Uno de febrero del 2212 antes de la abolición del dinero. Estoy en la Antartandes, la continuación de la cordillera de los Andes en el continente congelado de la Antártida.
Por lo que puedo observar aquí y comparando con los datos del histórico, el deshielo es imparable y, a simple vista, irreversible; y, aunque, como buen historiador, suelo reservarme mis opiniones personales para mí mismo en la medida de lo que mi yo consciente pueda percatarse, debo decir que es lamentable que la humanidad haga oídos sordos de las voces que alertan contra los peligros que para la madre tierra y la especie humana conlleva el aceleramiento del cambio climático.
Supongo que os preguntaréis, porque así yo lo haría, por qué razón me he venido hasta aquí. Sobre todo, teniendo en cuenta que estamos a un día de que comience la Fiesta R, y, por tanto, a tan solo 24 horas de que se arme #LadeDiosEsCristo o #LaMariMorena.
La razón es bien sencilla. Mi reloj cuántico ha detectado una débil señal de radio que se emite desde la LRA36, la radio de onda corta del Arcángel San Gabriel, inaugurada desde la estación de la Antártida argentina a finales de los años setenta.
Desde esta década, se está emitiendo una débil señal en un extraño código que no alcanzo a hackear en dirección a uno de los picos más altos de la Antartandes, ahora en pleno proceso de deshielo.
Llevo ya revisadas 27 cuevas y ni rastro de vida dentro. Ahora, acabo de encontrar una que sigue un poco congelada. Mi detector de rayos X me informa de que hay una especie de bulto bastante grande en su interior, y, que aunque no parece estar vivo, sin embargo, tampoco da la sensación de ser una estalactita. Curioso al máximo por la posible cosa extraña, hago el ritual que mi cultura me exige cada vez que hacemos una modificación interesada en la diosa madre, y, con mucho dolor en el corazón, y pidiéndole tres veces tres perdón, procedo a derretir el agua que está tapando la entrada a la cueva. El hielo permanece en una nube de gotas de hielo, que volverán a su lugar, después de que yo haga mis investigaciones.
Ni corto ni perezoso, me dispongo con un poco de prisa a entrar en la cueva, pero de pronto, creo escuchar unos pasos bastante sonoros, fuertes, pesados, que me asustan porque sin duda deben de venir de un animal enorme, y, muerto de miedo, con el corazón en un puño, me invisibilizo, temiendo perder la vida en medio de este continente perdido en la nada.
No pasan apenas unos segundos cuando una enorme figura, entorno a unos tres metros de largo, sale de la cueva completamente desnuda. Tiene unos pechos enormes, que pesarán del orden de un kilogramo cada uno, y el pelo largo larguísimo, y la piel un poco cetrina, aceitunada, y las uñas bien ganchudas, como si hubiera estado hibernando cientos de años sin ninguna oportunidad para el aseo personal.
Me pongo a flotar en el ambiente para poder mirarla y remirarla una y otra vez, y, tras unos minutos, no me queda ya ninguna duda, en efecto, es la Paca, nuestra querida Paca…
Estoy muy emocionado, las lágrimas en los ojos y el pecho latiéndome con fuerza por haber sido yo el que la haya descubierto, y todo mi ser se me va en intentar buscarle algo para que tape, como dicen los antiguos, sus vergüenzas, y cumpla como no puede ser de otra manera su programado destino.
Anyway, la muy señora Paca no parece estar muy preocupada por su oscura desnudez. Y sin mucho complejo, comienza a bajar la montaña agarrándose de lo que puede, con el culo en pompa, mostrando un órgano sexual tan enorme como inútil, y hablando sola sin parar, a medida que va recibiendo y descodificando las ondas de radio que le llegan del Arcángel San Gabriel, que según puedo deducir por el parloteo de la Paca, le está diciendo que, en breve, una luminosa pasará a recogerla con destino a Japón.