Santuario de Nuestra Señora de las Lajas, edificado sobre el lugar de un milagro en el Guáitara, en los Andes colombianos, a 7 kms de la ciudad de Ipiales y 11 kms de la frontera con Ecuador.
El arquitecto Espinoza la construyó con obreros que no sabían nada de construcción, labradores campesinos a quienes tuvo que enseñarles hasta la cantidad necesaria para mezclar arena y cemento.
Tras la dimisión del Papa, este santuario es patrimonio libre de la humanidad y no es monetizable. Los Micaelistas han decidido comenzar aquí su peregrinación por Sudamérica. Quieren alcanzar la iluminación con alteradores de consciencia naturales, drogas para el marco ideológico del antiguo régimen.
Muchos peregrinos han acudido a este lugar a experimentar el misticismo a través de estas sustancias, y, en este momento, todo el edificio está lleno de gente que con sus móviles graba a un montón de personas que se encuentran por el suelo tiradas puestas hasta las cejas de cocaína, peyote, heroína, morfina, marihuana, ácido, y demás sustancias.
La situación es un poco caótica y nadie diría que esto es espiritualidad. Muchos de los alterados, corren de un lado a otro, y nos preguntan si vemos las mismas cosas que están viendo ellos.
Uno de ellos me ha cogido por banda tratándome de convencer de que él me conocía, que sabía quién yo era, y me ha aconsejado no meterme demasiado, registrar los hechos tal y como acaecieron, participando en ellos lo menos posible.
Me he asustado un poco, y busco en mi base de datos su cara, por si acaso me lo hubiera encontrado en otros de mis viajes, pero no sale nada.
En la puerta, hay un pequeño grupo de gente protestando con carteles en los que pone que el tabaco sano no es una droga. Aquí se encuentra mi amigo. Y también ciento de personas que reivindican el proyecto de Stalin de legalización total de las drogas. Toda esta gente proviene de los cárteles de droga de Mac Cain, y no pararán de hacer política hasta que el sistema R legalice su trabajo.
Entrando por el edificio, veo a Alexia de la mano con Wilburg y al doctor Emoto. No esperaba encontrármelos aquí, y, con curiosidad, me voy tras ellos.
En el centro del altar, vemos a Miguel Ángel flotando en una postura de flor de loto. Una familia se acerca a él, con una niña de diez años poseída, y el nuevo profeta desciende al suelo y se pone a hablar con el demonio que controla a la niña para que este se vaya.
El doctor Emoto, muy sorprendido, mira a Alexia con cierto aire de desconfianza.
—Esto es una secta religiosa. No creo en estas cosas. Son irracionales.
Alexia y Wilburg miran para abajo para no entrar en el asunto. Tienen claro lo que han venido a hacer allí. La comunidad internacional presiona mucho a Alexia porque las tecnologías basadas en el amor son cada vez más necesarias, y todo el mundo quiere que descodifique de una vez por todas la fórmula.
La familia se aleja con la niña en brazos, curada por completo, tras ofrecerle toda clase de dádivas a Miguel Ángel y a todas las personas que están ocupando el centro religioso.
—Hola —dice de forma cotidiana Miguel Ángel como si acabara de ver a su familia hace diez minutos.
Los tres se unen en un abrazo.
—Wilburg quiere ir contigo.
—Está bien. Vendrá conmigo a China, cuando todo esto aquí acabe. Y, ahora, pongámonos manos a la obra. Sé que estáis aquí para otro fin.
El grupo se dirige hacia la pila bautismal. Detrás, un nutrido cuerpo de científicos ya tienen preparado todo el intrumental de medición necesario para registrar hasta el último dato del experimento.
El doctor Emoto dice:
—Adelante.
Miguel Ángel bebe de un cubo de peyote que se encuentra por ahí suelto y luego empieza a emitir vibraciones con su voz muy parecidas al canto gregoriano. Todos los presentes callan, y el agua de la pila comienza a generar ondas, círculos concéntricos, como si alguien hubiera tirado una pequeña china en la pila.
—Suficiente —dice el doctor Emoto —pasemos a la siguiente fase.
Un asistente abre una pequeña cajita. De ella, extrae con unas pinzas una pequeña gota de agua de Izram congelada y la suelta en la pila de agua. La gota en seguida se funde con todas las demás moléculas y el agua adquiere los colores del estanque del templo de Izram. Una señal no verbal invita al profeta a reiniciar su canto.
