Capítulo de obra, El año de la abolición del dinero, February

La sombra del faraón (19)

Las obras en el edificio de Correos no se han hecho esperar. Los obreros trabajan a destajo para que todo esté a punto el día de la inauguración del banco de Adil.

De un lado para otro, corre Eliza, la mano derecha de Adil, que es quien dirige todo el cotarro.

Mientras tanto, Adil se pasea por sus dominios como si siempre hubiera vivido allí, y ahora se dispone a disfrutar de la primera nueva instalación del edificio: una inmensa piscina climatizada y de suelo transparente, desde cuyo fondo, al igual que hacía en Un Mundo Feliz, el presidente puede observar su obra magna.

Delante de todo el mundo, bajo un centenar de ojos de cámaras móviles y fijas, Adil se desnuda por completo y se tira a la piscina. Quiere ser el último faraón el protagonista indiscutible de todas las revistas del corazón del mundo, quiere crearse un mito, y, para él, dominar este sector es dominar el pensamiento popular.

Tras hacerse el primer largo, los cristales se oscurecen dejando al faraón en la más estricta soledad.

Como el niño que siempre fue, Adil comienza a tirarse pedos en la piscina y a intentar oler las burbujas que suben del fondo nada más estallar.

Todo parece transcurrir como de costumbre, pero al terminar el primer largo, una soga se cierne sobre su cuello y le arrastra de espaldas por el agua hasta el otro extremo de la piscina. Sin poder verlo, su asesino le dice: te podría matar si quisiera, pijazo.

—Mac Cain, maldito loco, suéltame.

—Niño de papá, no te cagues en la piscina, que, entonces, con tanta transparencia, se verá que tu mierda es igual que la de todo el mundo.

—Suéltame o llamo a mis robots.

Como un torero que indulta a la res, Mac Cain suelta la soga y se sienta con mucha calma en la mesita que ha sido preparada para que los dos amigos desayunen después del baño.

—Espero que me entiendas cuando te digo que El Club necesita protección. He vuelto a hablar con Bollitos y Manteca, mis amigos del servicio de seguridad nacional estadounidense. Están a punto de jubilarse, la nueva generación no va a tener piedad. Valeria probablemente será detenida. Tú verás, príncipe, yo no puedo parar la guillotina.

—¡Poooor favor, Mac Cain! Y ¿para qué estás tú si no? No me vengas ahora con lloriqueos de gallina. Cocococorocó, cococo. Mira, mira, cómo te imito.

—¿Gallina yo? Yo soy un gallo, pero tu corral cada vez es más grande y, por mucho que pienses que estos robots te protegen, estás en el candelero y cualquiera te puede matar, desde un majareta hasta un profesional infalible con su rifle telescópico pasando por la trama mejor urdida después del asesinato de Kennedy.

—No me vengas con Nexo otra vez. Métele un topo. Hazme dobles más efectivos, haz lo que te dé la gana, no es mi problema, te vuelvo a repetir, ¿para qué estás tú si no?

—Mira, niñato, yo tengo una granja y vivo de una pensión, ¿te crees que soy el jodido Rockefeller? Además, no solo se trata de ti. Tengo a más gente que salvar. ¿Qué hay del hombre del tabaco sano?

—Acabáramos, pero ¿dónde estoy? ¿En una reunión con los tacaños antiguos faraones o qué? ESTO ES YA LO ÚLTIMO QUE ME FALTABA —claramente, Adil está actuando— ¿Me vienes a mí a pedir dinero? ¿Tú? Pero esto es que es ya el remate del tomate, el puto Stalin pidiéndole dinero a Ramsés para financiar lo que ya está financiado. ¿Estamos locos o qué? Coge de lo tuyo, no te pienso dar un céntimo.

—Pero ¿de qué estás hablando? No me jodas, niñato, que todo el tinglado de las armas es de Stalin.

—Pues sí, paleto, ahí donde te ves, controlas todo el armamento del mundo mundial; nada se vende y se compra sin tu permiso, es más, nada se fabrica si tú no quieres. Alejandrito Magno delegó en ti estos quehaceres cuando te hicimos faraón, ¿ya no recuerdas? ¿Dónde habré metido los teléfonos de los asesores? Eliza, por favor, mándale a la cuenta de Mac Cain del Bank Book los teléfonos de los asesores.

