Hoy es el día en el que el agua y el sol se dan la mano. Amanece. Viajo en un Ferrari volador descapotable con los pies puestos en el minúsculo asiento de atrás y sentado sobre la carrocería trasera. Levanto los brazos al viento como he visto hacer en tantas películas mientras sobrevolamos el continente africano.
Conduce Malone Caruso y, a su lado, viaja Luciano Frattini. En el asiento de atrás, muy quietecito y mirando para todas partes, está el robot de don Francesco, el padre de Valeria, que ya se ha convertido en un miembro más de La familia.
—Odio volar, odio pilotar, ¿no podría haber seguido el caballino rampante como siempre, por el suelo, como dios manda? —se queja Malone.
—¡Pero si nos llevas a tres metros del suelo!
—Además el volante se me clava, Lucciano. Conduce tú.
—Ni hablar, Malone. No haberte pillado el jodido Ferrari sólo para presumir. Mira mi Cheveranne, es espaciosa, útil y vuela más tiempo sin repostar que este trasto. Además, no has leído bien las instrucciones de este cacharro. Allí pone que no es apto para calzonis triposos.
—No me calientes la cabeza, Luciano, que no estoy para tus gilipolleces, anda, aflójame el nudo de la corbata, que no paro de sudar.
—Pero, relájate, hombre, ¿no ves que no hay obstáculos en cien kilómetros a la redonda? Suelta una mano del volante y aflójatela tú.
—¿Y las jirafas qué? ¿Eh? ¿Les pego un tiro para que besen el suelo?
—El Ferrari A-322 viene equipado con un sistema de elevación automática de serie.
—¡Hombre! Habló el autómata, pensábamos que estabas fiambre.
—Sólo hablo si tengo algo que decir.
—¿Ves? Esa es otra de las cosas que no entiendo, igual que tu Ferrari. ¿Para qué la mafia tiene robots, que no pueden asustar ni a las moscas?
—Pues porque los robots molan, y porque Japón te los construye si se lo pides, Luciano, por eso.
—Pues la azotea está para algo, Malone. Tenemos un robot sicario que no puede disparar y un coche en el que no cabes.
—No marees, Luciano. Siempre quise tener un Ferrari pero, si me preguntan hoy, les digo ahí te lo quedas. Ya todo ha cambiado.
—Está cambiando, Malone, está cambiando. Yo creo que lo voy a dejar.
—¿El qué?
—El hampa.
Malone frena en seco y yo casi me estampo contra Luciano. Suavemente, el coche desciende a ras del suelo.
—No seas majadero, Luciano. ¿A dónde vas a ir? ¿Eh? ¿Qué vas a hacer sin La Familia? ¿Qué pasa? ¿Es que no tienes todo lo que quieres con ellos? ¿Es que no le debes tu gratitud a La Familia?
—Mira, Malone, tienes una edad y yo sé que los cambios ya a tu edad… no entiendes.
—Yo solo entiendo de lealtad a los nuestros.
—¿Ves, Malone? Eso es lo que te digo, ¿qué hacemos extorsionando a los altruistas si nos lo dan todo igualmente? Vamos a la peluquería gratis, almorzamos gratis y nos compramos el pan y el periódico gratis y ellos iguaaal. La mafia ya no tiene sentido.
—El tío ese, ese hijo puta…
—Adil.
—Sí, ese, bien que nos tenía engañados a todos… La Familia tenía muchos negocios con él, Don Francesco le tenía una especie de devoción.
—¡Claro! Porque le sacó a la niña del Golden State.
—¿Recuerdas qué movida con lo de los Cisnes Negros? Crucificados junto a Miguel Ángel, ¡ja!, ¡ja! —dice recordando aventuras de mi pasada crónica en Un Mundo Feliz.
—¡Qué fasto! ¡Ja, ja! Miguel Ángel sí es un tío legal.
—Y el Wittensgein o el Chomsky ese, o cómo se llame, que nunca sé si es su nombre o su apellido.
—Todos eran buena gente, pero allí estaba también ese jodido Adil. La cara que se les puso a los demás faraones cuando los traicionó. Será Judas el tío.
