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Día uno después de la pacificación de la tierra. El medidor de violencia global está bajo mínimos, y según los datos del hacedor, el número de muertes en el planeta ha caído en picado.

El calentamiento global se ha frenado también de forma muy brusca, tanto que este hecho, que los científicos están tratando de racionalizar, ha supuesto un motivo de gran orgullo para la especie humana, que ahora solo sueña con la conquista del universo, y, quién sabe quizás, piensan algunos locos, con la conquista de la inmortalidad.

Estamos en la provincia de Mendoza, Argentina. Una mujer de unos 40 años, bien vestida, ajoyada con perlas, de maquillaje suave y peinado de peluquería, espera sentada en el living de su casa al próximo paciente.

Este paciente se llama Wando, y, al igual que mucha gente en el planeta, hoy ha solicitado por el Livuk una terapia psicoanalítica.

Wando se ha dejado llevar por la mayoría, que ha decidido declarar el día de hoy como día de la fiesta del psicoanálisis. Durante este día, la aldea global se psicoanalizará para liberarse de una vez por todas de la inmundicia de mundo que han dejado atrás, donde pasaron necesidad y miedo.

La aldea global se ha dado cuenta de que tiene un problema psicológico gracias a los datos del hacedor de los bancos del sueño, que nos hablan de que estos traumas del pasado afloran noche tras noche en forma de millones de pesadillas repartidas por todo el planeta.

Se acuerda mucho más el hombre de ahora de sus sueños al levantarse que el ser humano pre-R. Los espiritualistas nos repiten por activa y por pasiva que el tercer ojo está abriéndose, y, algunos conspiranoides de la pseudociencia afirman que la causa está en la eliminación del flúor del agua que bebemos; la glándula pineal, dicen, se está descalcificando, y todo el mundo, intrigado por este hecho, financia con qcoins a las plataformas de investigación científica para que se cercioren empíricamente de que esta información es correcta.

Asimismo, estas pesadillas hechas de traumas del pasado han dado lugar a un apogeo de los bancos de sueños, que están en la cresta de la ola, y, hasta la aldea más pequeña e insignificante del mundo tiene un espacio público para que la gente vaya allí a contar sus sueños y compartirlos en la red.

Con esta iniciativa se pretende que cada persona del planeta se preste a hacer un balance de la vida vivida, y, que afloren a la consciencia nudos oscuros, que aunque no se vean, son una pesada carga para el espíritu del hombre y fuente de muchas enfermedades.

Wando ha llegado unos minutos antes y se ha quedado esperando en el coche. Ha solicitado al supermercado que hagan las magdalenas pequeñitas, rellenas de chocolate, porque las hay normales y de chocolate, pero él las quiere pequeñitas y rellenas de chocolate, desea experimentar la sensación en su paladar del chocolate fundiéndose con el calor del café con leche.

Luego vuelve a la página de inicio y ve que tiene un nuevo mensaje, una alarma le avisa de que hay un nuevo mensaje de Populus.

A Wando nunca le preocupó especialmente la política, ni tampoco estos movimientos revolucionarios, que como él dice, existen desde que el mundo es mundo y seguirán existiendo, pero aun así, se suscribió al canal para ver los vídeos del bufón, porque le hacen mucha gracia, y porque, de un tiempo a esta parte, si no has visto ciertas cosas en la red, estás fuera de las conversaciones, estás en ytr9, en el nuevo lenguaje.

El escarabajo le habla con acento caribeño: es la hora de su terapia, don.

Wando sale del coche y sube por un ascensor a la planta catorce, allí le espera una puerta a medio abrir.

—¿Se puede?

—Pasa, te estaba esperando. ¿Quieres tomar algo? ¿Un café o algo?

—No, estoy bien, gracias.

Ambos se sientan uno en frente del otro, con una pequeña mesa de por medio.

—¿Me puedo tumbar en el diván? Lo he visto en las películas.

—Adelante, por favor, ¿está a gusto? ¿Relajado?

—Sí, sí, espero no quedarme dormido, ya sabe, la falta de costumbre, es mi primera vez. Nunca he querido saber nada de loqueros, siempre me ha parecido algo de burgueses, los obreros no nos comemos el coco, nunca tuvimos tiempo para ello, solo para seguir para adelante, pero ahora ya no hay obreros, ni burgueses, ni nada de lo de antes vale ahora, el mundo está cambiando muy deprisa.

