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A la mañana siguiente, todo parecía normal. Tío Rego estaba haciendo sus maletas. Un colega del CERN solicitaba sus conocimientos en el LEP, el gran acelerador de partículas que un grupo de científicos había construido en medio de la frontera francosuiza. Antes de marcharse, el doctor Rego les explicaba emocionado a sus sobrinos un nuevo invento.

—¿Lo veis? Sólo tenéis que descolgar el teléfono y colocarlo así. Este aparatito se llama módem y convierte las señales de dígitos del ordenador en ondas que viajan por la red de teléfonos hasta otro ordenador; gracias a esto, puedes acceder a los datos de otro ordenador desde el tuyo. Lo ha inventado un colega mío, el del acelerador, y ya somos muchos científicos los que estamos conectados. Formamos una especie de telaraña de conocimiento por el mundo, lo llamamos “la red”. Así que, gracias a este invento, podemos estar siempre en contacto. Genial, ¿no? Yo le auguro un gran futuro a este recurso, que bien explotado, puede llegar a ser una gran fuente de información libre y mundial.

—Sí que es chulo, sí, tito, y… ¿También me puedo conectar con los programadores de videojuegos?

—Pues claro.

— ¡Esto no es que sea chulo, es fascinante!

—Un beso, buen viaje, tenemos que irnos— interrumpió Andrea.

— No me voy tranquilo con Aro merodeando por aquí.

—Tranquilo, tío Jorge, no es la primera vez que nos las vemos con él—indicó Andrea.

—No os olvidéis de usar la red si tenéis problemas. Mr Phill también está conectado.

—No lo olvidaremos— dijo Andrés, y arrancó su moto mientras Andrea se colocaba el casco.