—¿Bank Book? ¿Te comunicas con mi mujer por telepatía? Y, todo este tiempo, ¿qué han hecho los asesores?

—Eres un palurdillo de pueblo, Mac Cain, de verdad, no sé cómo has podido sobrevivir todo este tiempo en el mundo de hoy, salvaje, arisco, inhumano, sin emociones.

—No me subestimes, pijo del carajo, vosotros siempre haciéndoos los listillos, si yo te contara todas las aventuras, todos los tiempos que he vivido… Pero contéstame a lo que te he preguntado, el tiempo apremia.

—Tiempo es lo que yo estoy perdiendo contigo. Es un transcriptor mental, me lo ha dado Roger. El BankBook es una aplicación de móvil dentro del Livuk para gestionar la autofinanciación de nuestros futuros clientes del banco.

—¡Has usurpado el Livuk, que funcionaba sin dinero, metiéndole dinero?

—Soy el malo, ¿recuerdas? Y tú también. No te olvides. Eres Stalin.

—O sea, que soy Stalin… No me jodas, ¡ay va la osa! Entonces, Bollitos y Manteca están ahora a mis órdenes… Ya verás, Adil, —dice Mac Cain entusiasmado, soñando despierto— tengo tantas cosas que se podrían hacer… para empezar, me gustaría que mi país defendiera la democracia, y que fuéramos famosos en el mundo entero por liberar a los habitantes del planeta tierra de regímenes opresivos, por salvar a la gente, y darles una oportunidad para que consigan su bienestar, y, y, y…

—Me aburres, Mac Cain. Con tu permiso, me largo, me esperan asuntos de relevancia mundial.

—Quieto parao ahí. Todavía no te he dicho de dónde vengo.

—¿De sacarte un moco, enrollarlo poco a poco, casi hasta volverte loco?

—Así no es la canción.

Mac Cain saca un periódico de sucesos londinense y se lo tira encima del plato de huevos revueltos con jamón y pantumaca. Indiferente, este lee la noticia: Un ladrón ha entrado en la notaría Goyle and Grabel torturando y matando brutalmente a los dos socios principales.

—La herencia —dice Adil en alto muy afectado por la noticia.

—Tranquilo. Ese ya no es problema. Nexo acaba de perder a un hombre y nosotros hemos ganado a una mujer. Este corsario terrorista a partir de ahora tendrá tetas y coño y bailará como los ángeles en alguna de nuestras sucursales del Kalifornia’s Dreaming. Le dije que te pasara a ti la cuenta de todas sus carísimas operaciones. No me creyó. Me dijo que no habías heredado nada. Me costó un rato convencerle. Pero, al final lo conseguí. Le di una de esas tarjetas del banco, crédito ilimitado, le dije.

—Eso es. Crédito ilimitado para todo el que quiera una segunda oportunidad. Pero vamos al tema, ¿qué hay de lo mío?

—Ah, se me olvidaba, Miguel Ángel me dio el billete. No ha sido fácil descodificarlo. He tenido que remover cielo y tierra para conseguir una máquina Enigma y la primera máquina de Touring, esa que dicen que el Mi6 destruyó al acabar la guerra, pero que yo con todo mi arte he encontrado en Legoland, eso sí, muy escondidita en la parte subterránea, donde está la información clasificada de verdad de la buena, que por cierto, no sé por qué eso estaba de cucarachas hasta arriba…

Adil le interrumpe de forma muy brusca. No soporta cuando Mac Cain se pone a divagar.

—¿Y?

Mac Cain se le acerca y le dice algo al oído.

—¿Un número de teléfono? ¿Has llamado? —pregunta Adil.

—No.

Muy serio, Adil se levanta, y, sin despedirse de Mac Cain, un poco enajenado, pone rumbo a la cueva de Alibabá. Una vez allí, coge un antiguo teléfono, con un cableado tradicional, que Eliza le ha instalado allí, y que funciona por radio, con una seguridad tan antigua que no es hackeable, y marca:

—Es un placer escuchar su voz, señor. Su padre nos dijo que llamaría.

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