—La luz nos conforma a todos.
—Sí, ya lo sabía, Eliza. Ahora estoy aprendiendo más aquí que en seis años de colegio. En África, ir al colegio era un castigo. El primer día estupendo. Dimos las letras. Pero estuvimos todo el año dando las letras y aprendiendo a escribir. Yo ya sabía escribir cuando llegué. Yo decía, cuándo se va a poner esto interesante, y nada, cada día me aburría más, y otra vez con lo mismo, y otra vez con lo mismo.
—Dime, Anicka, ¿hoy qué has hecho en la escuela?
—Hoy no lo he pasado bien. Todo el tiempo he estado haciendo tests. Y es un aburrimiento. He hecho tantos, que me canso. Y el caso es que lo sé, sé las respuestas, pero tardo más en hacerlos porque me aburre. Y otra pregunta y, venga otra pregunta, y ahora saber qué numero viene, y otra figurita. Y todos los ejercicios igual. Distintos pero igual. No entiendo a los mayores. Son muy aburridos. Yo quiero que sean divertidos.
—¿Qué necesitas para ser feliz, Anicka?
—Que no se me trate como a una niña chica, y necesito juegos que sean divertidos, difíciles de resolver.
—¿Has tenido algún problema?
—De momento no, bueno, el primer día sí.
—¿Qué paso el primer día?
—La señorita Isabel me mandó dibujar una flor y localizar los pétalos y escribir algo dentro de ellos. Jooo, qué fácil. ¿No se te ocurre otra cosa? Pues no lo hago. Y vino la señorita y me dijo, ¿por qué no lo haces? Y yo le contesté, pues porque no, porque es muy fácil y paso de hacerlo. Pues no sales al recreo. Pues muy bien. Mira tú, qué cosa.
—Tienes que ser obediente.
—¿Por qué los niños tenemos que ser obedientes?¿Para que estemos acostumbrados a obedecer cuando seamos mayores?
—¿Has encontrado aquí amiguitos?
—No. Pero creo que tengo aquí un amiguito de cuando yo era vieja.