Durante este tiempo, Mac Cain ha estado sumido en un mar de dudas. Todavía conserva los números de teléfono apuntados en un papel que le dio Adil y que lleva guardados un poco descuidadamente en la cartera. No sabe qué es ser faraón y cree que no puede asumir una responsabilidad de ese calibre. Sin embargo, hay tanto por hacer… El proyecto de un Ministerio de Protección Civil a nivel mundial no se le quita de la cabeza, también, como le dijo a Adil, le gustaría pacificar todo el planeta tierra, y, además, hacerlo en poco tiempo, como lo haría un faraón, pero cómo acometer esta enorme tarea, se pregunta inseguro. Piensa, y piensa, y no halla respuesta.

El otro día su inconsciente le jugó una mala pasada, algo extraño para él; que acostumbra a tener sueños lúcidos casi todo el tiempo. Soñó que participaba en un concurso de misses de belleza en el que se elegía la mujer más bella del mundo y que él era una de esas misses. Una maravillosa venezolana, de peligrosas curvas y sonrisa de ángel.

En el sueño, él tenía un micrófono en la mano, y un juez del jurado le estaba haciendo una pregunta:

—¿Cómo acabaría usted con las guerras en el mundo?

Mac Cain se puso colorado sin saber qué contestar. La gente empezó a reírse; él podía leer sus mentes, que estaban diciendo, tonto, eres tonto, eso lo sabe hasta un tonto…

Eso lo sabe hasta un tonto… Mac Cain pensó y pensó toda la semana en esta frase hasta conseguir hallar una respuesta. Cuando lo hizo, se fue corriendo al espejo del baño como un crío al que se le ha ocurrido una idea y, hablándole, le dijo:

—A partir de ahora, soy Stalin, puño de hierro.

—¿Quieres que te llame Stalin puño de hierro a partir de ahora? —le pregunta Eliza mientras le ayuda a ponerse la gabardina.

—No, cariño, no me hagas ni caso, soy un viejo loco que vive de fantasías.

—¿Por qué dices que eres viejo si tienes un cuerpo eterno?

—A mi vuelta te lo explico, disfruta de tu trabajo, my dear, ahora yo voy a comenzar a disfrutar con el mío.

—Buen viaje, mi amor, —le despide Eliza en el vano de la puerta.

Sale Mac Cain de su casa de Madrid, a la que se ha trasladado por el nuevo trabajo de Eliza, y pone rumbo a Budapest.

Ya en el avión, Mac Cain aprovecha las horas de vuelo para llevar a cabo los primeros pasos de su plan maestro para conquistar el mundo.

Mucho más seguro de sí mismo que hace una semana, coge el papelillo y marca el primer número de teléfono:

—¿Sí?

—Al habla Stalin.

—Señor Stalin, cuánto tiempo.

—Y tanto, porque es la primera vez que hablamos.

Se oye un carraspeo al otro lado del teléfono, como si el interlocutor estuviera tratando de ganar tiempo para elaborar adecuadamente la siguiente frase:

—El señor Alejandro ya me indicó en su día que la cesión de competencias iba a tener lugar, pero fue hace ya… Le felicito, señor, por su vuelta.

—Muchas gracias, pero dígame, cómo va todo, ha pasado mucho tiempo.

—Nada nuevo bajo el sol. Todo transcurre con la misma inercia de siempre.

—Estupendo. Entonces, ¿ninguna novedad?

—Nada, señor, todo transcurre dentro de los límites de la normalidad.

—Coménteme, entonces, la última operación más importante.

—Sí, señor. Vamos a realizar una muy cuantiosa venta a Mongolia en relación al conflicto que estamos creando. Nuestros activos de inteligencia han sembrado ya las semillas de la discordia, incidiendo en las relaciones diplomáticas entre China y Rusia. Los falsos espías que trabajan para nosotros han informado a la inteligencia oficial rusa de que están detectando movimientos armamentísticos en Mongolia, y que Mongolia hace esto con el fin de coger el petróleo de uno de los países vecinos; por el otro lado, casi simultáneamente, se le ha dicho a los rusos que, al parecer, es China la que está detrás de toda esta operación. Paralelamente, hemos hecho lo propio con los sistemas de inteligencia chinos, y, obviamente, en conversaciones bilaterales, ambos niegan el trasvase de armas, y eso es porque vamos a ser nosotros los que nos encarguemos de introducir los misiles, ofrecidos en forma de apoyo armamentístico, al sector separatista de Mongolia. Como ve señor, esto es como una rueda de molino, una operación típica al uso, lo mismo de siempre. Por eso le he dicho que sin novedad en el frente, señor, y ahora, si me disculpa tengo que…

—Ey, ey, ey, no tan rápido. ¿Y el money?