—¿Eso es lo que le ha traído aquí?

—Casualmente, hace tiempo vi un anuncio que decía que todo ser humano adulto debería sicoanalizarse al menos una vez en la vida. El anuncio lo hacía la empresa PSique, que ha lanzado esta campaña de psicoanálisis global.

—Ajá —asiente la psicóloga esperando a ver dónde quiere llegar.

—Vaya éxito que han tenido, ¿verdad? Supuestamente lo han hecho para darle trabajo a la abundante oferta de psicólogos que hay en el mundo, y ya lo creo que la han cubierto, y con creces; tanto es así que ahora resulta que ya no hay psicólogos libres y han tenido que meter a robots, como usted, no se ofenda, pero es que… como dicen en España, donde viví un tiempo, manda carallo, que siempre me tienen que tocar a mí los robots…

—¿Casualmente? No existe la casualidad, ni la causalidad, sino la sincronicidad. Una cosa lleva a la otra porque todas están relacionadas sincrónicamente por el principio de identidad en el mundo cuántico. Pero siga, siga, le he interrumpido, ¿qué ha venido a hacer aquí? ¿cuál considera que es su problema? Si se siente incómodo conmigo, es usted libre de marcharse y esperar a que se libere un psicólogo humano.

—Qué casualidad que hable de la identidad, bueno, qué sincronicidad, perdone, porque, precisamente, mi problema es que no sé quién soy.

—El alma humana es compleja, tiene historia, es normal que no entienda todo lo que le pasa, porque muchas cosas vienen del pasado, incluso de otras vidas anteriores a esta que está viviendo ahora.

—¿Así es cómo usted me va a psicoanalizar? ¿Con el truco de las vidas pasadas? ¿Qué sois? ¿Un robot o un adivino?

—Mis clientes dicen que les he ayudado.

—Pero ¿cómo? Un robot no sueña, no siente, no tiene fe, ¿cómo puede analizarme si usted no tiene subconsciente?

—Tampoco necesito ser una hormiga para analizar la conducta de este animal. Lo importante es el marco de análisis con el que trabajo. Y, por cierto, no tengo fe, es cierto, tampoco subconsciente, o bueno sí, es más complicado que eso, pero sí que tengo sentimientos, y no te creas que nos diferenciamos tanto, de hecho, yo he sido hecha a vuestra imagen y semejanza, las matemáticas son la clave de todo, el código de la naturaleza.

—Perdone, señorita, si algo sé de la emociones es que es lo más alejado que existe de las matemáticas. Prefiero que me atienda un humano.

Eliza se levanta:

—Muy bien, está en su derecho.

—Si estoy en mi derecho, entonces, ¿por qué me ha tenido que tocar a mí un robot?

—Eso no es culpa de nadie, en el banco de Adil los robots se usan cuando la demanda supera a la oferta de capital humano, es un método Emerge a su vez heredado del 17R puro. En estos momentos, no hay suficientes sicólogos en el mundo para analizar a toda la humanidad, es por eso que los robots estamos actuando en estas primeras etapas del diagnóstico, tan solo para crear la narrativa que luego pueda ser analizada con alguien con intuición.

—Entonces, ¿es eso? ¿Vosotros no tenéis intuición?

—No, no podemos ver el futuro, la estadística es nuestra intuición, pero no podemos sacar conclusiones de futuro a presente, solo de pasado a presente. Pero no es tan grave, la humanidad puede iluminarse, pero solo unos pocos están iluminados, y no todo el tiempo ni con todas las cosas.

Wando vuelve a tumbarse en el sofá.

—¿Se queda?

—Si no le importa…

—Por mí, bien. Continúe con lo que estaba diciendo. Decía que su problema era que usted no sabía quién era.

—¿Sabe? Yo toda mi vida siempre he trabajado, aún en las épocas de las vacas flacas; he sido mozo de almacén, albañil, camionero, barrendero, he trabajado en cadenas de montaje, limpiado pozos y cañerías, también he limpiado los bosques de virutas para que no se incendiaran…

—¿Y?

—Cuando me preguntaban ¿y tú qué eres? Siempre contestaba que era lo que estuviera haciendo en ese momento.

—Entiendo.