—No te puedes fiar de él.
—A mí los Cisnes Negros me siguen dando cosita, Malone, tantos bichos raros juntos. Valeria, por ejemplo.
—Eso a ti no te tiene que importar, Luciano, lo que te tiene que importar es que tenemos que cuidarla en este infesto país de fieras salvajes. No sé qué se le ha perdido a la bambina en Sudáfrica. ¿No estaba ya tranquila en su comuna en Cuba? Bueno, aunque lo de comuna… vamos a dejarlo aparte. ¿Viste en la tele cómo vivían? Vivían como reyes, sin hacer nada en todo el día, sólo filosofando y recitando poesía, hay que joderse, la madre que los parió, qué raro era todo.
—A todo trapo. Valeria es una niña de papá, así es hippie cualquiera, no te jode… Ahora, para bicho raro, raro, raro, la niña.
Cuando Luciano y Malone hablan de la niña en ese tono, siempre se refieren a Anicka.
—¡Porca miseria, Luciano! Otra vez vamos a ver a ese demonio.
—Creo que deberíais escuchar lo que os tengo que decir —dice el robot.
—¿QUÉ?
—Hay un león rondando el coche, ¿capito?
Sin comprobar si quiera si es cierto, el Caballino rampante acelera y, haciendo gala de su velocidad, sale completamente disparado hacia el cielo, como si fuera un ovni, volviendo loco al león que no sabe bien qué ha pasado.
El trío sigue discutiendo lo que queda de viaje sacándome de mis casillas con su vacua charlatanería. Discuten primero sobre si los móviles escarabajo son fruto del demonio o no; un rato después, sobre si Adil convirtió o no todo el oro en agua; de ahí se pasan a opinar sobre si es normal o no que los nazis estén en contra de la nuclear, incluso, discuten sobre un clásico: si los robots son como cualquier persona, y, por supuesto, sin dejar opinar al robot.
De esta manera, entre tópico y tópico, llegamos a la plantación. Bajan del auto y Malone se acuerda de nuevo de la niña.
—Ojito, ¿eh?, que no me fío un pelo de la niña fantasmagórica esa.
—Putas las ganas que tengo yo de volver a verla. ¿La viste cómo se la jugó a la reina? Igualito que lo que nos hizo a nosotros en el Golden State, Malone. Esa niña es el diablo, ¿para qué querrá reunir aquí a todos los cisnes negros?
—Eso a ti no te tiene que importar, Luciano. Lo que no tenemos que hacer es cagarla otra vez con Valeria.
Apenas llega la comitiva al porche y Anicka se lanza a los brazos de los dos mafiosos. Estos responden al abrazo sintiendo temblorosos escalofríos recorriéndoles el espinazo.
El robot también se acerca diligente, afable, tendiéndole la mano a Anicka y a sus padres.
—Bit-O, robot, mi campo es el de las relaciones hombre-máquina; estoy encantado de conocerla y de pertenecer a La Familia. Si no es por mí, a ellos se los come un león.
El padre de Anicka va a decir algo, pero al fondo se escucha el motor de un desvencijado taxi, conducido por un somalí, que #jodido pero contento con todo lo que ha pasado, le va echando la bronca a Adil y le da consejos de lo que hubiera hecho él si hubiera estado en su situación.
—A toro pasado todos… —le dice Mac Cain para bajarle los humos.
Aún así, el señor sigue dándole la tabarra, échandole la chapa a Adil por posibles errores de estrategia. Se declaraba este joven un auténtico experto en la persona del faraón, y, para darse más autoridad, vacilaba de haberse visto miles de vídeos sobre él durante su reinado.
Dice también haberle mandado miles de mensajes al Bank Book asesorándole en materia de estrategia, y luego ha añadido que lo del Job for Free y la idea para liberar la fórmula de la cola fue suya, que se lo pregunte a John.
Adil sonríe todo el tiempo, porque así sus normas de educación, del más alto refinamiento, se lo exigen. El hombre continúa con su experiencia.
