Capítulo de obra, El año de la abolición del dinero, March

Rial-fri-shocolÀ (28)

—Hágase el chocolate Real.

Dejé Anicka en este momento y, ahora, decido pasar unos cuantos días con ella y narrar algo muy importante que está a punto de tener lugar en el Tabula Rasa.

Después de que Anicka dijera esta proposición, los tabulinos se han puesto manos a la obra.

@DragónAzul: Ahora, nada de lo programado anteriormente vale.

@HadaBlanca: Ya no pueden usarse los burros voladores, ni los traspatos, ni la antigravedad.

@Muñeco: Debemos reprogramar los parámetros del juego para que coincidan con los del mundo real.

Esta vez ha sido @Pepiño el primero en aportar el primer kilo de azúcar; su padre es un gran terrateniente en Costa Rica, y conseguirla no le ha supuesto ningún problema. Lo que sí va a serlo será lo de enviar dicha azúcar a Holanda, donde @ElPecas, el niño que tenía la fórmula artesanal del chocolate, se ha ofrecido para elaborar en la cocina de su casa la primera onza.

@LaCapitana, una niña que vive en Filipinas, se ha inspirado en la teoría de los seis grados de separación para crear la aplicación La rueda de las Madres, y, de esta manera, llevar de un lado a otro los ingredientes.

Tras lo cual, todos se han puesto a rellenar los nodos de la red de conocidos, con el fin de poder llevar el chocolate, la leche y el cacao a su destino, la casa del Pecas.

–Mamá, ¿y cómo se llamaba esa mujer que un día vino a mi cumpleaños y que maldijo a la tía Estela, diciéndole que su próximo hijo sería homosexual?

—Ay, hija, ¡cómo te acuerdas de esas cosas tan horribles? Esa fue la tía Sonia que se casó con tu tío Israel, allá en Argentina, y cuya hermana, muerta de celos, le deseó un hijo homosexual.

—¿Y todavía viven?

—La tía Estela murió, pero la tía Sonia y el primo Israel todavía viven.

—Perfecto. Pues con esto, la ruta del chocolate ya está completada.

Poco a poco, el software del Tabula Rasa empieza a esteblecer nodos comunes entre todos los conocidos de los niños. Los nodos de La Rueda de las Madres se ponen de diferentes colores en función del número de intersecciones que haya.

Tiempo después, todos los ingredientes ya están en manos del Pecas, que muy contento se dispone en la enorme cocina de su casa a hacer el chocolate para los niños de su juego.

—¿Qué haces? —Le dice su padre que acaba de llegar del trabajo agotado.

—Chocolate.

—Anda, has salido a tu bisabuelo.

—Mira, abuelo, está haciendo chocolate como tu padre, —le dice el padre del Pecas a su padre.

El abuelo del Pecas se levanta del sofá en el que pasa horas y horas viendo aburrido la tele tras haberse jubilado de su cargo de funcionario en el gobierno privado.

Al ver a su nieto tan afanado en la tarea, una lágrima comienza a resbalar por una de sus mejillas. El padre va a ir a consolarlo, pero ve que el niño acaba de hacer algo mal.

–No, hombre, no, así no. Primero hay que batirlo así.

El abuelo del Pecas abandona los recuerdos del pasado y también se pone manos a la obra, corrigiendo a su vez a su hijo sobre la manera de batir el chocolate, aprendida de su padre.

Tras unas cuantas horas, las tres generaciones están probando el chocolate de la familia:

—Menta.

—Amargo.

—Con un toque de picante.

—Exactamente igual.

—Soberbio.

—Qué bueno.

Abuelo, padre e hijo, unidos en un gran lazo de amor, envuelven con cariño en pequeños paquetitos con lazos rojos y papel dorado onzas individuales que irán a parar, por La Rueda, a su destino.

Ahora, espero aquí, al lado de Anicka a que el milagro se obre.

—Anicka, Anicka. Ya he hecho el mandado que me pediste, fui a casa de tu amiga Roberta.

Anicka coge la caja dorada con un lazito rojo y se va corriendo en busca de Oüke.

—¡De nada! —dice la madre mientras su hija se aleja.

Ahora, en la linde, la casa hecha de nubes de algodón rosado ha sido sustituida por una especie de refugio hecho con finas ramas de árboles perfectamente entrelazadas.

—¿Y esto?

—Esto es la primera casa del Tabula Rasa.

—Ya ha llegado el chocolate. ¡Qué emoción! —dice la niña sonriendo al cielo y dando vueltas sobre sí misma.

—Pues probémoslo.

Oüke se acerca el dulce manjar a la nariz y lo huele. Luego se lo mete en la boca y este comienza a derretirse en la cima del paladar. Poco a poco, su cerebro comienza a segregar fuertes cantidades de oxitocina, que lo hacen flotar como si estuviera en una casa de nubes real.

—¡Guaaaaau! Pensé que iba a morir de placer.

Por la cámara del videojuego, los hacedores de la leche, el cacao, el azúcar y el chocolate sonríen plácidamente.

—¡Viva el Tábula Rasa! —retumba el ordenador con estas voces.

—¡Viva! —dice Oücke tumbado en su primer hogar.

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