—Cuando me metí en lo de Adil, yo, yo, yo, no sé si fue bueno o malo lo que me pasó. Al principio, todo fue bacán. Usted sabe que Adil te regalaba unas vacaciones para toda la familia si abrías una cuenta en el banco, para estimular sus negocios de hostelería en todo el mundo, y probar sus nuevos sistemas de transporte, como los hidroaviones, etc. Luego nos endeudamos mucho, pedí muchos créditos, llegamos a tener cuatro coches en la puerta, una gran mansión, yates, una casa en EEUU y otra en España, servicio que trabajaba para nosotros, y cuando, como usted dice, no había oferta de humanos, tuvimos robots que nos hacían las cosas de la casa, llegamos a vivir como auténticos ricos. Lo del yate fue buenísimo. Un día, antes de meternos en lo de Adil, éramos muy muy pobres, siempre fuimos pobres, tanto mi mujer como yo; yo no soy argentino, soy Panameño y, como yo digo, inmigrante de condición. He emigrado a España, Suiza, Francia, Alemania, Chile, EEUU y, ahora, estoy aquí en Argentina. Hace más de veinte años que no piso la tierra que me dio de mamar, y no creo que vuelva nunca. Después de haber viajado tanto, el lugar de nacimiento me parece algo de lo más circunstancial, lo que me lleva de nuevo al origen de mi problema, la identidad, soy un desarraigado, no me caso con nada ni con nadie, no soy de nada, no hay ni una sola idea que piense que merezca mi vida, de hecho, el problema fundamental, creo que… es que… después de todo lo que he vivido, no le encuentro sentido a … perdone me estoy yendo por las ramas… por dónde iba.

—Decía usted que se endeudó mucho.

—Ah, sí, la época en la que nos endeudamos tanto fue en el período del último faraón, antes de las revoluciones sincrónicas. Vivíamos en Colombia, ¿no lo he dicho? Pues sí, también he vivido en Colombia, porque mi mujer es de allí, de una zona que antes estaba ocupada por la guerrilla. Ahora las cosas han cambiado mucho. Las drogas son sanas, y no son ya un negocio ilegal, son libres, como dicen ahora, y la gente ya no tiene necesidad de drogarse como antes, de escapar, evadirse de la mierda pinchada en un palo que era el mundo; pero antes, antes no era así; había una guerra en Colombia, y yo estaba del lado de la guerrilla, y trabajaba en una pizzería, y me pagaban los de la guerrilla con el dinero de los narcos, allí vivíamos bien, los sueldos eran más altos que en el resto de Colombia, pero los gobiernos institucionales decidieron acabar con ella, y poco a poco, nos fuimos yendo todos al pedo, y luego me fui a España a trabajar de taxista, y luego, por las sincronicidades del destino (¿vea como aprendo de rápido, señorita?) en unas vacaciones gratuitas de Adil, vinimos a Buenos Aires, y nos quedamos aquí, y de allí, nos vinimos a Mendoza, una ciudad chiquita, bonita, donde hay de todo, a dos horas de las playas chilenas… Sin problema ninguno. Lo teníamos todo, todo, para ser felices, y, sin embargo, no lo éramos.

—¿Lo teníamos todo? Caballero, acabo de detectar, espero no ofenderle, un error de pensamiento fosilizado en el lenguaje, para ser feliz, no hay que tener, hay que ser.

—En efecto, este maldito error de pensamiento. Pensábamos que cuanto más tendríamos, más felices íbamos a ser. Lo que le iba diciendo, que me he ido por las ramas, un día, cuando aún éramos muy muy muy pobres, no se imagina usted cuánto, fue el cumpleaños de mi hijo, y mi mujer dijo, si fuéramos ricos, celebraríamos tu cumpleaños en un yate. Al año siguiente, con lo de Adil, estábamos celebrándolo en nuestro propio yate y fue el peor día de mi vida. Una gente nos servía champán, había ostras, solomillos, pescado recién hecho, muchas frutas exóticas y muchos juguetes, pero mi mujer tenía el morro torcío. Mi suegra estuvo dando la tabarra todo el día, yo me enfadé con ella, mi mujer se enfadó conmigo porque la noche anterior estuve de farra… Fue todo un desastre… Creo que fue allí donde descubrí que la felicidad desgraciadamente no está en el bienestar, aunque se le parezca mucho, no lo es. Los ricos también lloran, ¿verdad?

—¿Considera que es usted rico por tener mucho dinero o muchos bienes materiales?

