Roger mira para todos los lados pero no ve a nadie. Comienza a sudar fríamente, piensa que se acaba de cumplir uno de sus mayores miedos, volverse esquizofrénico por el consumo diario y muy continuado de marihuana.

Muy deprimido, se pone de cuclillas, está a punto de ponerse a llorar.

—¿Bien te encuentras verdad tú?

—Y encima afásico, ¡noooooo! —–Grita Roger en medio del campo.

—No soy afásico, soy casi finlandés, me llamo Alejo, Valeria, mi novia, me ha mandado a buscarte.

La mano de Roger comienza a moverse en el aire, como si alguien se la estuviera estrechando.

—¿Eres invisible?

—¡Huy, perdón! ¡Mierda! Espera que conecto el traductor automático, hablo un español muy malo. Se me ha olvidado quitarme el traje. Cuánto lo siento. Ahora lo entiendo todo. Mira que Valeria me tiene dicho que me lo quite, pero a mí no me gusta, tengo problemas para integrarme, los humanos me parecéis, sin ánimo de ofender, demasiado…. demasiado humanos… eso es lo que quería decir… y, aunque parezca una redundancia, no lo es… en fin… no espero que lo comprendas, tú solo sígueme, por favor.

Alejo y Roger llegan a la acampada por un acceso secreto. Al ir acercándose, comienza a ver unas tiendas muy raras de planta circular. Según le explica Alejo, están hechas de un material ecológico muy parecido a la paja.

—Me gusta la forma —valora Roger.

—Se han inspirado en algunas construcciones que aún se conservan de la época del neolítico en Extremadura.

—¿Has estado allí?

—No, en el neolítico, nunca.

—¿Cómo?

Alejo piensa que ha dicho algo inapropiado pero no sabe muy bien qué, y decide ir al tema de conversación central, para no levantar más sospechas.

—Valeria está sembrando los tomates. Está un poco nerviosa, ya sabes, problemillas con…

—¿La regla?

—No, con su madre. Esperémosla aquí en el porche, ya no puede tardar mucho.

Roger y Alejo se sumen en un silencio incómodo. Alejo apela al manual de cortesía social de la época y pregunta:

—¿Quieres tomar algo?

—¿Marihuana?

Alejo se queda un poco rallado. Esperaba recibir el nombre de una bebida. La pragmática cultural, una vez más, piensa para sí, mientras se levanta, entra a la tienda, coge una cajita y vuelve al porche.

—No solemos tener normalmente, pero Valeria está intentando descifrar un código y pensó que esto le podría ayudar.

Roger se hace un pito y, tras la primera calada, ya un poco más suelto, decide seguir preguntando al hombre invisible:

—Perdona, no quiero ser indiscreto, pero lo cierto es que no entiendo muy bien, ¿Valeria es adoptada?

—Esa es otra historia muy larga.

—Hay tiempo, hasta que venga, ¿no? ¿O tienes algo mejor que hacer?

—Yo aquí estoy de paso. Bueno, ejem, estoy para quedarme, quiero decir, quiero a Valeria, y es por ella que he hecho todo lo que he hecho en mi vida.

Roger se queda mirándole agudizando los ojos tras el humo de la maría, piensa que si el hombre es tan incoherente es porque está mintiendo.

—Valeria no es adoptada, fue adoptada, antes, en el pasado, pero después de Un Mundo Feliz, volvió con sus padres originarios, Miguel Ángel y Alexia, que la concibieron cuando estábamos todos recluidos en el hotel.

—Pero… cómo van a concebir a Valeria en el hotel, si en el hotel ya existía Valeria, era una enferma mental más, junto con ellos, ¡y tenía 18 años ya! Cuando Alexia y Miguel Ángel se conocieron, Valeria ya tenía ¡18 años! Eso es imposible.

—Bueno, pues eso fue porque yo cogí el óvulo de Alexia, lo llevé a mi tierra, curé a mi planeta de un virus mortal, y luego, al traer a Valeria de vuelta, hubo un error y llegué 18 años antes, con lo que tuve que dejarla en el vientre de la recién casada del jefe de la mafia de Nueva York, los primeros padres de Valeria. Mira, hablando del rey de Roma…

Roger piensa que está fumadísimo y que por eso no está entendiendo nada. Con mucha curiosidad, saca su móvil, abre la aplicación de prismáticos y enfoca hacia el horizonte.

—¿Por qué está hablando sola?

A lo lejos, se ve a una joven gótica que camina hablando sola imitando dos voces diferentes. En la mente de Valeria resuena la última discusión con su madre, antes del atentado.

—Mamá, no te comprometes, estamos construyendo el futuro y tú todavía no has ido ni a una asamblea.

—¿Asamblea? ¿Te refieres a la tortura de estar horas sentada en un metro cuadrado escuchando las mismas cosas todo el tiempo?

—¿Es que no sientes la ilusión por ver germinar algo nuevo?

—No ha habido una generación de jóvenes idealistas en la historia de la humanidad que no pensara que podía cambiar el mundo. Y ninguna lo ha conseguido. Todas las revoluciones han sido creadas por el sistema y absorbidas por él, y la vuestra no será una excepción.

—¿Porque tú lo digas? Te crees que lo sabes todo, ¿no? ¿Cómo vamos a conseguirlo sin la ayuda de todos?

