
IMPRIMACIÓN CHINA
Al llegar a un pueblo cercano a Beijin, lo primero que hago es una inspección rápida con mi localizador de ADN. En seguida, como si fuera un cazador de occidentales, localizo a un hombre alto entrando a una casa de madera habitada por un viejo.
Tiene el pequeño viejo en su casa una pequeña mini impresora, que imprime billetes chinos a tutiplén. El viejo se pone un traje transparente y hace su reparto de dinero habitual por lugares estratégicos de la zona, al igual que hacían los vagos en Europa antes del RCoin, escondiendo el dinero en los lugares más curiosos que se pudieran imaginar.
A la vuelta, una mujer china se está acercando a la casa y llama a la puerta. El occidental se esconde en una especie de buhardilla muy moderna a juzgar por el aparente atraso del pueblo.
—Hija, ¿qué haces aquí?
—Vengo a vivir aquí, —dice mientras entra su marido y su hijo— Estoy embarazada de gemelos, y espero que nos puedas ayudar.
Son los refugiados rurales, aquellos expulsados de las grandes ciudades chinas cuyo tejido industrial se encuentra en horas bajas.
—Hija, —dice el padre llorando.
El vago se regocija en el dobladillo, acaba de ampliar su red y, sin miedo, sube la trampilla y baja.
La familia se queda en completo silencio, no sabe cómo interpretar la situación, y por el momento piensan que su padre es gay y que ese occidental es una especie de amante, que vive con su padre a cambio de que este le mantenga.
De nuevo, la puerta vuelve a sonar.
—La policía, rápido, escóndete. Niño, juega aquí.
Todos se acomodan lo antes posible.
El señor abre la puerta y se da cuenta de que no hay nadie. Mira para abajo y hay un paquete muy grande, llena de toda clase de cosas, sobre todo bolsos, producidos en la India.
El vago se asoma a la puerta y mira al viejo mientras enciende un cigarro de tabajo sano:
—Comienza la ficción de los tangibles —dice el vago occidental en lengua común.