En el gabinete de psicología del doctor Holtz
—Buenos días, señor Mac Cain, tome asiento, por favor. ¿Qué tal? ¿Cómo se encuentra?
—Muy bien, gracias.
—Le puedo ofrecer algo de beber.
—Un té, por favor.
—Me tomaré otro con usted, todavía no me he metido nada en el estómago desde que me levanté.
—Vaya vida esta, hay que joderse. El trabajo, castigo divino cuando no es por devoción.
—Efectivamente, aunque en mi caso lo es.
—Sí, pero supongo que no las veinticuatro horas del día.
—No. Ojalá pudiera llegar a ese nivel de…
—¿Masoquismo?
—Jajaja. Bueno, señor Mac Cain, ¿no está interesado usted en saber el resultado de las pruebas de inteligencia?
—Hombre, pues ya que lo pregunta, interesado lo que se dice interesado, no, pero sí curioso, oye, porque, la verdad, cuando era joven, hacía muchísimos de esos test, sobre todo cuando me preparaba para entrar en la academia militar. Es todo un entrenamiento, y tengo curiosidad por saber si sigo manteniéndome en buena forma.
—Pues supongo que sí, porque ha contestado correctamente a todas.
—Lo sabía, qué bueno soy, el soldado Mac Cain siempre preparado.
—Me temo que, en su caso, la prueba no ha sido muy eficaz. Pasemos a la de Roschard. ¿Qué opina de esta prueba? ¿Seguro que en el ejército también se la han hecho?
—Unas cuantas veces, además. Pero no pasa nada. Adelante. Estoy aburrido, con lo que, al menos, me entretengo.
—Perfecto. Dígame, ¿qué ve usted aquí?
—Pues veo el vello de un pubis negro e irregular, impresionista, y luego un clítoris y unos labios menores de estos grandotes, enormes, que superan con creces los labios mayores. A lo mejor usted no lo ve, ¿quiere que se lo dibuje en un papel? Al principio cuesta, pero luego la visión es total. Perdone mi lenguaje, doctor Holtz, pero es que, siéndole sano como lo es la gente de mi tierra, estoy viendo un coño en toda regla.
—Bien. Bueno, bueno, cambiemos de imagen. ¿Qué es lo que ve aquí?
—Bueno. Pues… ahora no veo nada. ¿Le puede dar la vuelta? A lo mejor así consigo ver algo.
—Está bien. ¿Y ahora?
—Ahora todo está mucho más claro. Mira que lo estaba entreviendo, pero está claro que al derecho todo se ve mucho mejor. Veamos, si te fijas, en esta mancha, se puede adivinar el cuerpo de una mujer sentada en una gran silla real con las piernas abiertas, desenfadada, y los pechos por encima del sujetador. Vamos, una yegua buscando que la monten. Cómo me pone. ¿Me la puedo llevar?
—Señor Mac Cain, muchas gracias por todo. Se puede ir cuando usted quiera. La mancha nos la quedamos, la vamos a necesitar. Discúlpeme.
—Que tenga un buen día, doctor Holtz.
—Igualmente, señor Mac Cain.