—No tengo tiempo para vuestra revolución, ¿entiendes? ¿Las decisiones se toman por consenso del noventa y nueve por ciento? Pueden pasar años hasta que os pongáis de acuerdo sobre si es ético o no beber refresco de cola y siglos si pretendéis llegar a un acuerdo del noventa y nueve por ciento sobre cuestiones superiores como, por ejemplo, el modelo de estado, o mejor aún, sobre si tiene que haber estado o no.

Valeria vuelve a repasar estas palabras y lamenta, una vez más, que su madre tenga razón. La gestión de la información del 17R se estaba multiplicando exponencialmente y la manera de llegar a consenso estaba resultando demasiado lenta, costosa, y retrasaba con creces la toma de decisiones y, por tanto, la eficacia del movimiento. Necesitaban un motor de inferencia, un software inteligente que abstrajera la información. La democracia electrónica, implantada desde hace tiempo, funcionaba bien cuando se tenía que votar sí o no, o más de una opción establecida. Pero desde la creación colectiva de una propuesta, pasando por el consenso hasta llegar a su ratificación por democracia electrónica se invertía mucho tiempo. Sin inteligencia computacional, el método asambleario era completamente ineficaz.

Está claro, sigue pensando en alto Valeria, que necesitamos una IA, un motor de inferencia para generar consensos de forma automática, un gestor inteligente de la información, un sintetizador imparcial de todos los puntos de vista que se expresan en las asambleas.

Hasta el momento, esta labor era realizada por el grupo de sintetizadores, pero con tantos miles de usuarios, se estaba convirtiendo en una labor titánica.

Por otro lado, el proceso de consenso ascendía y descendía desde las asambleas hasta las comisiones, y los intelectuales del movimiento criticaban este sistema porque seguía siendo vertical, aunque, al mismo tiempo añadían que no había otra salida hasta que alguien no inventara una tecnología de empoderamiento social que gestionara automáticamente la horizontalidad. El movimiento está en la era neanthertal del Big Data, tecnológicamente hablando, dice Valeria repitiendo en alto las palabras de su madre biológica.

Sintiéndose fatal, se para en medio del camino para leer de nuevo la carta que le envió su madre antes de Bilderberg.

Querida Valeria, perdona mi tono, mi tristeza, mi desencanto, aun así quiero darte esto, es parte de una investigación mayor, pero creo que puede servir para que las asambleas no se hagan tan largas, aburridas e insufribles que no pueda ir a ellas, no espero que me perdones por lo que voy a hacer,

un abrazo,

tu madre, Alexia.

En la mente de Valeria, resuena la voz de Alejo, que la llama. La chica mira a lo lejos y lo ve sentado en el porche, tomando una cerveza con un hombre de unos cuarenta años con una pinta, a su parecer, muy muy friki.

Con mucha curiosidad, Valeria apura el paso sin dejar de dialogar, ahora en silencio, con Alejo, que puede conversar con ella y con Roger a la vez sin ningún problema, y sin que ninguno de los dos se dé cuenta.

Al verla llegar, como si se tratara de una generala, Roger se levanta y dice:

—Muy buenas, soy Roger, a secas, me envía tu padre.

—¿Roger? Tu nombre me suena. Creo que mi madre me habló de ti en alguna ocasión. Sí, ya me acuerdo, tú fuiste el traidor que vendió la patente de Eliza a los faraones. Esa investigación era de mi madre. Mi madre te odia. ¿Qué haces aquí?

—Como ya te he dicho, me envía tu padre. Y lo de Eliza, perdona, pero yo tengo mi propia versión de la historia, aunque preferiría no entrar en esas cosas que pasaron ya hace mucho tiempo. Me han contratado para trabajar aquí. ¿Tienes algo que pueda hacer o me pongo directamente a aplicar mis proyectos?

—Hombre, pues mira, ahora que lo dices, ¿tú entiendes esto?

—Jajaja, esto es Alexia.

—¿Cómo lo has sabido?

—Tiene un lenguaje de programación propio que expresa con el código Voynich ¿cómo te dio esto? Esto es El Hacedor, un algoritmo para sintetizar la información, es el secreto mejor guardado de la historia, pensé que nunca lo iba a sacar a la luz. Gracias a él, pudimos concebir a Eliza. Los conspiranoicos dicen que, en Bildelberg, Alexia liberó el código y que este llovió sobre los asistentes como agua de mayo. Sin embargo, ninguna de estas imágenes ha trascendido, a pesar de que he procesado los diez millones de vídeos que hay colgados en la red sobre Bildelberg buscándolo.

—Yayayaya, bueno, bueno, bueno, ¿puedes traducirlo a un lenguaje de programación que todos entendamos?

—Negativo. Por motivos de protección, el lenguaje de programación de Alexia será nuestra mejor arma en la ciber-guerra fría.

—Valeria, por aquí dicen que hay que limpiar —dice Alejo.

—Ya voooooyyyyy —grita Valeria —. Este sistema de trabajo me está matando. No puedo con tantas tareas, ¿para cuándo esos robots?

Si piensas que te lo tienes ganado, el universo te lo dará regalado.

—¡Eliza! ¿Qué haces aquí? ¿Y Mac Cain?


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