Capítulo de obra, El año de la abolición del dinero, February

La fábrica de chocolate (21)

Manosea mentalmente Adil el número de teléfono que le sopló Mac Cain a la oreja hace unos días. Con el pecho henchido, marca las teclas del móvil con el pensamiento, gracias a una nueva versión, muy mejorada, del transcriptor mental de Adil, y al otro lado, una voz femenina de mamá tradicional dice:

—Querido niño, tu padre estaría muy orgulloso de ti. Has hecho muy bien, pero muy requetebien. Ahora le pongo a mi hijo.

—Un placer, Adil, aquí estamos a tus órdenes, a mandar que para eso estamos.

—El placer es mío. Y, ahora, póngame al día de las últimas actividades.

—Aquí todo está parado, señor, hasta nueva orden. ¿Desea hacer algún pedido, señor?

—¿En dólares?

—En la moneda que usted desee, señor. Hay fábricas de chocolate por todo el mundo, señor.

Un recuerdo muy antiguo, hasta ahora inconsciente, atraviesa la mente de Adil como si fuera una estrella fugaz.

—Le volveré a llamar.

Adil sube a toda prisa hasta la última planta, donde se encuentra el despacho de Eliza, en cuya puerta figura: Gabinete de Psicología Financiera, Dra. Eliza.

—Eliza, necesito que me hipnotices —dice Adil tumbándose en el diván.

Obediente, Eliza procede a realizar el ritual, llamando a la rutina de programación que Alexia había puesto en su mente para tales casos. Tras unos minutos, Adil comienza a decir esto bajo los efectos de la hipnosis:

—Tío Nexo, tito Nexo, ven, no anda la bicicleta.

—Ahora mismo no puedo, Adil, una visita muy importante acaba de entrar.

Una gran comitiva de criados sale al encuentro de un personaje ya muy entrado en años, sombrío, siniestro, que, rodeado de sirvientes, pasa por delante de sus ojos; a su lado, Nexo, en petit comité, habla con él.

Ambos hombres van camino del salón principal, donde el padre de Adil, sentado a lo árabe en un largo sofá, le espera con una gran sonrisa, fumando una shisha, vestido con un lujoso traje tradicional saudita.

Adil revolotea con curiosidad por la zona con cierta precaución, aparentando jugar con el triciclo. El hombre mayor, el invitado, que lo ve pedalear por ahí, dice:

—A ver, quiero conocer al futuro faraón.

—Acércate —dice el padre de Adil.

—Adil, ven, ¡ya! —dice Nexo.

Con cierto temor, Adil niño se acerca al grupo de adultos, que lo recibe con un abanico de risas de diversa intencionalidad.

—Así que tú eres el pequeño Adil, ¿sabes que algún día serás faraón?

Sin esperar respuesta, el viejo siniestro pierde el interés en el niño y vuelve a la conversación de antes.

—Todo va como la seda, pero necesitamos una salvaguarda —dice el viejo.

—Eso es muy difícil y peligroso —contesta Nexo.

—Tú sabrás cómo hacerlo, encontrarás la manera, estoy seguro, inclúyela en uno de los billetes, esa máquina es más importante que tu propia vida, que la de tu hijo, que la de todos nosotros, jamás te despegues de ella, —le advierte amenazante Moctezuma al padre de Adil.

Adil se calla unos segundos, y empieza como a tararear algo, una canción en árabe, antigua, una nana, que Eliza no alcanza a segmentar.

Al rato vuelve a hablar:

—…chocolate… El dinero nunca será un problema… Maná… Jajaja… el alimento que llueve del cielo… —dice en alto Adil imitando las palabras de su padre.

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