Edificio de Correos, Madrid, falta una hora exacta para que la reunión del Club tenga lugar.
En frente, se encuentra el palacio de Linares, del que corren muchas leyendas urbanas sobre la existencia de fantasmas entre sus muros. Desde una de las ventanas, Alexia y Mac Cain contemplan la plaza.
—Mira, ¿ese no es Adil? —dice Alexia— ha llegado con mucha antelación.
—Demasiada —dice Mac Cain.
Entra Adil en el edificio y camina por sus dependencias de forma un poco errática, dejándose llevar por la majestuosidad del monumento. A medida que avanza, un extraño presentimiento crece en su pecho, y le hace estar cada vez más convencido de que este asunto de la herencia huele a gato encerrado.
Guiado por su intuición, el príncipe ha vuelto otra vez al hall de la planta baja. Atraído por la luz que proyecta la gran claraboya, se coloca bajo ella para dejarse iluminar por el sol del mediodía.
Al hacerlo, se percata de que acaba de entrar en un círculo dibujado en el suelo, acompañado por dos más pequeños.
Algunos recuerdos sobre un juego de la infancia, en su antigua casa en Arabia, aparecen vívidamente en su consciencia y le ayudan a interpretar los círculos del suelo como una señal.
Viajando en el tiempo, Adil sale del círculo y, como si fuera el niño de antaño queriendo entrar a su guarida secreta, exclama: Ábrete Sésamo.
Al escuchar esto, las grandes baldosas circulares comienzan a elevarse y luego a desplazarse hacia la derecha, dejando ver una escalerilla de caracol que conduce al sótano.
Tras bajar el último escalón, se abre ante él una gran superficie vacía con un enorme bulto en el centro.
Ramsés agarra la lona por un extremo y la levanta hasta descubrir lo que hay debajo.
Una antigua imprenta reluce indemne al paso del tiempo ante la estupefacta mirada de Adil. Papá… dicen alto, ¿qué es esto?
Mira y remira el faraón la máquina buscando algún botón pero no encuentra nada. Pasa así mucho tiempo, tanto que la alarma de su móvil le avisa de que la hora de la reunión se acerca.
—¡Piensa, Adil, piensa! —se dice en alto para darse ánimos.
Sabe el último faraón que, al igual que los círculos, esa máquina sólo funcionará con una palabra mágica, pero ¿cuál?
Repasa Adil mentalmente todas las experiencias vividas con su padre, una por una, intentando recordar un secreto que solamente los dos supieran…¡Eureka!
El príncipe se levanta del suelo, se sacude el traje y con solemnidad dice:
—Asholom —el apellido de niña de su madre, cuyo origen solo su padre y él conocían.
La máquina se activa e imprime un billete de un dólar.
Vuelve a repetir Adil la palabra pero la máquina ya no funciona. ¡Qué raro! Se dice Adil. ¿Sólo uno? Se vuelve a preguntar mientras lo examina al trasluz.
Pi, pi, su móvil de última generación le vuelve a avisar de que ya es la hora. Rápidamente, sube al que será su futuro despacho y se coloca de nuevo de espaldas mirando hacia el gran ventanal. El Club de los Cisnes está abajo esperándole. Solo falta Alexia.