Día 19 de diciembre del 12012. Estamos a tres días del fin del mundo.
Me encuentro en Seúl, una ciudad de la Nueva Corea, que tras la abolición del dinero, se ha unificado en una sola red social, tal y como figura en el Livuk, y tiene su propio Hacedor.
Como si fuera un ciudadano más del Nuevo Mundo, asisto al segundo intento de desarme nuclear de la aldea R, el cual está siendo muy emocionante, muy idisioncrático, muy colorido no solo aquí, sino en todas las partes del mundo donde hay armamento nuclear.
Por delante de mí, en estos momentos, está pasando una cabeza nuclear subida a un camión con el símbolo de la paz dibujado a los lados.
Un señor me mira y me echa una foto, luego me pregunta que de dónde soy, que le suena mi cara. Voy a contarle una historia que ya tenía preparada, de cosecha reciente, imaginada hace tan solo unas semanas, y, sin embargo, algo me detiene. El vibrador de mi cucaracha, que ahora es un #cuquiwatch, me avisa de que tengo un mensaje urgente. Miro mi reloj, como si estuviera mirando la hora, y me entero de que la nave de Alejo acaba de aterrizar entre las vacas del rancho de Mac Cain.