Ya está bien de haraganear, me digo volviendo a la habitación para coger unas cosas. Allí lo apago todo y me decido a comenzar mi jornada de trabajo. Con una mirada rápida a mi programa de investigación, compruebo que hoy me toca seguir los pasos de Adil. Rápidamente, sacudido por una gran motivación, me pongo a ello y me encamino hacia el poblado de Cañada Real.
Cuando llego, está amaneciendo. Rodeando la ciudadela, hay una gran muralla de piedra, como las que antiguamente jalonaban las pequeñas ciudades en la Edad Media, con torres de vigilancia con almenas y todo.
A la entrada, una enorme puerta corrediza protegida por grandes medidas de seguridad ha comenzado a abrirse para dar paso a la gran hilera de camiones procedentes de todo el mundo que espera fuera.
Los vallecanos de los alrededores se quedan mirando el logo que todos los transportes llevan dibujado en grande en todas sus caras: El Malagatón de la Cañá, y ríen que te ríen de la incultura de los gitanos, de su analfabetismo, de sus modos de hablar, y, les falta el tiempo para ir a contarlo a los chats del Livuk, y hacer fotos del logo, y decir entre medias que aunque la mona se vista de seda… haciendo referencia a la recién situación bollante del antiguamente deprimido poblado del Valle del Kas.
Dentro de una de esas chabolas del poblado se encuentra Adil, que acaba de levantarse con muy buen humor a causa de la huelga del 1% más rico del planeta.
Tiene pensado hoy el gran faraón no pre-ocuparse por absolutamente nada, y, mucho menos por sus cuentas bancarias, aún a sabiendas de la inminente auditoría a su banco. Quiere en el día de hoy el último faraón ser, al menos durante 24 horas, el vago más vago del mundo y no hacer ni el huevo, salvo estar tirado en la hamaca como un perezoso pensando en las musarañas.
Pobre Adil, qué ingenuo, si supiera que una cucaracha de esas gordas, con la cresta bien a lo punkarra, está a punto de salir el fregadero de su casa…