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Sin perder un segundo, el helicóptero disparó una red llena de ventosas, que como si tuvieran vida propia, se acoplaron de forma inteligente a la fachada tres plantas más abajo.

La impresión de la caída libre y el golpe contra la red hicieron que el doctor Rego perdiera el conocimiento.

Como dos autómatas, las figuras engabardinadas saltaron de la cornisa a la red y recogieron rápidamente el cuerpo desfallecido metiéndolo dentro del helicóptero. Objetivo cumplido, gritó uno de ellos. El helicóptero recogió la red, tomó altitud y puso rumbo hacia la luna llena que resplandecía aquella noche.