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—¡Adil!

—Ven a mis brazos, ¡Anicka!

Ambos se abrazan, sellando una vez más un antiguo amor que viene de anteriores vidas, ahora imposible por la diferencia de edad.

—Bienvenidos todos, os agradezco la puntualidad. A partir de ahora, voy a ser un hombre, de nuevo, muy ocupado. Mi hermano me ha pedido ayuda y yo, que daría la vida por él, he decidido prestársela, pero pasad, pasad, por favor, y tomad asiento.

Poco a poco, todos los Cisnes van entrando, saludan y abrazan a Adil y se sientan en torno a una mesa.

—Pero pónnos unas aceitunitas al menos, antes de entrar en materia… por cierto, buena idea para protegerte con eso de los dobles, pero que sepas que con nosotros, no ha colado —dice Mac Cain guiñándole el ojo a Ramsés y cogiéndole del brazo.

Adil se suelta y se sacude el traje. Está un poco frenético. Su cerebro ha hecho click, la reunión se ha vuelto completamente profesional, Adil quiere empezar su labor lo antes posible.

—Señoritas —dice mirando a Anicka—, señores, la cuenta atrás ha comenzado —dice esto pulsando un mando a distancia que activa un reloj digital en la parte superior del despacho— y necesito saber si vais a estar conmigo o contra mí en lo que tengo pensado hacer.

—¿Pensar? ¿Acaso te has hecho filósofo? —dice Alexia.

Todos miran hacia el gran ventanal y ven que Alexia está entrando por él.

—¡Es un fantasma! —dice Roger cagado de miedo.

—¡Mamá estás viva y puedes flotar!

—Ah, no, qué va, ya me gustaría a mí, hay un puente de cristal entre los dos edificios, y nadie lo había notado antes, ¿te lo puedes creer?

Adil sale a la ventana y, en efecto, hace pie sobre una plataforma transparente. Mira hacia abajo y ve que un grupo de gente se ha arremolinado en torno al edificio, que con sus móviles esperan otra vez a captar el momento en que Alexia vuelva a flotar por los aires, como si fuera un ángel o, mejor aún, la virgen María.

—Alexia, aunque no soy filósofo, la lucidez gobierna mi mente —contesta Adil entrando de nuevo en la sala—. Voy a cambiar el mundo, sí, y no pienso dedicarle más de un año a esta cuestión —, dice Ramsés imitando en la forma de hablar a la premio Nobel.

Todos se ríen. Alexia se siente un poco ridícula y comienza a sentir un gran enfado con la situación.

—¿Ya? ¿Puedo hablar ya o vais a seguir con el cachondeíto?

El Club se ha puesto serio y guarda silencio.

—Hoy por hoy, eso es imposible y más si lo quieres hacer en tan poco tiempo. La historia requiere sus procesos, los cambios de consciencia son lentos, muy lentos. La información viaja rápido, pero hay muchas autopistas que no están construidas y otras que se cortan a propósito, y la mayoría, son autopistas falsas, que no conducen a ninguna parte, con lo que muchos bits se pierden, mueren en el camino antes de hacer pattern matching con otra conciencia —explica Alexia como si estuviera dando clase.

—Nada es imposible —le contradice Miguel Ángel.

El grupo apoya su máxima, lo que irrita más a Alexia.

—¡No me digáis lo que es posible y lo que no! Conozco el universo y la naturaleza humana, la historia de su evolución en el tiempo, llevo toda mi vida estudiándolos. ¿Cuántas horas pasáis vosotros leyendo? No tenéis ninguna autoridad en el tema. No se puede reprogramar a la población. Caeríamos en otro fascismo, en una dictadura. Un Súper Mundo Feliz es una organización horizontal. En ella, no hay más autoridad que la suma de poderes individuales que se unen de manera temporal y por motivos contextuales para tomar decisiones de forma colectiva. La única autoridad en la nueva programación debe ser un principio ético convertido en ley física, una ley formulada matemáticamente, la fórmula del amor, solo si el amor se convierte en un hecho científico…

Alexia se autointerrumpe unos segundos y se queda un poco traspuesta. Se le acaba de venir a la cabeza la imagen de la mujer naranja y lo que le dijo acerca de la frecuencia del amor en el universo y de que el mundo satisfaría todas sus necesidades. Los demás se miran entre sí. Mac Cain rompe el hielo diciendo:

—Se está recuperando, no le demos importancia, hagamos como si nada ocurriera.