—Usted no se ha enterado, porque ha estado en la cárcel, pero aquí se ha liado una buena. Después de que se fuera, los semifaraones nos dijeron que, según las leyes vigentes, nos embargaban todo, que tenían derecho a ello. Todo lo de los adilanos pasaba a sus manos, lo que significaba que todo lo nuestro era ahora de los semifaraones, para recapitalizar otra vez los bancos con nuevos activos tras el atentado al dinero. Emitieron una nueva moneda en papel, la moneda única, y la repartieron por todas partes. La gente la quemaba, no la quería. Teníamos miedo y al mismo tiempo sentíamos que estábamos preparados para el cambio. Tras comprobar que el hacedor funcionaba, el 99 por ciento votó en contra del embargo, anulando el marco legal existente, y luego votamos un mundo sin dinero. El resto, ya es historia. Pero en esos días, cuando las puertas de su banco cerraron y en los medios de comunicación decían que lo habíamos perdido todo, que el mundo estaba en la ruina, que no había recursos suficiente para todos, yo le odié, le odié mucho por habernos quitado todo lo que usted nos había dado previamente.
Con mucha paciencia, Miguel Ángel interviene en la conversación.
—Adil no os dio nada, pues nada tenía; os lo otorgasteis vosotros. Adil solo os dio la ilusión de abundancia, al igual que los otros os ofrecían ilusión de escasez. Pero tanto abundancia como escasez ahora dependen de nosotros, de todos. En ti está la paz, en ti está el amor, y si está en ti, entonces estará en todos. La paz y el amor es lo que trae la abundancia.
—Oh, oh.
El coche se para.
—Hasta aquí hemos llegado. No more petrol. Los semifaraones no quieren compartirlo, dicen que es todo suyo. Esos desalmados no abren el grifo, dicen que lo quieren todo para ellos, que no lo comparten, que para ellos tiene tanto valor, lo aman tanto, que no tienen por qué compartirlo, y como, encima, para colmo, la constitución universal les ampara… Tendremos que ir andando. Ya queda poco. Estamos a unos minutos de aquí.
—Ya, ya, ya —dice Alexia para que no le suelte otro rollo— mañana, ya no lo necesitará. Este es nuestro regalo por traernos aquí. Baje del coche usted también, venga con nosotros y vea.
Al llegar al porche, de nuevo están los anfitriones e invitados esperándolos. Hay abrazos y besos en todas las direcciones. Alexia se queda mirando a Malone y a Luciano.
—¿Dónde está mi hija? No la veo por ninguna parte. Roger me dijo que vosotros os encargaríais de protegerla en este viaje.
Como si de un chaparrón se tratara, Malone y Luciano se encogen un poco de hombros, arquean la espalda y agachan levemente la cabeza intentando en vano refugiarse en sus anticuados trajes de chaqueta, después, lanzan una gran batería de excusas.
—Tranquilos, ya vendrá —dice Miguel Ángel fingiendo normalidad.
Adil clava sus ojos en ellos. Los sicarios, algo amedrentados, como si Adil hubiera podido escuchar lo que de él hablaban en el viaje, le hacen un pequeño comentario esperando congraciarse con él, buscando su complicidad:
—¡Qué carácter! De verdad que la bambina tiene a quien salir, cualquiera de sus dos madres serviría.
Adil arquea las cejas, y los demás se tranquilizan pensando que les está dando la razón. Entretanto, Salomé no suelta del brazo a su dulce maridito, y, desde su propia nube, escucha las conversaciones en segundo plano, mientras mira encandilada su anillo de bodas, hecho completamente de agua.
En honor a Anicka, se espera a que el sol llegue a su ocaso y así poder dar luz al acontecimiento que motiva esta reunión.
Entre risas, caminan todos hasta la linde de la plantación. Allí se encuentra la acequia por la que circula el agua que la riega. Al otro lado de la valla, en la linde, espera el amiguito de Anicka, Oüke. Es el padre de Anicka quien quita un tramo de la valla con sus propias manos. Anicka le da un pequeño trozo de un tubo de poco diámetro a Oüke. De un lado lo aprieta Oüke a una especie de conector. Del otro, Anicka, ayudada por su padre, lo atornilla firmemente a la acequia en una salida ya preparada para ello.