—Se espera un aumento de ventas con este conflicto del seis por ciento. La reacción provocada aumentará la carrera armamentística de China y Rusia, y, por tanto, también aumentará la demanda de piezas o armas a nuestras empresas, nosotros tenemos las patentes de algunos componentes. China y Rusia desconfiarán la una de la otra, sacaremos billete de las ventas a estos dos países, pero no de Mongolia, como ya le dije anteriormente.

Mac Cain se calla, está tratando de ordenar información.

—¿Aló? ¿Sigue usted ahí? —pregunta el organizador.

—Vivito y coleando —contesta Mac Cain.

—En fin, señor, insisto, lo mismo de siempre, tan aburrido como de costumbre, y, ahora, si no tiene más…

—Sí, sí, aburridísimo, de hecho, me está entrando un sueño… pero, antes de irme a dormir, dígame, ¿podemos venderle misiles a Mongolia como si nada?

—Es una broma de mal gusto si me está poniendo a prueba con estas perogrulleces, señor, pero en fin, sepa usted que es a Corea del Sur donde los vamos a mandar y, luego, de ahí, serán trasladados por los canales acostumbrados por medio de Pachuli, nuestro traficante de mayor confianza, que es caro, pero la operación lo requiere; como usted sabrá de sobra, los vuelos turistas siempre nos sacan de esta, y lo demás se hará a través del Golfo Pérsico, también por el mecanismo tradicional. Pachuli es el que hace el movimiento ilegal y es el que se encarga.

—Eso requiere una logística de sobornos bastante compleja, que implica varios países, aduanas, ¿cuánto va a costar? ¿Habéis hecho bien las cuentas?

—Con todos mis respetos, señor, cuando usamos a Pachuli, es porque los beneficios serán muy elevados, y, además, como supongo que usted sabrá, esos costos ya están cubiertos, y también como usted bien sabrá son imposibles de rastrear.

—Claro, claro, dinero negro, como siempre.

—Carne de panchito pasada por harina, el nivel macro del cártel nos ha solucionado muchos problemas, sobre todo la venta de perritas chihuahua de un solo uso.

—La delincuencia es un negocio demasiado lucrativo como para dejárselo a los delincuentes —dice Mac Cain citando una frase que leyó en no sé qué parte.

—En efecto, señor, veo que ya se va usted enterando…

Tras despedirse, Mac Cain cuelga el teléfono. Se queda pensando unos minutos, por fin, ha comprendido el significado de la expresión las chihuahuas de usar y tirar, y su viejo corazón de cyborg se resiente. Coño, me acaba de dar un infarto artificial… ay qué dolor…

Cuando consigue respirar mejor, piensa: pero ¡bueeeno! ¿Por qué tengo que sentirme así? ¿Acaso no soy yo el jefe? Qué coño, y llama de nuevo.

—¿Sí? —dice con cierto retintín el organizador.

—Al habla Stalin de nuevo.

—Sí, señor, ¿qué desea ahora?

—¿Cuál es tu clave?

—Atador, señor.

—Pues bien, Atador, quiero cambiar la directriz. No quiero financiar esta venta con perritas salchichas.

—¿No, señor? ¿Está seguro? Recuerde que no solo es una fuente sino que provee al macrocartel de un gran potencial de extorsión. Es un tinglado que genera mucha influencia.

—Sí, pero es un tema que roza límites arriesgados para la estructura y sus componentes no me ofrecen fiabilidad. ¿Lo ha entendido bien, Atador?

—Por supuesto, esa línea de financiación quedará finiquitada.

—No esperaba menos de usted, que pase un buen día.

