—Qué bonito es investigar, y que poco agradecido es en el mundo de hoy. Para muchos, somos seres extraños, raros, asociales, locos e incomprendidos. Inteligencias que, lejos de ser valoradas, normalmente generan temor, inseguridad y desprecio en el común de los mortales. Para otros, somos vagos que desconocen el verdadero significado de la palabra trabajo. Para unos cuantos, en cambio, somos ordenadores creativos esclavizados, que sirven a los intereses de los más poderosos, los cuales, gracias a nosotros, multiplicarán su riqueza. Investigadores, siempre prostituidos por la academia, y generalmente poco apoyados por el conjunto de la sociedad. Esto último es lo que más tristeza me causa, ya que fuera de la pequeña satisfacción del reconocimiento social, todo lo que uno hace es por el bien, por la felicidad de todos. Hoy yo he hecho un descubrimiento. Y este descubrimiento, que va a salvar la vida de millones de personas en el mundo, será silenciado con la fuerza del dinero por aquellos que consideran mi descubrimiento contrario a sus intereses económicos. Y si a mí me pusieran todo el oro del mundo a un lado y mi descubrimiento al otro, no lo dudaría. No hay nada en el mundo que tenga más valor para la colectividad que una nueva sinapsis. Ninguna de estas realidades ha formado parte del debate social durante mucho tiempo, y, sin embargo, los científicos, los perseguidores de rutas de información útiles para la humanidad, tienen grandes valores que aportar a la construcción del nuevo mundo. Una patente no puede comprar nuestra dignidad, sobre todo cuando no hay mayor gloria que el hecho de que la aldea global conozca nuestro descubrimiento, y voluntariamente, lo transmita de generación en generación hasta que termine pasando a nuestro código genético como pasó con el lenguaje. Los científicos no pueden permanecer ajenos a las circunstancias de su tiempo, sobre todo si dichas circunstancias atentan directamente contra su producción intelectual. Es por eso pues que debemos invisibilizar la investigación, para protegerla de que salga a la luz y caiga en manos de los demonios, como pasó con la creación de la bomba nuclear. De lo invisible, solo emergerá su fruto, que debe ser ofrecido gratuitamente a la sociedad, porque para eso ha sido hecho. Y esto es, señores, lo único que salvará al mundo, y si el mundo se salva, entonces, también podré salvarme yo, porque yo no me habré salvado si uno de mis prójimos todavía no lo ha hecho. Muchas gracias.
—A continuación, tiene la palabra el usuario 8976 —dice el sintetizador de voz.
—Quien haya dado un pequeño paso para el hombre y uno grande para la humanidad vivirá respirando del aire de mi regazo hasta que la muerte natural le acoja en su seno.
—¿Has oído eso? Es Adil, ¿verdad? —dice Mac Cain.
—Sí, Mac Cain, es Adil, el príncipe de la generosidad, quien se recueste en su sombra, no tendrá nada que temer. Ahora tenemos que irnos, presiento que Miguel Ángel está a punto de empezar.
—Sí, espera un momento. Quiero datos personales del usuario que ha inventado el tabaco sano, —le pide Mac Cain al Hacedor.
—Está bien —dice el Hacedor— vaya tranquilo, la información volará a sus manos en el universo físico.
Los dos amigos salen de la pantalla y la gente se agolpa para preguntarles cosas. Alguien le mete una pequeña nota a Mac Cain en el bolsillo:
Plaza del Zócalo, México DF, cinco en punto, día 8.
Ambos se desembarazan de la gente, y corren hacia la asamblea universal, en el centro de la plaza de Sol, falta ya muy poco para que comience el Discurso sobre el poder del poder horizontal de Miguel Ángel.