—Y listo, con esta simpleza, el circuito se cierra —explica el padre.
Adil coge su escarabajo y, al instante, la red altruista envía a la comunidad global el livutag #abranlascompuertas, indicando a todos los lugares del mundo que el circuito está dispuesto para su interconectividad y que, a partir de ahora, las aguas dulces de todo el mundo se van a unificar bajo una conducción global desde el ártico hasta el antártico: es la red universal del agua.
—Menos mal que algo bueno has hecho —le dice Alexia a Adil.
—No creas que por estar con lo mío, no iba a dejar de atenderos, Alexia, y menos tratándose de la petición de Anicka. Yo solo me he ocupado de los grandes conectores para venderle agua de los polos a China, así les dije a esos banqueros cenutrios. Sabía que estos faraones de opereta no estaban a la altura y que se creerían esta y todas las patochadas que les he contado a lo largo de este tiempo. ¿La hora de las disculpas, Alexia?
—¿Te crees que la científica chiflada no ha hecho también sus deberes?
Un fino rayo de luz llega desde los cielos e ilumina esta simbólica conexión entre la plantación y el poblado. Lo mismo le ocurre a todas las que se reparten por el mundo en la red global del agua. Se nota en la mirada de Adil algo de asombro, para regocijo de Alexia.
—Es una idea del hacedor de la isla de los locos, para ellos la mejor manera de mostrar al mundo este nuevo suministro de energía gratuita era iluminando estos lugares. Tenemos agua y luz gratis para siempre.
—La red de aguas universal tiene una estructura de tela de araña —explica Anicka muy emocionada—. Todo el agua que sobra de los lugares más lluviosos pasa a la siguiente presa y de esta a la siguiente hasta llegar al mismísimo Sahara y al lugar que sea. Si faltara suministro, las canalizaciones Ártica y Antártica de Adil la garantizarían. De hecho, el agua del Antártico podría llegar hasta aquí inclusive dando la vuelta por el Ártico completando una vuelta al planeta.
—Seguidme —dice Anicka.
Todos se acercan de nuevo al taxi del somalí.
—Mac Cain, puede usted hacer los honores.
MacCain abre el capó y engancha al motor un pequeño aparato. El taxista se monta. Arriba, los satélites de Tesla lanzados por las mujeres árabes detectan la bobinas de luz del coche y comienzan a cargarla.
—¡Funciona!
Anicka enciende su portátil. Muy lejos de allí, en Hiroshima, unos niños juegan en el recreo. Es el momento del tentempié y todos los niños han puesto sus desayunos en el centro del patio y se han sentado alrededor.
—¿Qué hacen? —dice uno de los profesores observándolos.
—No sé, me parece que es una especie de videojuego, Tábula Rasa creo que se llama. Todos juegan ahora a ese juego. Mi hija también, es muy instructivo, los niños han construido un nuevo mundo —responde otro profesor.
En el juego, Anicka marca una uve de visto sobre la primera norma que inauguró el universo Tabula Rasa desde que la luz se separara de las tinieblas. Lleno de orgullo, Oüke se dispone repetir lo que en su día dijo al principio de esta aventura:
—Y eso —dice señalando la acequia como aquel día — será de todos.
Desde Montreal hasta Kuala Lumpur, en todo el mundo, se escucha la ovación de millones de niños al unísono.
No pasa mucho tiempo hasta que al lugar, desde el poblado más cercano, comienzan a llegar tribus portando antorchas, saltando y cantando ritmos africanos. El agua mana de nuevo en sus pozos y manantiales. Al ver la luz del sol, en plena noche, iluminando el pequeño tubo, todos han comenzado a cantinear “el agua y el sol se dan la mano” en neolengua y al ritmo de los tambores. La fiesta está servida.