¡Ay te quedas! Dice Mac Cain tras colgar como si hubiera ganado una batalla descomunal. Alguien se ha puesto a dar golpes al baño del avión, donde Mac Cain está encerrado haciendo la llamada.

—Señor, ¿no estará usando el móvil por casualidad? ¿Vamos a despegar, salga de allí?

—Un momento, señorita, no soy yo, es la próstata que me domina.

Mac Cain vuelve a marcar muy entusiasmado con todo lo que le está pasando.

—¿Bollitos?

—¿Qué tal la vida en Kansas?

—Abandonada por completo, estoy ahora en Europa, creo que hay algo que deberías saber.

Brevemente, Mac Cain le relata los movimientos de la operación de venta de misiles.

—Estamos al tanto de eso, pero tú ¿cómo te has enterado? No se ha hecho nada porque desde el pentágono se ha ordenado a defensa nacional que este asunto se pase por alto. En todo caso, es una operación externa donde Avalón tiene mucho más que decir que yo.

—Conversación a tres, Bollitos, llámalo.

—No empieces a enrollarme otra vez.

—Tú llámalo.

Bollitos, Avalón y Mac Cain ahora están hablando en línea. Avalón saluda a Mac Cain.

—¿Otra vez el trío calavera? Veamos, Mac Cain, esperemos que esta vez aciertes con el nombre del asesino de Kennedy, ¿o nos vas a intentar convencer de nuevo de que tu picha es de plástico? A veces pienso que te aprovechas de habernos salvado tantas veces la vida cuando luchábamos juntos en combate.

Mac Cain vuelve a contarle la operación de su asesor al director del Pentágono.

—Nuestros agentes han detectado esos movimientos en la inteligencia, previos a la venta ilegal; los espías de Corea del Sur saben de qué manera va a ser trasladado, pero la mismísima Casa Blanca le ha dado señal verde a la operación.

—¿El propio presidente de EEUU? ¿Sabes con qué se va a financiar esto? —dice Mac Cain.

—Dímelo tú.

—Pues con el siniestro negocio lucrativo de las maquiladoras, definido como perritas chi-gua-gua. Necesito a algunos de vuestros agentes. Voy a parar estos asuntos, está claro que si quieres hacer algo, lo tienes que hacer tú mismo, y yo voy a cortarlo de raíz.

—Mac Cain, estás jubilado, vuelve con tus vacas al rancho, por favor, déjanos el pastel a los que todavía estamos en activo.

—No es el viejo Mac Cain quien habla, sino el poderoso Stalin.

Los dos compañeros de andanzas, Bollitos y Avalon, se miran a través de la pantalla virtual y bajan la mirada.

Los dos conocen a la perfección la historia del Club y cómo Mac Cain logró hacerse faraón. Si Mac Cain controlaba a los organizadores, ellos estaban por debajo de estos, y, por tanto…

—Y, sí, —dice Mac Cain como si leyera el pensamiento— es una orden.

En seguida, los dos amigos se ponen a soltar nombres.

—Te podemos mandar al agente Malkovich —propone Avalón.

—Sí, al bobo enamorado de Daisy, ¿recuerdas, Mac Cain? —dice Bollitos.

—¿A Jack? —Mac Cain recuerda al agente que dirigía la operación de espionaje de Un Mundo Feliz, enamorado de Daisy, la espía que se hacía pasar por la manager del hotel.

—El mismito.

—Está bien, mándamelo.

—Sin problema, pero te advierto, no sabes dónde te estás metiendo. Ahora el continente americano está ocupado por una gran macro corporación, el macro cartel de drogas y demás suciedades, es un narco a nivel continental.

—Tiene razón, ya no es como antes, ahora funcionan como una gran multinacional, con sucursales en todos los países latinos, ya solo les falta cotizar en bolsa…oficialmente…claro.

—¡Señor Mac Cain, debe salir del baño ya!—le grita la azafata.

Mac Cain abre la puerta abrochándose el pantalón.

—Perdone, señorita, que me parta un rayo ahora mismo si le deseo esto que yo tengo que padecer.

La mujer se siente un poco culpable y le conduce a su sitio. Mac Cain se recuesta en el sillón:

—Me despierta cuando aterricemos, por favor.

Se acurruca como un niño y se queda completamente dormid


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