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—¿Hay alguien ahí? Soy la asistenta, vengo a ayudarle a usted y a su hijo —grita la Paca al otro lado de la puerta de la casa de Virgilio.

Virgilio empieza a sudar muy fuerte. Mira hacia arriba y suplica a Dios que, por favor, la mujer desaparezca y le deje concluir con su plan; pero la mujer pechugona no se va, insiste llamando cada vez más fuerte, hasta que se dice en alto: quizás he llegado demasiado tarde, y de una patada, tira la puerta que cae encima de Virgilio y lo aplasta contra la vieja alfombra del salón.

—Ayyyyyyy, madre míaaaaa del amor hermoso y de mi corazón, no puede ser que la Paca sea tan bruta, si es que ya me lo decía mi madre, y, bueno, en realidad, en todo el pueblo, pero yo nunca les quise creer, pero va a ser que sí, que soy bruta como una vaca burra. Levántese, no se preocupe, ahora le arreglo yo la puerta y lo que haga falta. Perdone, pero al no abrir, tuve que tomar medidas perentorias, temí que le hubiera pasado algo a usted o a su hijo.

—¿Quién es usted? ¿Es de la secreta?

—Soy la Paca, acabo de llegar, pensaba que no, pero he tenido algún problemilla para llegar aquí a tiempo. Vengo a ayudarle. Y no, no soy del gobierno. Un ángel de la guarda me ha enviado para que le ayude en todo lo que necesite.

—Demasiado tarde. Mi hijo ha muerto y yo estoy a punto de morir. Estoy decidido a morir.

—Pero ¿usted qué dice? ¿Se ha vuelto loco? Pero si la vida es lo más grande que hay. Deja que le prepare un caldo de pollo, a usted lo que le pasa es que tiene hambre, y la gente cuando no come, se deprime. Pero primero enséñeme la habitación de su hijo.

—No ha muerto. Yo lo he matado. No nos merecemos vivir en este infierno que es la tierra, nosotros somos hijos de Dios y nos corresponde el paraíso.

—Anda, anda, no diga usted tonterías, el paraíso acaba de entrar por la puerta, permítame que pase a chequear a su hijo.

La Paca levanta con un brazo en volandas a Virgilio y lo sienta en el sofá; este, sorprendido por su fuerza sobrehumana, vuelve a levantarse y la sigue hasta la habitación. Allí, la asistenta abre su maletín, saca un ordenador, y debajo, un pequeño botiquín de emergencia; luego, ausculta al muerto, no está muerto, dice, aún late su corazón, tequinina, ¿verdad? Ya me habían advertido; acto seguido, saca una jeringuilla y le clava una inyección en el corazón.

El hijo de Virgilio salta hacia adelante como impulsado por un resorte; luego, como una profesional que ha hecho la misma operación millones de veces, le introduce los dedos en la garganta y el inválido comienza a devolver. Tras esto, lo levanta en brazos, lo lleva a la bañera, y comienza a hablar en alto sola sin parar y muy deprisa… tendré que hacer obras, reformar la casa; en unos días, estará acondicionada… Pero antes, lo primero es lo primero.

Con el maletín en la mano, la Paca se dirige primorosa hasta el salón y lo conecta al ordenador de Virgilio. Después, vuelve a la habitación para ocuparse del chatito. Nuestro anciano héroe la deja hacer y se queda en el salón muy pensativo. Está en shock, sale a la ventana, mira para abajo y allí ve el amasijo de televisiones destrozadas; luego, mira hacia arriba en busca de Dios, pero solo ve un montón de nubes negras que escupen lluvia sin parar.

De pronto, una voz retumba en toda la casa: diga, crótalo, crótalo, escarabajo sonoro.

—Crótalo, crótalo, escarabajo sonoro —repite Virgilio en plan autómata.

—Bienvenido al lado oscuro del Universo.

En su ordenador, aparece una pantalla negra con unos símbolos 3D en movimiento que a Virgilio le recuerdan a los círculos de las cosechas, e, hipnotizado, se queda mirándolos por un buen rato. Luego, se asoma a la habitación y ve que la Paca está ocupada vistiendo al Chatito. Como una bala, corre al salón e intenta subir el vídeo de nuevo. Apenas unos nanosegundos después, el ordenador responde su vídeo ha sido subido a Populus, muchas gracias.

—Bueno, ¿qué?

Virgilio pega un buen respingo y se aparta del ordenador. Tiene las orejas calientes y rojas de la vergüenza, pero aún así trata de poner cara de póquer.

—¿Qué de qué? —contesta tal y como hacía con su mujer cuando trataba de ocultarle algo.

—Que digo yo que si te vas a quedar todo el día ahí con cara de tonto… o, si por el contrario, te espabilas y… ayyyyyy, estos hombres… es que no cambian… no cambian… —dramatiza la Paca tratando de sacar la silla de ruedas por la puerta —venga, vamos, arreando que nos vamos —continúa diciendo.

—¿A dónde? —Contesta Virgilio estupefacto.

—Pues ¿a dónde va a ser? A dar un paseo y a hacer un poco de compra, hay que aprovechar, dentro de dos minutos exactos, dejará de llover.

Entretanto, el vídeo de Virgilio corre como un virus mortífero, letal e implacable por toda la red visible de la vieja internet. Ningún populus permanece ahora ya ajeno a los pre-rumores del viejo, y, descargan masivamente el vídeo antes de que se evapore en la web efímera. Por motivos de seguridad, muchos lo borran después de verlo y, luego, la mayoría se queda mirando al infinito cómo caen las televisiones una a una por todas las terrazas de su ciudad, y repasan mentalmente uno a uno cada fotograma, preguntándose si eso que acaban de ver ha pasado realmente.