Capítulo de obra, Discursos políticos, El año de la abolición del dinero, January

Bildelberg 4.0 (8)

La tele se enciende y vemos a Alexia pronunciando las primeras palabras de su discurso.

Muchas gracias, caballero, por la amable presentación que ha hecho de mi persona.

Alexia guarda unos segundos más de silencio, pausas estructurales, que, en este caso, introducen el comienzo de su intervención.

La expectación sobre el discurso de Alexia es total, nada se escucha en el salón de actos del hotel, solo el leve sonido de su inspiración antes de pronunciar los primeros sonidos:

Un hombre se levanta por las mañanas, se viste, se va a la fábrica, allí, con sus manos, construye armas con las que, luego, el pueblo de la aldea global va a morir. Tenemos aquí un ejemplo de la bien llamada banalidad del mal, esa cadena de acciones que los seres humanos programados ejecutan sin remordimiento, diciéndose a sí mismos que obedecen órdenes, que siguen la cadena de mando, para así exculparse moralmente de la responsabilidad de sus actos.

En la sala, puede verse a algunos miembros del Club Bilderberg mandándose mensajes de móvil entre ellos, haciendo bromas sobre el discurso de Alexia. Yo soy uno de esos hombres que se levantan por las mañanas y construye armas… fétidas, dice uno de los mensajes. Vamosque te tiras unos pedos más gordos que Alfredo le contesta el de más allá…

Mientras tanto, Alexia avanza en su discurso.

Cuando se habla de la historia de la evolución, existe una tendencia muy poco fundamentada científicamente a pensar que dicha evolución siempre ha sido positiva, y que, gracias al desarrollo de la inteligencia, el hombre ha conseguido progresar y adueñarse de la tierra. Existe también un debate cada vez más candente y, cada vez, más difícil de zanjar, en torno al eslabón perdido, el origen del ser humano. A pesar de los esfuerzos de Darwin, todavía existen muchos puntos oscuros en la historia de la evolución y, aún hoy, cuesta mucho conciliar esta teoría con algunas antropogonías que nos han llegado a través de las religiones y de los mitos. ¿Hay un dios en cada uno de nosotros o solamente somos mezclas de homínidos? La ciencia dice que el hombre viene del mono, pero muchos argumentan que nunca vieron a un mono hacerse hombre.

Los miembros del Club Bilderberg sostienen sus copas de champán con cierta inquietud. No entienden muy bien la orientación que Alexia le está confiriendo al discurso y se miran entre ellos distraídos, más pendientes de la agenda de negocios futuros que del corte científico que están tomando las palabras de la conferenciante.

La propia semántica de la palabra evolución nos despierta inferencias mentales relacionadas con los conceptos de progreso, mejora y crecimiento exponencial. Miramos atrás y afirmamos que ahora se vive mejor que en el Neolítico. Vamos por la calle, nos sentamos en una terraza a tomar una caña y escuchamos a la gente decir que el caballo de hace cien años es el mismo que el de ahora, pero que, sin embargo, el hombre de hace cien años no es el mismo que el de hoy en día. Somos diferentes a los animales, piensa el pueblo, nosotros evolucionamos más rápido que ellos. Nosotros tenemos ética y concepto de dios, ellos no. Argumentamos estos razonamientos y nos sentimos especiales; albergamos en secreto el convencimiento de ser la especie elegida, esa especie que se sirve de un poderoso instrumento para resolver todos sus problemas: la mente humana, un invento que, como si viniera del futuro, el hombre aún no ha logrado descifrar, incapaz como es de observarla con sus propios ojos.

Los oyentes comienzan a mirar para abajo, a mostrar signos de aburrimiento y, algunos rezagados, en la parte de atrás, ya están sacando los portátiles y consultando su saldo bancario en los paraísos fiscales.

Dentro de la especie humana, hay animales que se creen superiores al resto. Estos animales argumentan estar predestinados por la evolución natural a presidir la cima de la pirámide social.

Mi dinero, mi color de piel, mi manera de vestir, mi forma de hablar, mis normas sociales, mi lengua, mi religión, y una larga ristra de mis asociados a información emocional inflan el ego de estos homínidos. Animales que se dicen a sí mismos yo soy especial, diferente, y por eso debo ser tratado así. Yo debo ser servido. Yo debo ser respetado, amado, admirado, idolatrado…

Estos homo sapiens saben que son seres mortales, y que están de tránsito en el planeta tierra, y, a pesar de ello, han levantado constructos antinaturales, ficciones, como el de la propiedad privada o el dinero, para convencer al pueblo de que los bienes de la tierra les pertenecen y que son hereditarios.

Las miradas de dos ex-reinas, la de Inglaterra y la de España, se cruzan y permanecen unidas un largo instante, como si estuvieran hablando sólo con el pensamiento.

Estos animales solo viven para acumular riqueza y culpan a los que no tienen este objetivo en la vida de ser pobres, acusándoles de su falta de talento para ganar dinero.

Mac Cain se levanta de un respingo.

—¿Dónde vas, Mac Cain? ¿No te quedas a escuchar el final del discurso?

—No me hace falta esperar a que termine para saber que algo malo va a pasar.

—Pero, ¿dónde vas? ¿A Iberia?

—Donde siempre todo empieza, a África.

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