Al aterrizar, Adil no parece estar muy preocupado por sobrevivir en una ciudad como esta, donde, según dicen, es imposible vivir sin dinero. Muy por el contrario, mientras aterrizamos, Adil se siente en abundancia plena y está convencido de que proyectar la fe en el otro sobre su dinero le traerá toda la riqueza material que necesita.
Con una gran seguridad en sí mismo, el príncipe levanta el brazo al salir del aeropuerto y, al poco, un taxista de origen indio se detiene ante él. Adil le indica como destino la mejor sastrería de Londres.
Enfrente de la tienda, repleto de gran emoción e impaciencia, le espera un viejo amigo amasándose las manos, sin poder parar de imaginar el dinero que va a ganar tras esta visita.
Adil baja la ventanilla y saluda al viejo alegremente. Este, como un perro fiel que no ve desde hace mucho a su amo, se acerca tan rápido como puede a pagar el taxi. Sale Adil descalzo del coche con mucho aplomo, completamente persuadido de que la admiración del viejo le calzará con el mejor de los zapatos.
A las dos horas, Adil ya tiene todo su nuevo ajuar. Un buen plan comienza con un buen difraz, le dice Adil al sastre. El viejo se sonríe de forma muy comedida, para no incomodar.
Con el dinero del pedido que Adil ha encargado, cientos de comunidades africanas podrían comer durante un período de diez años.
En la pequeña salita donde el viejo lleva su contabilidad, una televisión encendida anuncia la posible llegada de Adil a Londres para la lectura del testamento. Como quien no quiere la cosa, Adil desliza, a modo de propina y en medio de un comentario sin importancia, la dirección exacta de la notaría.
Al escuchar tan valiosa información, el viejo, ladino, desprende un fino destello de sus ojos, y, con la reverencia que se merece, le abre la puerta de la tienda y espera allí un tiempo viéndolo marchar calzado con unos zapatos hechos a mano, irrepetibles, de los que sólo existe un ejemplar en todo el mundo, hechos por su propio taller para el último faraón que queda sobre la faz de la tierra, piensa el sastre con orgullo sin haber recibido un penique a cambio.
Por la calle, un halo faraónico atrae las miradas de los transeúntes. El faraón avanza, en agradable paseo, en dirección a la notaría, cavilando para sus adentros todo lo que va a hacer con la fortuna que va a heredar de su padre.
Confirmando el chivatazo del viejo, encontramos, delante de la notaría, a los primeros equipos de televisión, intalándose de forma un poco atropellada y con los reporteros elaborando las primeras informaciones de la noticia.
Un transeúnte que pasa por allí, sorprendido por el gran tinglado, se conecta a la plataforma Populus, y, en su nombre, comienza a grabar por el móvil a una de estas reporteras que acaba de entrar en antena:
—Hoy todos nos hemos levantado con la misma noticia: la muerte del magnate Abdul Serendip, el poseedor de una de las fortunas más grandes del mundo después de que los faraones fueran encerrados en la red. Su único heredero, Adil Serendip, se encuentra en paradero desconocido. Recibimos esta noticia en medio del caos provocado por la bancarrota en cadena de los estados europeos, y que ha causado el mayor desplome en bolsa de la historia del capitalismo financiero. Muchos ven la herencia de Adil como una enorme esperanza, como un rayo de luz, ante el clima de auténtico shock que estamos viviendo en los últimos meses aquí, en la vieja Europa, aunque, de momento, hay muchas incógnitas sobre este asunto, y más en concreto, sobre el paradero de Adil, dudas que en los próximos minutos quedarán despejadas cuando Adil Serendip se persone aquí, en esta notaría, para conocer el valor de su herencia. Mientras esperamos, recordemos que Adil Serendip saltó a la fama por su implicación en los hechos que desembocaron en La Gran Hazaña. Aunque, aún a día de hoy, se desconoce por qué Adil Serendip participó en la conspiración, traicionando a sus socios, si luego él no iba a ostentar el poder absoluto desde la cima de la pirámide social. Mucho se ha especulado sobre este asunto, pero lo único cierto que hay en todo esto es que, tras los hechos aquí mencionados, el príncipe desapareció por completo, sin dejar rastro, hasta el día de hoy, en el que, como decía antes, hemos sabido por fuentes anónimas que acudirá a esta notaría a la lectura del testamento de su fallecido padre. Tras asistir a este acto, Adil Serendip podría convertirse en el hombre más rico del mundo, y muchos ya especulan con lo que han llamado El retorno del último faraón. Pero, atención, atención, señoras y señores, porque me están informando de que su llegada es inminente…
Por el lado izquierdo de la calle, vemos a Adil doblar la esquina y aparecer ante la vista de todos con alegre caminar, dándole vueltas a su elegante bastón de caballero inglés decimonónico; a la altura del edificio, decide pararse y recibir, como agua de mayo, a una gran avalancha de medios de comunicación, que literalmente se está lanzando sobre él en estos momentos.
