¡El día del principio del mundo!

Me acerqué al maya. Trabajaba afanosamente en un calendario.

—¿Qué haces? —le dije.

—Escribo lo que me enseñaste, noól etail. Son todos los días hasta que nos encontremos de nuevo con el plano del centro de la galaxia, ese día que tú enumeras con este dibujo—. El maya dibujó 2012 en la tierra junto a la piedra que tallaba. — Ahora vienes de allí, ¿no?

Le hice un gesto afirmativo con la cabeza, en silencio. No quise turbar la concentración que mantenía, dándole sutiles golpes a la piedra, mientras terminaba su obra. Sin embargo, él no dejó de hablarme.

—Me ha gustado eso que me contabas de la Navidad. Me recuerda al espíritu de Kúh Yéetel Yuum Tsilo’ob, nuestro universo Hunab Ku, el dador de vida. No sé cómo estos hombres del 2012, que aún guardan el espíritu en su ser, pueden recordar esto tan importante solo una vez cada Haab—.Se detuvo para alejarse un poco y observar el resultado de su maestría. Siguió. — No es más fácil acercarse a Ah tabai, el que no aporta. Todos, y creo que esos hombres del futuro también, sabemos cuándo nuestro pensamiento alberga buena intención y cuándo la que alberga es mala—. Paró, observó la obra y decidió darle algunos retoques a la vez que continuaba hablándome. —Todos tenemos en nuestro interior la certeza de que sólo la buena intención obra a favor de la dicha y que la mala intención, en dirección a la desgracia. ¿Eso que llamas Navidad no es suficiente para recordárselo? Esos descendientes del hombre, en el 2012, me entristecen. ¿Tan engañados están como para amar sus propias cadenas, creadas por unos cuantos privilegiados?…—se tomó un momento de reflexión, sin golpear la piedra— Aún así, creo que su espíritu es fuerte, encuentran un resquicio para su alivio; ríen y se divierten. Eso que me contaste del día de los inocentes me pareció curioso.
–A ti te encantaría— afirmé, conocedor de su buen humor.

–Terminado. ¿Qué te parece?

Sí, era una gran obra. Me quedé un rato mirándola y encontré la respuesta que buscaba.

–Has escrito aquí abajo que este día se acaba el mundo—le dije esperando una aclaración.

–Cierto, mira, he añadido siete días en tu honor. Creo que sabrán interpretarlo—y emitió esa sonrisa avergonzada que prorrumpía en su rostro cuando su intelecto dejaba paso a alguna chiquillada.

Le iba a decir que no, que no supieron interpretarlo. Que no sumarían siete días al día veintiuno y que, gracias a ello, los seres del dos mil doce interpretarían la fecha como el punto de renovación para dejar de amar sus cadenas, para crear un mundo, en el cual, el poder abandonó su estructura piramidal y pasó a ser un horizonte autoorganizado bajo la responsabilidad de todos. Un planeta rebosante de abundancia en donde el dinero dejó de tener sentido y desapareció. Un mundo para la igualdad de oportunidades y para el disfrute de la libertad. Para unos habitantes hacedores de felicidad.

No, nada de esto le dije. No es mi menester inmiscuirme en vuestros asuntos y frustrar el feliz año de la renovación, el próspero 2013. Así que, si el texto en mi honor pasó inadvertido y nadie sumó siete al día veintiuno de diciembre, no iba a ser yo quien lo desvelara. Bien callado, respondí a su sonrisa con otra inocente.


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