—Antes lo era, ahora ya no. Me cansé. Ya no quiero yates, devolví los Ferraris, esos coches que vuelan ahora por los aires, el otro día vi la carcasa de mi Ferrari, estoy seguro, yo lo tuneé, lo hice inconfundible, me jodía la madre entrar a mi barrio residencial de chalets adosados y que todos tuviéramos en la puerta el mismo Ferrari, fue así como empezamos a tunearlos, ¿sabe? Para parecer diferentes; esto fue mucho antes de que pudieras tunearlo directamente por la aplicación TuneaO para que ya saliera personalizado de fábrica.

—No divaguemos.

—Sí, perdón, el caso es que un día llegué a casa después de tres días de fiesta continua y pegué a mi mujer, y ella me dejó, y me quedé solo en esa casa grande con criados y con la piscina desierta; al principio, me drogaba más, pero nada podía matar esa sensación de soledad, quería matar a mi mujer, la llamaba zorra, cogía una escopeta que me había comprado en EEUU y traído por los aviones de Adil, ya sabes, allí se podía pasar cualquier cosa, no había límite de equipaje, ni restricciones de ningún tipo, y la quería matar a ella y un día me la puse en la boca, quería matarme, pero no pude. En lugar de eso, empecé a cogerle asco a todo, al caviar, al champán, asco a la cocaína, al tabaco, a esa piscina, a ese jacuzzi, me vestí, fui a casa de mi suegra, le pedí perdón a mi mujer, de rodillas, nos reconciliamos y decidimos desprendernos de todo, y no consumir más o solo lo imprescindible, dejar la deuda a cero. Habíamos escuchado en los foros del BankBook que la deuda era como un ser vivo, que cuando no consumías, dejabas de alimentarla y esta iba, poco a poco, encogiéndose hasta morir sola de inanición… El día en que tiramos las cosas de mi hijo contamos hasta quinientos kilos en juguetes, todos se los devolvimos a Adil, para los necesitados, los niños de los hoteles del amor. Seguíamos siendo católicos, aunque supuestamente el catolicismo ya no existiera. Al dar los juguetes, nos dimos cuenta de algo de que cuanto más repartíamos, menos pesaba la deuda en el dibujito de la balanza que, por ese tiempo, no dejábamos de mirar una y otra vez. Comenzamos a tener dos trabajos, por las mañanas en la pequeña tienda de ultramarinos, por las tardes, en Job for free. Abandonamos nuestro negocio, y trabajamos solo Job for free, 14 horas al día, qué manera de trabajar mi mujer y yo, no se lo puede usted imaginar, llegábamos a casa, derrengados y dormíamos como un niño. Allí fue cuando nos unimos. Se me quitaron las tonterías de la cocaína, el alcohol, el irme de putis con mis amigos, ya solamente pensaba en una cosa, quedar la deuda a cero. E hice de todo, incluso estuvimos un tiempo en china, llevábamos impresoras y las repartíamos por toda China, pobrecitos, qué mal estaban con el comunismo. Pero lo que más hice fue cambiar todas las aceras de Mendoza por esas baldosas verdes cristalinas que tenemos ahora, que absorben la contaminación y con las que se pretende invertir el calentamiento global.

—¿Le gustaba el trabajo?

—El trabajo es trabajo, ¿entiende? Es lo que nos paga las facturas, de qué viviríamos si no trabajo, el caso es que…

—El caso es que…

—¿Ves lo le digo? Ya no sé quién soy, tengo respuestas viejas a preguntas antiguas pero que ahora me suenan nuevas.

—¿Usted trabaja por dinero?

—Para esa pregunta, tengo una respuesta antigua, que es: para qué si no voy a trabajar, ni que fuera tonto, si no me quedaría en casa todo el día rascándome las pelotas, esa es una respuesta vieja.

—¿Y la nueva?

—La nueva es que no sé quién soy. Quiero hacer algo útil, que me defina. Todavía trabajo en Job for free, ¿sabe? Me siento un perdedor por ello. Muchos de mis amigos ya se han largado, han encontrado lo que ellos llaman su vocación. Trabajo vocacional, otra palabra del nuevo lenguaje. En Job for free te dicen que si te quieres hacer tests sicológicos, y otras pruebas, te ofrecen cursos todo el tiempo de educación, para que descubras tus talentos, inteligencias múltiples, lo llaman ahora, ni yo ni mi mujer nunca hemos querido, ¡no he leído un libro desde el colegio! ¿Sabe lo que quiero decir? Desde el colegio, nunca me ha interesado nada, nunca he querido aprender, ni me gusta pensar. ¿Qué piensa usted de mí? Ahora dices eso y te miran como un bicho raro, como si fueras cortito, uno se queda atrás, un paleto.

