Tras unos segundos de insoportable espera, un hombre desnudo, de piel roja y con patas de toro, está saliendo de la pupila del famoso ojo de Horus.

Ahora que le vemos en primer plano, puede distinguirse bien que la cara pertenece a Federico Nietszche, el notable genio filólogo internado en un psiquiátrico y cuyo pensamiento fue usurpado por los nazis para construir la ideología del Súper Hombre.

La cámara se acerca cada vez más a la pupila del filólogo hasta meterse dentro de él, y es entonces cuando entramos en un mundo oscuro lleno de espíritus que están diciendo todos a la vez:

Yo soy Populus, la voz de la justicia, soy el ojo que todo lo sabe, el ojo ubicuo que todo lo ve. Si te miento que soy de los buenos, entonces es que soy de los malos; si te miento que soy de los malos, es que entonces estoy entre los buenos.

Tras esto, una secuencia velocísima de imágenes proyecta sobre nuestra retina los momentos más importantes de la Gran Hazaña del Club de los Cisnes Negros.

Luego, sin tiempo para asimilar bien tanta información, aparece otra vez en primer plano la cara de Nietszche, pero no por mucho tiempo.

Pronto su rostro comienza a ondularse, incluso a desfigurarse por momentos, formando nuevas caras. Caras que ahora se superponen unas a otras, también a gran velocidad y entre las cuales he podido identificar unas cuantas, quizás las que me resultan más familiares, como Sócrates, Tesla, María Orsic y, también, si no me equivoco, la de Leonardo Da Vinci.

A los pocos milisegundos, de nuevo, Nietszche vuelve a configurarse y, antes de hablar, hace un movimiento de cuello de trescientos sesenta grados, como si fuera una lechuza o un robot engrasando sus articulaciones.

Atención, atención, a todos los esclavos de la aldea global. A todos los que viven bajo la dictadura del dinero. Caída está la última gota que ha colmado el vaso. Este es el comienzo del fin y no pararemos hasta recuperar la libertad material y la libertad espiritual que hace miles de años los faraones nos arrebataron.


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