Con amor, le toca el brazo y le dice:

—Decías, ¿querida?

Alexia lo mira volviendo en sí.

—¿Por dónde iba? —contesta como si estuviera retomando su discurso en una clase magistral —Ah, ya, si el amor se convierte en un hecho científico, nadie, ni siquiera los semifaraones, podrá parar la llegada del nuevo mundo. Pero, de momento, su sistema ético, basado en la competición, en el individualismo, en el algo más vale, cuanto más dinero cuesta, seguirá siendo el pan nuestro de cada día.

—Quejas, pesimismo, frustración, rabia… Eso es lo que más nos gusta, ¿verdad, querida? Alexia, eres una perdedora nata. Tú has nacido en lo más bajo de la pirámide. Los árboles, querida Alexia, no te dejan ver lo fácil que es quemar el bosque. Lo único que hace falta es saber jugar bien al ajedrez —contesta Adil con mucho vacile.

—Ah, ¿sí? ¿Insinúas que para ti todo esto es una partida de ajedrez?

—Un faraón juega siete mil millones de partidas de ajedrez al mismo tiempo contra cada uno de los individuos de la población mundial, aunque muchos de ellos no sean conscientes de la partida, y, cuando lo son, no conocen las reglas. Un faraón siempre va tres o cuatro movimientos por delante del aldeano global. Yo decido lo que ellos van a ser. Los construyo, les estructuro, les doy una identidad, les guío hacia su final, y ellos, vosotros, nunca o casi nunca os dais cuenta, y cuando lo hacéis, casi siempre, ya es demasiado tarde, estáis demasiado perdidos como para ganar nada.

—Por favor, no me vengas con fanfarronadas, si fuera así, mi madre estaría aún en Chiapas haciéndose católica a cambio de leche y pan de los misioneros para poder alimentar a sus siete hijos —contesta Valeria.

—No me crees, ¿verdad? Mira lo que hago.

Adil abre su móvil y teclea en un primitivo buscador de la época las palabras de Alexia Zyanya, biografía. Con cierta afectación y superioridad, lee en alto:

—Alexia blablabla premio blablabla por descubrir bla bla bla. Aquí: Alexia nació en la más extrema pobreza, el hecho de que haya sido pobre ha determinado toda su vida posterior.

—¿Los ves? Te definen como pobre, así seas la persona más rica del mundo. Yo digo: este es pobre porque no tiene nada. Y todo el mundo se lo cree, incluida tú.

—Ciertamente, el determinismo social es solo una barrera mental —replica Alexia.

—¿No entiendes que detrás de ese determinismo estoy yo?

—Y, ahora, ¿te vas a dejar perder la partida o qué? —pregunta Mac Cain.

—Yo siempre gano, incluso cuando parece que voy perdiendo. Ahora ha llegado el momento de invertir la pirámide. Primero el bienestar, y luego, cuando el 99 se dé cuenta de que le falta algo, de que con lo material no es suficiente, entonces, llegará la felicidad.

—Pero eso es una burrada —dice Valeria—. Hay que aplicar otras estrategias, imagínate que todo el mundo pidiera un yate o un Ferrari… Ni con todos los planetas de la galaxia sacaríamos materiales para construir un Ferrari para cada persona.

—Yo, por lo menos tengo un plan. ¿Y vosotros? ¿Vais a entrar en la partida o vais a ver los toros desde la barrera? El mundo se va a poner muy peligroso para los héroes. Necesito conocer claramente vuestras posiciones. ¿Vais a colaborar con la idea de mi mundo posible o a competir con ella?

