El presidente comeniños

El presidente del gobierno se come un niño en la primera cadena de la televisión pública del país.
Medios reputados confirman la veracidad de las imágenes. Las redes virtuales estallan de indignación. No se ha registrado ningún altercado en las calles. Algunos tertulianos defienden en las tertulias que la moral es relativa.
Esta tarde, exactamente a las 17:00, en uno de los platós de TV1, la principal cadena de la televisión pública del país, el presidente del gobierno se ha comido a un bebé por televisión: crudo. El señor presidente ha desmenbrado  las extremidades como si de un pollo asado se tratara y, después, ha abierto un agujero en el cerebro del bebé para sorber su interior con una pajita con un logo aún por descrifrar. El vídeo ha recibido 40 millones de visitas en la primera media hora. El país se ha paralizado, y las agencias de comunicación afirman que se ha debido ganar una media de un millón de euros por segundo.
A la mitad del banquete, un anuncio de publicidad de un famoso refresco le ha dado un respiro a los espectadores. Y aunque no han trascendido los datos sobre el precio del anuncio, se dice que ha sido el minuto más caro de toda la historia de la publicidad a nivel global.
Tras la noticia, en seguida, la caverna mediática ha soltado a sus buitres tertulianos, para que con sus discursos, puedan hacer digerible, explicable, entendible a nivel cognitivo esa nueva realidad que habían visto todos los ciudadanos por televisión.
La oposición ideológica ha tardado en declarar su repulsa, ya que esta palabra, como otras, ya habían sido utilizdas, desgastadas, al referirse a otros hechos de mucho menor calado moral, y han tenido que emplear un tiempo no planeado en buscar nuevos significantes que calificaran este acto político con la carga emocional negativa que se merece.
En torno a las 19:00, tan solo dos horas después del acaecimiento, la disputa ideológica ya se encontraba en su punto más álgido, y, a bocajarro, ya se estaban poniendo sobre la mesa ideas como la relatividad del bien y del mal y la indefinición moral de los tiempos que corren.
Otros argumentos defienden la idea de mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer, y apuntalan este argumento con el augurio de que si la oposición llegara a gobernar, quién sabe cuántos niños se comería, probablemente no fuera uno sólo, sino que sería, quién sabe una vez más, uno a la semana o, incluso, uno al día.
Los más adeptos al presidente han tratado de disculparle afirmando que el niño ya estaba medio muerto, que estaba afectado de una grave enfermedad, y se alaba el grado de valentía del gobernante, recordemos, elegido democráticamente entre todos los ciudadanos, ya que al comerse un niño enfermo y moribundo por televisión, quizás haya puesto en riesgo su vida. Además, apostillan, que si gobernaran los otros, es muy posible que los bebés estuvieran vivos y sanos, que en lugar de haber sido de colectivos que están fuera del sistema, los elegirían de nuestras propias familias, serían nuestros hijos aquellos a los que el presidente se vería obligado a comer por televisión, por el bien de la nación y de todos los ciudadanos.
Sí, por el bien de todos los ciudadanos, ya que la comida del presidente le ha generado a las arcas del estado una cuantiosa suma de dinero, con la que dicen que pagarán el mes que viene de las pensiones, así como otros gastos como las prestaciones de desempleo y los profesores o los médicos. A las 12:00 de la noche, el presidente del gobierno de este país ya era un héroe, un bendito, un magno personaje de la Historia del país y los juristas del gobierno ya se han puesto a redactar leyes que regulen todos los detalles relacionados con la comida, para que, por lo tanto, todo sea completamente legal, y el presidente tenga total inmunidad para hacer este bien al país.
La noche ha pasado y todo el mundo duerme religiosamente, con la mente puesta ya en el quehacer de mañana, levantarse, desayunar, despertar a los niños, llevarlos al colegio, entrar a trabajar, hacer compra, etc. En los medios y en las redes sociales aún queda un eco de los hechos de ayer, pero para el estrés diario, es tan solo un runrún del pasado, una información en segundo plano, y es que, con tanto trabajo, no queda tiempo para nada.


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