
LA CHATARRA ALOCADA
Quizás no seáis aún los suficientemente mayores como para viajar por la cosmogalaxia, pero estoy completamente seguro de que todos habéis oído hablar de esos puertos espaciales de mala muerte donde ni siquiera yo debería parar a repostar aunque yo y mi banda, que somos muy temerarios, lo hayamos hecho más de una vez.
De todos estos puestos, ninguno de ellos era comparable al de los hermanos Lombardí.
Este puesto de comida-rápida para cosmo-naves estaba anclado a los restos de materia de la explosión de una súpernova y todavía cimbreaba cada corto espacio de tiempo, haciendo que la clientela rodara por los suelos y que esto provocase toda clase de altercados, confusiones y malentendidos.
Por ejemplo, se cuenta que alguien una vez dio por casualidad con un agujar entero que ¡no tenía paja!.
Lo fácil, allí, era que las cerraduras intentaran meterse en tus ojos y que en la mano los pájaros estuvieran volando.
En otra ocasión, un tipo creyó que era un asiento del lugar, aunque también pudo ser que realmente fuera un asiento parlante y todos lo tomáramos por loco cuando no era así.
La mayoría de las veces, los vasos hacían de camarero y estos se te derramaban encima a mala leche si no estabas de acuerdo con la bebida que se te ofrecía en el menú.
También había pesados de todo tipo. Por ejemplo, había uno que estaba empeñado en decir que era el famoso autor de Las inéditas aventuras de Andrés y Andrea, ¡por dios, qué sarta de tonterías!, ¡pero si toda la galaxia conoce perfectamente al autor y sabe positivamente que el escritor es de todo menos famoso!
Una vez, otro de los pesados del lugar, trató de convencernos de que le había tocado el anillo de Gaia a él en un paquete de Zacks. ¡Menuda pamplina! ¡Ahora resulta que entre cinco trillones de paquetes en la galaxia, le va a tocar a él!
—Al asunto, capitán, que te vas por las ramas.
—Si ya os dije que yo no era el que contaba mis historias…
—¿Otra vez con eso? Al grano, capitán.
—Pues lo que pasó fue que la última vez que estuvimos allí, nos dimos de bruces con un grupo de raritos, pero raritos raritos de verdad, y los tipos se me echaron encima, empeñados en decirme que ELLOS y no los pasmaos eran mi verdadera tripulación, y que mi nave no era la nave del pájaro de mal aguacero…
—Agüeeero!!!!
—Lo que sea. Sino que mi verdadera nave era La Chatarra Alocada y entonces fue ahí cuando se armó un follón, un pitoste, una algarabía que hizo que todos los pesados, los vasos-camareros y demás gente del lugar se acercara a ver qué era lo que estaba pasando.