—¿Competir? —Alexia ha explotado—. Tú eres un sinvergüenza y siempre lo has sido, un listillo, un pijo, un gilipollas engominado, propones eso porque competir, jugar a ganar, te pone a cien. Qué asco me da todo, por favor.

Miguel Ángel, consciente de la falta de empatía entre Alexia y Adil, convoca su deseo de armonía con estas palabras:

—Alexia, escucha el corazón de tu pareja, abandona por un momento la racionalidad: todo el mundo tiene un sueño, algo que quiere hacer en la vida, una pasión, y, si no la sabe, después de aburrirse, la descubrirá. De esa pasión, saldrá un fruto y cada ser humano se lo ofrecerá libremente a la sociedad por hacerla feliz, sin esperar nada a cambio, porque las relaciones humanas no se basarán ni en el interés ni en la deuda, sino en la generosidad y el agradecimiento de todos hacia todos.

—Eso que tú dices es religión. Si te vuelves insistente, puede incluso llegar a ser una secta, la secta del amor. Solo las matemáticas pueden salvarnos de esta. Es en las matemáticas en lo que todo el mundo tiene fe ciega, las matemáticas no mienten, no engañan, no son interesadas, subjetivas, no hay lugar para la interpretación. Cuando el amor sea una fórmula observable y no un concepto cultural, la revolución comenzará a andar sobre pasos seguros —contesta Alexia.

—¿Quién quiere matemáticas, cuando lo que tiene es fe? —responde Miguel Ángel.

Valeria decide echarle un capote a su padre.

—No te alteres, mamá, que tenemos la tecnología de nuestra parte. Querido Adil, lo siento, pero yo voy con mamá, nuestra idea de mundo posible ganará la partida. El mundo que tú propones es más de lo mismo. Hay que hacer algo nuevo, algo como lo que dice papi, amor hacia todo, hacia el prójimo, la naturaleza, las acciones, las palabras… Solo te doy la razón en algo, en que esto es pan comido, Ellos no tienen ni pajolera idea de hacer nada, solo saben decir vendo-compro y luego, otra vez, vendo-compro, y así se la pasan todo el día. Si algún día hackeáramos el programita ese que usan para la bolsa, no se darían ni cuenta, los muy memos.

Roger quiere intervenir presentando su idea de mundo posible. Está bastante nervioso. Ha pasado a ser un Cisne Negro y esta es su presentación en sociedad.

De buenas a primeras, sin pensárselo dos veces y aprovechando el silencio tras el turno de Valeria, Roger se lanza a hablar. A la mitad de su discurso, comienza a dudar de si lo que está diciendo guarda una relación real con el tema principal, pero sabe que si se interrumpe, será peor, con lo que continúa hablando:

—También se puede programar a las máquinas para que ayuden a la gente. Al Kalifornia’s acudía un pederasta a cumplir una y otra vez la fantasía virtual de tener relaciones sexuales con niños con el casco holográfico que yo había inventado. Al final, de tanto explotarla, se aburrió de ella y comenzó a explorar otros caminos. Un día llegó al Kalifornia’s a darnos las gracias, decía que le habíamos curado, que había dejado de ser un peligro para la sociedad, y que cuando veía a un niño ya no se excitaba. En señal de agradecimiento, venía todos los días a trabajar unas horas en el local, gratis, nunca quiso cobrar nada a cambio. No hay nada como repetir un estímulo tropecientas mil veces para que se vuelva aburrido —concluye pensando que lo ha hecho fatal.

Todos se callan sin saber muy bien qué contestar. Miguel Ángel le aprieta la mano para tranquilizarlo.

Los demás intentan recuperar el hilo de la conversación inicial, pero ninguno se atreve para no generar más tensión entre Adil y Alexia. Al final, Anicka es la que rompe el hielo.

—Yo también me aburro. Los videojuegos son ya un rollo. Ya he jugado a casi todos y todos son igual, que si para adornar tu casita, veinte moneditas; que si ahora por esto, otras treinta, que si, luego, no tienes suficientes moneditas y te toca esperar… Qué rollo, ¿es que los adultos no tienen más imaginación que darnos a los niños? El profe Roger tiene razón sobre lo de cansarse siempre de hacer lo mismo.

