programa para que un robot emitiera juicios de belleza sobre los inputs o entradas de datos. Se podría implementar en la Inteligencia Artificial el concepto de belleza procedente del canon estético. Pero, en este punto de la ciencia ficción, la pregunta es obligada, ¿es el concepto de belleza universal y representativo? ¿Dónde está la democracia en el Pin-up?
Pensemos en la chica de la barra del bar de aquella noche, con un sensual y anticanónico espacio entre los dientes. Buena parte de la población diría que el canon se equivoca. Nada hay más perturbador, más atractivo, más enloquecedor que ese huequecito entre los paletos de los dientes. Debemos ser conscientes de que los principios estéticos se generan y se aplican desde arriba hacia abajo dentro de la pirámide social. Y no como debería ser, esto es, de abajo hacia arriba, tal y como se recoge en la idea de democracia. Es en esta dirección en la manera en que se ejerce poder estético; es esta dirección la responsable de que categoricemos el huequito como “anomalía” o defecto físico de orden evolutivo. El canon de belleza ha sido decidido por una elite de personas que no representan ni siquiera un triste y pobre uno por ciento de la población mundial a lo largo de su historia. Es en este dato donde mejor se expresa la dictadura del canon cultural sobre los gustos de una humanidad muy poco contemplada y mucho peor escuchada en sus juicios de lo que es bello o no. Nos han dicho tantas veces que vivimos en una democracia que tendemos a pensar que todo los conceptos de una cultura, incluido el de la belleza, han sido construidos por la suma de individuos a lo largo de la historia de la humanidad. Y nada más lejos de la verdad que este último enunciado. Es el pueblo el que se transforma físicamente (la cirugía es la máxima expresión de dicha transformación) para cumplir un ideal de belleza impuesto desde tiempos inmemoriales por las elites culturales dentro de las cuales la población masculina abunda. Ya es hora de abandonar dicha dictadura. La belleza es un concepto universal y contextual al mismo tiempo. Citando la famosa frase de la película Ratattouille, no todo el mundo puede ser cocinero pero un buen cocinero puede proceder de cualquier parte del mundo. Con la belleza, pasa exactamente lo mismo. Démosle representatividad, enriquezcamos el canon de belleza reconociéndola tanto en una gitana vestida en ajustado chandal adornada concienzudamente con oro en sus orejas, pecho y manos como en una mujer con un plato insertado en el labio inferior. Reconozcamos la belleza en medio de la variedad y démosle el estatus de autoridad que se merece. Advertimos a las máximas y viejas autoridades académicas de que la era del “pin-up anticanon” se acerca.