
Yo, Francisco Franco Bahamonde, puedo vanagloriarme de haber llegado a mis últimos días sin que nadie haya podido interpretar correctamente mi corazón, y solo en el día del juicio final, los hombres de corazón puro pesarán el mío, y a un lado de la balanza, estarán todos aquellos seres humanos que asesiné con toda la indiferencia de la que mi mente fue capaz, y al otro lado de la balanza, estarán todas las acciones secretas, hasta ahora desconocidas por los historiadores, que yo realicé para hacerme merecedor del paraíso, para asegurarme mi pase al futuro utópico, a un Súper Mundo Feliz, a esa civilización de hombres perfectos de la que Cervantes nos habló y que los antiguos llamaban La Edad de Oro. Pasen y lean ustedes los secretos de mi corazón y juzguen por sí mismos si soy o no merecedor de la utopía del siglo XXII.
El recuerdo más vivido de mi infancia fue una sesión de espiritismo organizada por mi madre en la casa familiar a la que yo asistí escondido bajo una mesa camilla en una de las esquinas del salón.