—Ja, ja, Roger a secas. No te preocupes, Anicka, yo te voy a hacer un videojuego que será diferente a todos.

—¿Y puedo probar yo ese chisme de casco erótico?

—Sí, claro, Mac Cain. En su día tuviste oportunidad y no quisiste.

—Ahhh, ya me acuerdo de ti. Menudo cabronazo prepotente estabas hecho en ese local que tenías por feudo, el Kalifornia’s Dreaming. Espero que ahora te hayas vuelto más humilde, sabíamos de sobra que tú no habías sido el autor de los crímenes, tus empleados dejaron pistas por todas partes, te incriminamos porque los faraones querían sacarte de la ecuación. Si no llega a ser por Miguel Ángel, ya te habrías frito como una sardina en la silla eléctrica.

—Todos nos acordamos de Roger, es un traidor —lanza este dardo hiriente Alexia sin variar el tono, como si se tratara del resultado de una operación matemática.

—Alexia, no me acuses. Vendí la patente de Eliza para no ser esclavo del dinero nunca más. ¿Qué de malo hay en intentar salvarse? Compré mi libertad. Yo no tengo la suerte de haber ganado un premio Nobel.

—¿Tú eres el padre de mi Eliza? —dice, muy emocionado, Mac Cain.

—El tío en todo caso, la madre soy yo —dice Alexia.

—No nos enzarcemos en antiguas disputas —corta Miguel Ángel.

—Está bien. Volvamos al asunto, —continúa Mac Cain— veremos quién gana la dichosa partida de ajedrez; aunque yo esto no lo veo como un juego, para mí, estamos en una guerra, y, yo, particularmente, estoy en una misión y mis comandos seguirán tácticas diferentes, aunque siempre bajo la máxima de que la mejor defensa es un buen ataque. Estaré al servicio de todos, para lo que sea, pero me posiciono al lado Adil. Soy su reina, porque con él seré más útil. Por cierto, Roger, me gustaría que mi Eliza lo probara… el casco ese tuyo, me refiero, sería una máquina erotizando a otra máquina, ya verás, me voy a poner como una moto.

—Mac Cain, te sugiero que inhibas ese tipo de manifestaciones de connotación sexual en mi presencia —dice Adil con cierta guasa, parodiándose así mismo—, yo soy un caballero inglés, un príncipe árabe, un patriarca gitano, un faraón, mantén la compostura, es de mal gusto mostrar el instinto sexual en sociedad. ¿No te han enseñado a comportarte como si no fueras un animal más sobre la tierra?

—Bueno, bueno, no te pongas así, morito, así es como dicen aquí a los de tu tierra, ¿verdad?

Todos ríen por la voz afeminada que ha puesto Mac Cain al decirlo.

—Muy gracioso, Mac Cain —dice Alexia— pero tengo que decirte que tu programa de soldado se equivoca, y que el mejor ataque siempre será una buena defensa.

—No, no, Alexia, perdona, no puedes saber de todo, en este campo soy yo el que tiene más autoridad, sé de lo que hablo, soy militar desde que mi madre me parió, y la frase es al revés, la mejor defensa es un buen ataque.

—Esa frase hecha es falsa, Mac Cain —interrumpe Miguel Ángel—. El software de soldado que tienes implantado en tu cerebro de cyborg se equivoca. Solo se llega a la paz mediante la protección. Solamente así se verá la violencia del bruto, un ser de conciencia limitada que es incapaz de resolver sus conflictos con otros medios que no sean el uso de la fuerza. La violencia poco a poco irá desapareciendo en nuestra especie y no pasará mucho tiempo antes de que se convierta en una reminiscencia de nuestro cerebro animal y pase a nuestro ADN oscuro.

—Puede ser, pero lo importante es que ellos, que no lo ven así, se defienden atacando. Veamos qué pasa en la fiesta del 17-R. Me juego el cuello a que está hasta arriba de secretas y de paramilitares. Los huelo casi desde aquí como si fuera un perro de caza.

