A la mañana siguiente, en la tutoría y tras un demoledor examen de matemáticas donde, esta vez, Andrés pudo defenderse, el señor Eagleman evaluaba con un gesto reflexivo la situación. Míster Phill estaba sentado a su lado con una gorra de cuadros y una pipa, que, como siempre, estaba apagada.
—Es muy fácil dejarnos llevar por pistas falsas —advertía míster Phill.
—No es que dudemos de ti, Andrés, sabes de sobra que estamos acostumbrados a lo insólito —aseguraba el señor Eagleman.
—Dos tipos disfrazados, por ejemplo. Hay mucho loco por ahí.
—Pero se esfumaron —defendía Ernesto.
—El Caballero Negro nos comunicó que vosotros teníais cierta afinidad con La Orden; tal vez, tenga algo que ver con esto, puede ser una referencia. ¡Pero es que los que vienen del futuro nos dan tan poca información que es difícil asegurar algo! —se lamentaba el señor Eagleman.
—¿Era el Caballero Negro un tempohistoriador?
—No, se nos presentó como caballero de la Orden, de hecho fue Mac Cain quien nos lo trajo. No dudamos, traía la insignia secreta.
—¿Qué es un tempohistogiador? ¿Qué insignia? —preguntó Dominoe harta de tanto acertijo. —¿Me voy a Toledo o no? Las cagtas me han dicho que la luna está de nuestga pagte.
El señor Eagleman le dijo tranquilamente:
—Para poder ir, tienes que ser colaboradora de la Orden. Prepárate para el ritual.
El señor Eagleman, un poco abrumado, le colocó un pin a Dominoe con las siglas OCT (la insignia secreta) en el pecho. A continuación, míster Phill se dispuso a comenzar su explicación.
—Los tempohistoriadores son, como su misma palabra indica, historiadores que viajan por el tiempo para registrar la historia.
El señor Eagleman sonreía y asentía con la cabeza mostrando su conformidad con la definición.
Ernesto, interpretando las caras de sus amigos, se vio obligado a ampliar la información:
—En el futuro, los viajes en el tiempo serán como el pan nuestro de cada día, y los tempo-historiadores intentarán re-escribir la historia para que incluya acontecimientos que fueron causados por personas del futuro que viajaron al pasado formando parte del ritmo de la historia. Es lo que la Orden llama anomalías.
—Como, por ejemplo, una espada de bosones de higgs.
—O un cyborg-caballo.
—O un rifle antimateria.
Respondían Andrea, Dominoe y Andrés como si el profesor en clase hubiera preguntado ejemplos de anomalías.
—No, no, eso eran herramientas de La Orden para eliminar una anomalía no registrada. Un ejemplo de anomalía histórica en nuestro tiempo es el ordenador cuántico, la Piedra, ¿recordáis? Al usar la Piedra para generar materia y energía oscura antes de que los ordenadores cuánticos se hubieran inventado se estaba produciendo una anomalía. Y, si esto ocurrió, fue porque alguien, desde el futuro, viajó al pasado y se trajo esta tecnología, o en su defecto, el conocimiento para materializarla en este tiempo. La Piedra se habría quedado ahí, y ahí seguiría, si no fuera porque vuestro amigo del campamento Jafar la encontró, y porque Castigo Villanoz y Oscura quisieron utilizarla para generar materia oscura a su conveniencia. Este es un ejemplo bastante clarificador lo que se ha denominado un hecho anómalo.
—Es un poco lío, ¿no, Ernesto? —le dijo Andrés tras estar parado pensando un poco.
—¿Ves? Mi explicación era mejor —sostuvo míster Phill. El señor Eagleman asentía de nuevo con la cabeza.
—No, no, yo lo entiendo —repuso Andrea, —escuchadme un momento, ¿qué fue lo que apareció en los periódicos al día siguiente de que se derrumbaran las pantallas de energía oscura en el Estrecho?
—Pues que una extraña niebla negra, de origen desconocido, había interrumpido el tráfico marítimo del Estrecho por algunas horas. Pensaban que se podría tratar de alguna bolsa de gas perteneciente al lecho marítimo y liberada por un pequeño terremoto —contestó Andrés.
—¡Eso es! ¿Lo entiendes? No quedó registrado por la historia. Eso le indica a los tempohistoriadores que la Orden ha actuado y corregido la anomalía; sin embargo, ellos escribirán la verdadera historia en el futuro, lo que aconteció realmente, incluyendo la intervención de la Orden.
—Así es, Andrea. Bueno, hay una pequeña cosa que añadir en este asunto de los viajes en el tiempo y es la paradoja del observador.
—¿Dónde está la paradoja? Tiene que ser guay presenciar grandes momentos de la historia. Por ejemplo, cuando los barcos de Colón arribaron en América, o cuando se construyeron los Mohais en la isla de Pascua —comentaba ilusionado Andrés.
—O ver La Alhambra de Granada en pleno apogeo Andalusí. O estar aquí en Cádiz en el momento en que se escribe la constitución de 1812 —se sumó ilusionada Andrea.
—O cuando la república venció al imperio.
—¿?
—Ya sabéis, hace muchos, muchos años en una galaxia muy, muy lejana.
—Vale, Ernesto, en un lugar de la Mancha de cuyo nombre no puedo, ni quiero acordarme —continuó la broma Andrés.
—Pues no, los tempohistoriadores se percataron de que, en numerosas ocasiones, eran ellos mismos la causa de las anomalías registradas. Por eso, delegaron la observación de la historia a los guardianes de la Orden de los Caballeros Tímidos, gente de su propio tiempo. Sólo los diferentes maestres guardianes custodios a lo largo de la historia pueden contactar con ellos. ¿Cómo? Con la Mesa del Tiempo.
—¡Mon dieu! Viajamos pog el tiempo. ¡Très bien! Entonces, ¿qué? ¿Me voy a Toledo?