Anicka, poseída por sus jóvenes energías, se pone a saltar y bailar con ellos. Miguel Ángel ríe y anima a Adil a que se arranque, y él lo hace pero, por bulerías. Malone y Luciano le imitan torpemente. Una juerga hispa-gitano-africana se traslada al grupo mientras Anicka ríe y ríe sin parar. Miguel Ángel les sugiere que bueno será trasladar la alegría a otras comunidades y un nutrido grupo se va cantando la buena nueva hacia el poblado vecino.
—Nunca más se volverá a arrebatar lo que es de todos a todos —grita el jefe de la tribu entre brincos y saltos de camino.
Entretanto, Alexia, muy poco dada a celebraciones, se aparta del grupo y pasea sola por la plantación. La cucaracha rompe el momento de reflexión, y, como si fuera la lámpara de Aladino, expulsa de ella al director de la antigua biblioteca del Congreso, aquel que en la fiesta R la invitó a la realidad virtual del juego de la oca.
—Doctora Alexia, su discurso está a punto de comenzar. Y le recuerdo que la comunidad científica no admitirá más excusas.
Como importantes son todos los eventos que ocurren en este día, no he tenido aún oportunidad de contar que ayer la humanidad eligió por democracia electrónica a los ganadores del premio Nobel de este año que ya está a punto de llegar a su fin, el 12112.
Ante la negativa de Alexia de acudir a la ceremonia, alegando estar muy ocupada y no tener tiempo para rituales sociales, la humanidad le ha propuesto una vídeo conferencia virtual.
Alexia coge una silla de espaldas a la plantación de Anicka. Fuera de la plantación, millones de personas tienen curiosidad por saber qué es eso de las tecnologías del amor, y espera con calma a que Alexia hable:
—Quiero aprovechar esta ocasión para contaros de tú a tú, como si estuviéramos tomando un café en un bar, algunas cosas que he descubierto en este último tiempo. Como todas las grandes ideas, fue un sueño el que me puso en el camino de la verdad. Es público y notorio que no tengo huellas de identidad. Es público y notorio también que todos los días, la humanidad entera ha visto cómo, pellejito a pellijito, voy desertificando las yemas de mis dedos de mi piel. Este escarpelo es uno de mis objetos más preciados, y, si aún viviéramos en un mundo con dinero, no habría suficiente moneda en el planeta para expresar el valor que este objeto tiene para mí. Hace tiempo soñé que me despertaba, y, al levantarme, todas las mantas estaban de llenas de sangre. Asustada, miré mis manos y allí, con mi escarpelo, tenía escrita la fórmula del amor. Volví a despertar del susto, esta vez a la vigilia, pero la imagen seguía en mi cabeza, como si aún estuviera dentro del sueño. Pasé muchos días con esta foto, intentando escudriñar su significado sin ningún éxito, hasta que el sueño volvió a repetirse, y esta vez, traía más información consigo. Ya no eran mis manos, sino las de la pequeña Anicka en las que la sangre flotaba esta vez sobre ellas, dibujando la fórmula del amor en un brillante rojo 3D.
Alexia para un momento para beber un poco de refresco de cola con una pajita. Luego, coge su cajetilla y se lía un pito de maría. Algunos han dicho que es una falta de respeto, y Alexia lo ha oído.
—Si queréis paro.
—Ya comenzamos, —dice el hacedor de científicos —Cómo te gusta el conflicto…
—Yo no he empezado.
—A ti te gusta la humanidad, pero qué poquito te gusta la gente, jodía… —dice un livuquero de Malta en neolengua. Enseguida, todos han relivuqueado su máxima empujándola a primera posición y haciendo que Alexia la escuche.
Ignorando el reproche, Alexia pregunta:
—¿Puedo continuar o me vais a seguir interrumpiendo?
—Haz lo que te plazca, no podemos obligarte a que lo hagas —contesta la comunidad científica con orgullo.
Se tira un farol el Hacedor científico que está muy subidito con su gran poder de sincronización, su rapidez de respuesta a tiempo real. Se tira un farol, y espera a que este se diluya en el aire, porque en el fondo, desea seguir escuchando hablar de los sueños y de su significado.
