Confieso que a veces estoy telebrabajando, una nueva forma de prostitución, y cuando estoy en videconferencia con los jefazos de mi curro, pienso en el personaje de Diario de una bibliotecaria precaria, y me meto la mano derecha en el paquete, y me hago alguna albondiguilla que otra con restos de sudor acumulados en la zona de las ingles, y luego, discretamente, me subo la mano hacia la nariz y me esnifo mi propio olor a huevos, mientras mi encorbatado jefe le escupe su dequeísmo cuñado a mi boca, y luego continúa con expresiones del tipo: ’lo que viene siendo’ y con la irritante manía de usar ’del cual y de la cual’ cuando el antecedente está demasiado cerca que es innecesario señalarlo y con un simple ’que’ bastaría.

El olorcillo me deja un poco atontado, como si me hubiera fumado un porro de media mañana, y así puedo sobrellevar mejor el palurdismo a-cultural de los altos mandos.

Hace tiempo que me prohibieron corregirles lingüísticamente. Me suelen decir que como soy Asperger, no lo comprendo, pero que ellos hacen un esfuerzo por tenerme en la empresa, bajo la liberal política de ’atención y respeto hacia las personas con necesidades especiales’, lo cual no quita para que se me haya prohibido completamente corregirles las faltas de ortografía, sus errores normativos e incluso los más gordos, esto es, los agramaticales. Tanto orales como escritos. Dicen que, aunque yo no lo pueda percibir por mi pequeña particularidad, es una falta de educación, de respeto hacia la jerarquía empresarial, y una forma de ofender indirectamente a las personas. Que en todo caso, los halagos se hacen en público y que las críticas en privado. Pero yo ya no puedo hacerlo ni siquiera en privado. Y eso es lo que hace que cada vez que ellos escriben ’la curva calló’ en lugar de ’la curva cayó’, del verbo caer y no callar, yo me arranco un pelo de los huevos y lo pongo encima del teclado del ordenador de la empresa, y aplasto su raíz para que se impregne bien del olor, y espero a que vuelvan a ’pecar’ para repetir la operación. Al final de la conferencia, tengo una fila perfectamente alineada de pelos de mis huevos encima del ordenador de la empresa, delante de los jefazos, que hablan tanto que no se fijan realmente en nada, y que al igual que los indígenas americanos cuando vieron un barco templario acercarse a la playa por primera vez, miran y miran al horizonte, porque el mar está alterado, pero como su cerebro no sabe interpretar la señal, en realidad no consiguen ver nada.


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