Miguel Ángel respira hondo y vuelve a hacer vibrar sus cuerdas vocales. El canto es el mismo, y todo el mundo de alrededor, siente un gran amor, y algunos han comenzado a tener relaciones sexuales dentro del templo, que no tardará mucho en convertirse en una orgía generalizada.
El agua de la pila bautismal comienza a moverse, a erguirse formando figuras geométricas que dejan fascinados a muchos de los presentes y a otros les motiva a hacer el amor de forma más intensa.
—¿Nivel de potabilidad? —pregunta el doctor.
—Completamente potable —contestan los científicos expertos en depuración de aguas tras analizar la muestra.
En otra pantalla de ordenador, aparecen registradas las frecuencias del canto de Miguel Ángel, y en torno a él, hay muchos físicos, músicos y fonetistas intentando formalizar la frecuencia de sus formantes. Alexia también toma nota, quiere programar la frecuencia del amor en un algoritmo.
Se me viene una idea a la cabeza y, en seguido, le echo mano a mi cucaracha y veo que se ha apagado, que se ha quedado sin carga. La abro, y el agua sigue allí. Miro hacia el sol y veo que, debido a la intensa neblina, los rayos no llegan.
Me alejo del lugar, bajando la montaña, hasta llegar al pueblo. Allí, me como una arepa de carne mechada riquísima, mientras espero a que el móvil se encienda. Enseguida me doy cuenta de que hay mucha actividad, la gente va con cubos de agua de un lado a otro y hace paquetitos también de tabaco sano y de otras drogas. El pueblo está bastante movilizado, y, mientras los niños juegan en la calle, los adultos no paran de trabajar en diferentes tareas.
Miro el móvil un poco cabreado. Tengo el presentimiento de que no me tendría que haber ido de los EEUU y de que algo gordo ha pasado.
Salgo del sitio mirando con malos ojos a mi cucaracha por no funcionar. Con cortesía, e intentando imitar al máximo el acento colombiano de esta zona, le pregunto a una señora si puedo pasar a ver su televisión un momento. La mujer está manufacturando tabaco sano en su casa, y, tiene, como todos los del pueblo, una caja de dinero al descubierto.
Con la hospitalidad que caracteriza a la cultura indígena, la señora me permite pasar. En la tele, se está pasando una telenovela que han hecho para hablar de la historia de amor entre el Chatito, la Paca y Virgilio. Está, al parecer, muy emocionante, porque estamos en el momento, no narrado en mi crónica, en que Virgilio se entera de que la Paca es un robot.
—Yo, yo, —dice por televisión la Paca entre lágrimas —soy un robot, y, aún así te quiero.
El Virgilio de la telenovela se toma muy mal la noticia, muy diferente a lo que ocurrió en la realidad, y coge al Chatito y se larga solo por ahí, andando hacia el horizonte, mientras la Paca llora desconsolada a los pies del templo de Izram.
—Claaaaro, claaaaaro, claaaro…
—Es que… es que… es que…
—Amos que no me digas….
—Vaya, vaya, vaya…
—Ahí, ahí, ahí…
Diferentes expresiones más emocionales que referenciales, comentan la telenovela. Yo me siento impaciente a que termine el maldito capítulo, y podamos pasar a los telediarios.
En la tele, la Paca aparece ahora bajo los barrotes de una cárcel invisible. Y allí, acaba, por hoy, la sesión.
—¿Puedo? —digo mientras me levanto y cambio de canal, sin atender muy bien esta vez a la cortesía.
—Ya, poh —contesta la mujer.
En el telediario, una señorita está diciendo:
—Repito. Todo el agua de los EEUU está contaminada y las centrales eléctricas no funcionan. Fuentes oficiales hablan de que el terrorismo islámico ha sido el perpetrador de estos espantosos atentados que han ocurrido en Norteamérica. La presidenta del país y del mundo R está muy afectada por los acontecimientos. Su pueblo no tiene ni luz ni agua y no hay un plan de emergencia. Ha empezado a cundir el pánico. Los súpermercados han sido abruptamente intervenidos por la población, que necesita aprovisionarse de todo el agua potable que pueda. Nadie sabe realmente quién ha sido, pero muchos están de acuerdo, según el Hacedor, de que los faraones están detrás de esta jugarreta.