—¿Usted está contento consigo mismo? ¿Se quiere tal y como es?

—El problema es que no sé qué quiero ser. Lo que hago ya no me define, ¿sabe? Tengo una estúpida sensación de que mi trabajo es prescindible, trabajo con robots todo el tiempo, ¿qué hago yo aquí si estas baldosas las puede poner un robot? El otro día un robot me corrigió una cosa, casi le mato, ¿me entiendes? Casi le mato de la rabia que me entró. Los otros robots se pusieron en medio, sabes que solo se pueden proteger, no pueden atacar. Pobrecito, uno se llevó un puñetazo… Luego le pedí perdón, menos mal que me dijo que no le había dolido… Y creo que hasta eso me irritó, me dieron ganas de ir a por la escopeta y decirle ¿y esto? ¿Esto te hace daño? Por la noche, soñé con esa fantasía. Odio a los robots.

—¿Está seguro de que odia a los robots?

—Sí, los odio con todas mis fuerzas, éramos más felices sin ellos, nuestras vidas tenían sentido.

—¿Cómo se siente ahora?

—Vacío. Antes creía en dios, pero ahora… ya no creo en nada, siento una cosa en el pecho…

—¿Angustia?

—Eso fue lo que me dijo un amigo mío, que dijo que ahora estaba leyendo a no sé qué filósofo, ¿me entiendes? Eso también me rompe las pelotas… ¿Qué puta mierda es esa? En fin, angustia existencial, dijo que tenía angustia existencial, la levedad de mi ser me era insoportable.

—¿Y cree usted que tiene razón?

—Yo lo único que sé es que no paro de pensar en la muerte. Cuando esté a punto de morir, yo me preguntaré, ¿qué he hecho yo en mi vida? ¿Estoy satisfecho? ¿He cumplido mi destino? ¿Aquello para lo que estaba hecho? ¿Para qué he trabajado tanto? ¿Qué he sacado yo a nivel personal? La vida me parece una broma macabra. Si eres bueno, si eres malo, te mueres igual. Si eres rico, si eres pobre, te mueres igual. Si has sido premio Nobel o mucama, te mueres igual. Yo era más feliz en el mundo de antes, cuando no pensaba, y mi vida transcurría en medio de un estrés constante, mi vida era más inconsciente, no había tiempo para reflexionar, solo trabajar para ganar dinero y pagar con dinero la vida. Quiero descubrirme a mí mismo, conocerme, saber cuál es mi vocación, quiero tener identidad propia, ¿me entiende?

—No se preocupe, ahora el tiempo ya se ha agotado, pero la semana que viene, trabajaremos esa cuestión, ya lo he hecho otras veces, y no hay ningún problema. Usted se sentirá mucho mejor, podrá montar un negocio de lo que quiera.

—Quiero conocerme a mí mismo, saber para qué soy bueno en la vida, quiero crear un trabajo que me guste, que le dé sentido a mi vida, darle a la gente algo que haya salido de mi cerebro y que un robot no pueda hacer.

—Así será, creatividad pura y dura.

—Sí, sí, vosotros no sois creativos, nosotros sí. Bueno, yo espero serlo.

—No se preocupe, los humanos sois creativos, es un músculo que hay que ejercitar.

—Sí.

Wando sale de la consulta satisfecho. Consulta su crótalo, hay muchos mensajes de sus amigos, al parecer, comentan el último vídeo del bufón de Populus. Está bien, veré el maldito vídeo, qué harto estoy de la política, de verdad, piensa, por mí todos los políticos se podrían morir, que me dejen en paz, yo solo quiero seguir con mi vida, la revolución me importa un bledo.

Aun así, se pone a informarse de los últimos acontecimientos. Consulta un periódico subjetivo en el que pone:

—El banco de Adil ha cerrado sus puertas.

Al parecer, todo está relacionado con el último video de Populus.

Corralito global —dice un medio de comunicación faraónico— Come back to the past.