—Y de antidisturbios, bambino. No hace falta ser de la CIA para saber eso —dice Valeria.

Como buen anciano, Mac Cain insiste en la precaución:

—Valeria, siento decirte, señorita, que estás fichada. Cuchillo, mi colega de la CIA, me lo ha confirmado. No te queda mucho tiempo para que vayas, con todo el peso de las nuevas leyes, a la cárcel; ya hay cadena perpetua y pena de muerte en algunos estados por terrorismo informático; como consigan extraditarte a EEUU, nadie te va a poder salvar, ni si quiera tu papi.

—Tú la protegerás. Nos protegerás a todos —dictamina Miguel Ángel.

—¿Yoooo? Yo solo soy un cyborg, un corazón viejo en un cuerpo eterno. No tengo energía mental suficiente para meterme en la podredumbre.

—Señor Mac Cain, le invito a que, de ahora en adelante, se comporte usted como lo que realmente es, un verdadero fa…

Adil se ha interrumpido porque ha visto a Valeria abandonar su despreocupada postura, recostada en la silla, y tirarse al suelo.

Boca arriba, con la mano en los oídos y moviéndose como una culebrilla por la moqueta azul del despacho, dice:

—Callaos, callaos, que Alejo me está diciendo algo.

La hija de Alexia y Miguel Ángel comienza a arrastrarse hacia los rincones para captar la señal de pensamiento de Alejo. La madre de Valeria, preocupada, pregunta:

—¿Alejo? ¿Dónde está? Valeria, hija, ¿no puedes hablar por el móvil como todo el mundo?

—¿Y darle dinero a las grandes compañías telefónicas? Mamá, donde esté la telepatía que se quite todo lo demás, es GINSE, gratis, innato, natural, seguro y ecológico, como el 17R.

Como si estuviera en trance, Valeria se saca un kleenex sucio del bolsillo del pantalón vaquero y escribe en él unos garabatos. Luego, hace con él una pelota y se la tira a su madre. Todos vuelven a reír menos Alexia.

—Pero, ¿esto qué es? No había visto una cosa igual en toda mi vida.

—Es la fórmula del amor —dice Valeria.

—Y es roja —completa Anicka.

—¿Roja?

Alexia recuerda la piscina de guirnaldas rojas de la visión con la mujer naranja.

—Ay, mamá, no te enteras de nada, jooo, pues ¿no decías que querías la fórmula del amor? Pues, ea, ahí la tienes.

—Pero pregúntale a Alejo quién la ha inventado y que qué significa.

Valeria se arrastra por el suelo, luego se saca un vaso de plástico del bolso:

—Lo siento, pero cuando hay poca cobertura, esto es lo único que funciona.

—Ajá, ajá, ajá. Cuelga tú, no tú, no tú, no tú….

Roger se está quedando sin uñas. Valeria se levanta del suelo.

—¡Quieres colgar de una maldita vez! —dice Alexia con los nervios de punta gritando como una loca.

—Ay mamáaaaa, cómo eres, nunca cambiarás.

—¿Y bien? —le pregunta Miguel Ángel lleno de amor.

—Y bien qué de qué, que la fórmula es de mamá, que por eso la ha dado sin cometer una anomalía, y que solo ella, y los que están locos como ella, la entienden.

—Pero cómo va a ser mía, ¿si no sé en qué código está escrita?

—Ah, eso dice que ya lo irás descubriendo con el tiempo.

Adil comienza las despedidas y al darle dos besos a Alexia le manga ágilemente el kleenex:

—Pero ¡oiga!

—Bueno, señores, si no es molestia, a partir de ahora, la fórmula del amor será el secreto mejor guardado de mi banco. Si me disculpan…

Adil se marcha con viento fresco y Alexia corre tras de él, pero las heridas se lo impiden.

—No te muevas, Alexia, ya si eso…te mandaré una copia… Nos vemos en la fiesta del 17R. Por cierto, de ahora en adelante, vivirás en palacio, sin salir de él, es por tu seguridad, querida… ¡Agur!