A ver, que hace tiempo que no hablo de mi vida personal, y quizás es por eso que no os hayáis enterado de que ahora ya no vivo en el Valle del Kas sino en un barrio nuevo de Getafe, de edificios nuevos en los que no hay nada salvo un Mercadona.
Mi madre casi vomita al informarle del destino de mi mudanza.
–Al palurdeo de los cuñados que se creen de clase media porque tienen un piso en propiedad pero que preferirían que les cortaran un dedo del pie antes que leerse un libro a la semana.
Y, esta vez, debo reconocer que razón no le falta.
No hay nada peor que los hijos de clase obrera sin conciencia social ni política que se creen pijos porque han accedido mediante una hipoteca (que si no de qué) a la propiedad privada.
Esto les da un aire de suficiencia que les autoriza, casi académicamente hablando, para opinar de todo pensando que están en posesión de la verdad científica y divina porque tienen el armario a rebosar de ropa basura.
Sus temas de conversación, cuando bajan a los perros (los que no tienen hijos, tienen perro; y los que no, tienen perro+hijo único, el combo completo) son de un concretinismo excepcional, ejemplo, cuándo pones la calefacción y a cuántos grados; o si no, el mundo de sus perros siempre es una fuente de comunicación inagotable y casi diría yo, insaciable.
Algún día contaré por qué estoy aquí, pero bueno, al tomate.
El caso es que los últimos acontecimientos están poniendo de manifiesto el individualismo tontuno e irracional de las masas cuñadas.
De los creadores del papel higiénico, ahora viene la ‘crisis del pan’.
Y es que la locura colectiva por el pan se ha instalado en el subconsciente y me ha reafirmado en la idea de que, por muy bien que los cuñados se sientan ahora, en el fondo, en lo más profundo de su mente, guardan un registro akáshico, una memoria de todas las vidas que vivieron antes, y que sin duda, fue muy triste, muy arrastrada, muy esclava, y pasaron muuuucha hambre y mucha necesidad, y es por eso que ahora, al comprar impunemente por Amazon (sabiendo que comprar en Amazon es pecado) satisfacen no solo esta necesidad de consumismo programado por la estructura del mal, sino que llenan a su vez, con cada paquete que les llega al buzón personal de su comunidad, un agujero de hambre pasada insaciable, que todo se lo come, desde la mierda de la comida basura, hasta el tabaco insano, el alcohol adulterado, la comida industrial precocinada, y cómo no, la mierda de jerarquía laboral, y el robo de plusvalía a lo que ellos producen, y se lo comen todo, porque son los gordos metafóricos del capital, y por mucho que coman, siempre van a tener hambre, porque esta memoria de la necesidad del pasado, esos recuerdos de la posguerra, de los abuelos o bisabuelos que se caían muertos de hambre en la España de los años 40, son definitivamente imborrables.
Y es todo este peso del subconsciente colectivo lo que ha motivado que, esta mañana, un cuñado muy cuñado bloqueara la zona de acceso al pan hasta que su cuñado le respondiera por el guasap si tenía pan en su casa o no.
Esto es, primero está él y su familia para comer el pan del Mercadona, y luego, todos los demás, ahí esperando, a que su cuñado le conteste. ¿Y en qué basa él exactamente el privilegio o el derecho de la preferencia? Pues como los estadounidenses cuando llegaron a la luna, en el infantil principio filosófico de “porque yo he llegado primero”.
Y es así con todo. Toda esta gente que vota a la derecha, porque no tiene conciencia social, y dice que no quiere pagar impuestos, es la misma que se mete en casa y es incapaz de salir con una pala a quitar la parte que le corresponde de su nieve, y espera que lo haga ese Estado, ese sector público, en el que él nunca piensa, y al que él nunca apoya, pero que claro, en momentos como estos, son a ellos supuestamente, quien les tienen que quitar la nieve mientras ellos hacen ‘sus cosas’, que es trabajar, comprar, estar con su familia y ver NetFlix.
La función de las masas, también en el siglo XXI, es la de consumir lo que el sistema de producción produce, esto es, gastarse el salario en el consumo y, como ya adelantó Ortega y Gasset (no me cansaré de citarlo una y otra vez), opinar de todo en la terraza de su barrio delante de los colegas como si fueran expertos en cualquier cosa, con el ego que les da el hecho de haber conseguido ser legitimado por el sistema a través del acceso a la propiedad privada.
Pero esta carcasa se derrumba cuando oh! viene algo impredecible, que se salía de su esquema mental, y en lugar de unirse a su vecino, auto-organizarse, desarrollar lazos de solidaridad, lo que aflora es un instinto de supervivencia canino que demuestra que, en realidad, esta humanidad era igual que la del Paleolítico. No hemos cambiado nada, y aunque el mono se vista de seda, mono se queda.
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