El relato de Alexia no es baladí. Ahora, la gente es más consciente de sus sueños, y al menos una vez por semana, casi la mitad de la población mundial acude, según el Hacedor, o bien a los bancos de sueños, o bien a los robots psicoanalistas, para que estos los interpreten.
—Tras este sueño, mi mente asoció dos conceptos que en principio poco o nada tenían que ver: sangre y amor. Pensé que Anicka bebía sangre y que, a su vez, era toda amor. Su variedad genética metaboliza la sangre y la transforma en energía. Esto le permite moverse en la oscuridad a velocidades no definibles. Me pregunté si era posible comprobar si el ADN interactuaba con la frecuencia del sentimiento del amor, y me puse manos a la obra, quise comprobar empíricamente el estado físico del amor.
Algunos han desconectado porque se han perdido. No comprenden nada y prefieren seguir celebrando que hay agua y luz gratis para siempre jamás. Los científicos, en cambio, siguen a la espera de que Alexia termine de fumar.
—Lo primero que hice fue aplicar sencillamente la teoría de Mileva.
Le corrigen por el Hacedor, diciéndole que la teoría es de Einstein y no de Mileva, pero Alexia vuelve a repetir con cara de mala leche, como haciéndoles ver que si dice Mileva es por algo y que no la interrumpan para cuestiones menores que no tienen que ver con el tema:
—Apliqué, apliqué —sigue sosteniendo la palabra mientras el hacedor le corrige — apliqué —el hacedor ha callado —, como decía, apliqué la teoría de Mileva: Toda energía es lo mismo que la masa por la velocidad constante de la luz al cuadrado. Esta sencilla fórmula atribuida a Einstein y no a su esposa convertía materia y energía en una misma cosa. Einstein no supo interpretar todo su potencial y desdeñó los nuevos conceptos de la mecánica cuántica en ello. Ignoró a la energía, la energía convertida en masa e interactuando con su conductor, con su comandante de vuelo: el lenguaje de los sentimientos. Un lenguaje que se sirve de la maquinaria para poder ser fisicalizada, maquinaria cuya gasolina es la sangre. Es en la información transmitida por el gen en forma de vibración lo que lleva a la dualidad onda-partícula allá dónde el corazón del observador quiera. La gramática de las emociones interpreta el código del genoma y lo hace a través de una sola regla, sencilla, una sola regla de sintaxis emocional que es capaz de crear infinitas oraciones: la fórmula del amor. Es a través de este patrón que se construye mi realidad, tu realidad, la realidad de todos.
Los científicos critican la falta de estructura discursiva en la exposición académica de Alexia, y, de momento, no comprenden nada de nada.
—La energía dividida por la masa es igual a la probabilidad onda/partícula dividida por la velocidad de la luz al cuadrado. Su derivada da la configuración de la existencia en su totalidad: Energía-masa, observación-lenguaje, pensamiento-genoma, vibración-comunicación. Pensé que para que la revolución invisible, la del interior de cada ser humano triunfara, era necesario que el patrón de vibración del amor lo comandara todo. El amor influye en la vibración que configura la masa, que es lo que percibimos como nuestra realidad personal. Cuanto mayor es esta percepción, mejor es el estado del manifestante, y cuantos más sean los manifestantes, mejor es el estado del planeta en general. Es imposible abordar este estado si no es desde el espíritu, si no es apagando el ego y despertando la verdadera conciencia: una conciencia multipresencial. El hormiguero se puede conceptuar como un solo ser, cada hormiga es una de sus múltiples manifestaciones. Sin las hormigas no existiría el hormiguero, pero sin el hormiguero, no existirían las hormigas.
—¡Alexia! —grita un hombre corriendo por la plantación.
Alexia se asusta mucho y pega un respingo tirando la silla al suelo.
—¡Alejo! ¿Qué haces aquí?
—Nexo tiene a Valeria. Escucho su voz, que me llama.
Corren los dos en busca de Mac Cain. Los científicos se quedan allí con un palmo de narices mirando la fórmula del amor flotando entre el trigo de la plantación bajo la luz del sol artificial hecho con la bobina del mayor ingeniero de todos los tiempo: el gran Nickolai Tesla.