En el centro del enjambre, Adil comienza a avanzar lentamente hasta llegar a la puerta de la casa. Durante el corto trayecto, el príncipe ha sonreído de forma abierta y transparente, pero no ha abierto la boca, ni siquiera para decir que no iba a hacer declaraciones.
Después de este episodio, que ha sido calificado en la red como el #FaraónMudito, y tras pasar solamente media hora dentro del despacho, Adil ha salido, de nuevo, con una sonrisa pletórica en los labios.
Como era de esperar, la gran nube de medios de comunicación vuelve a pegársele como una lapa, hambrientos de información, aunque sin muchas esperanzas de saciarla.
Esta vez, Adil sí que ha sido generoso, como dicen aquí, y se ha despachado bien a gusto con la prensa. En estos momentos, la caja tonta está reproduciendo su mensaje en todas las partes del globo. Tal y como ha dicho mi amigo @RataSarnosa, esto es Adil en estado puro:
—¿Es usted el hombre más rico del mundo?
—Mucho me temo que mentiría si dijera lo contrario.
—¿Qué piensa hacer con todo ese dinero, Adil?
—Digánmelo ustedes, ¿lo invierto en bolsa? —todos ríen.
Es encantador, tiene una sonrisa preciosa, cautivante, me vuelve loca, piensa una de las periodistas para sus adentros.
—Y si no piensa salvar a la bolsa, ¿piensa acaso salvar a alguien?
—Fundaré un banco y, con esta herramienta, enseñaré a las personas a salvarse a sí mismas, les enseñaré a multiplicar el dinero como Jesucristo hizo con los peces y los panes. Ningún europeo en bancarrota pasará hambre si viene a mi banco con un proyecto para hacerse tanto o más rico que yo. Y ahora, si me disculpan…
Adil se mete en una limousina de la familia, cuyo chófer le conduce directamente al cementerio donde en breve tendrá lugar el entierro de su padre. Durante el camino, Adil abre la ventana y deja la vista perdida en los árboles de una alameda que pasan uno a uno por sus ojos. Rememora Adil, en este interin, cada párrafo, frase y palabra del testamento de su padre. No puede ser, se dice para sí mismo, es imposible. Eso es absolutamente imposible, mi padre, mi padre…¡él me quería! ¿Por qué iba a hacer eso?
La limousina se detiene y el chófer baja la ventanilla oscura que les separa para avisarle de que ha llegado al cementerio. Delante de la tumba, el príncipe recibe uno a uno a todos los invitados. Durante el largo pasamanos, Adil continúa con la mirada perdida, la prensa dirá después que el faraón estaba visiblemente afectado, pero lo cierto es que Adil no para de pensar una y otra vez en la herencia.
—Adil, soy John, ¿te acuerdas de mí? ¡Triple Alfa, chaval!
Adil reacciona y ve delante de sí a su antiguo compañero de facultad.
John aprecia mucho a su antiguo camarada de hermandad y le admira tanto por sus movimientos inversores de orden geoeconómico en el terreno de los medios de comunicación que daría lo que fuese por embarcarse con él en una operación conjunta.
John también piensa que debe aprovechar esta oportunidad para estrechar el lazo con su ídolo, como hizo en la universidad.
Sin sobrepasar el tiempo que marca el protocolo y de forma exquisitamente educada, le vemos enlazar las condolencias con una humilde invitación a retirarse con él y su familia a su castillo en Aberdeen, Escocia, por unos días.
—Vamos, acepta, te vendrá muy bien para recuperarte.
—Gracias, amigo —dice Adil dándole un abrazo, convencido, a pesar de todo, de que su destino fluye por la senda apropiada.