Me encontraba haciendo mi particular peregrinaje del camino.

De forma tosca y cansina, iba traspasando los estadios que me había marcado: largas caminatas por el día, frugales descansos por la noche y, entremedias, mi carga, como único acompañante.

Los demás habían decidido escoger el otro sendero, más fácil, que les llevaría a lugares donde el sustento estaba asegurado; por el mío, en cambio, tan sólo aparecían algunas figuras quijotescas que se aventuraban por estos lares buscando encontrar su verdadero yo.

Mi yo verdadero había estado siempre ahí, agazapado y cuanto más aumentaba él su peso, más me negaba yo a admitir su presencia.

Afortunadamente, aquí la soledad de estos parajes ayuda a liberar este yo y, a modo de espejo, lo veo reflejado sobre la bella faz de esta montaña.


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