Ahora que a la editora de Universo Borg le ha dado por publicar día a día La Revolución Invisible, siento mucho inmiscuirme en esta ristra de publicaciones para realizar mi propio análisis de lo que ha pasado en EEUU.
En la humilde opinión de este pijo desclasado, debo decir que después de la segunda guerra mundial, EEUU no hizo bien sus deberes. Ya sabemos que en Europa se consiguió la paz social haciendo dos reformas importantes que inauguraron el estado del bienestar, a saber: sanidad pública para todos, independientemente del dinero que tengas en tu bolsillo, y el ascensor social a través de la educación, esto es, dicho vulgarmente, que ‘el hijo del obrero pudiera ir a la universidad’.
EEUU, por lo que sea, se subió a la parra, y pensó que era mejor invertir el dinero necesario para hacer estas reformas en parar la expansión del comunismo a través de la guerra y de una política agresiva de corrupción (ejemplo, el caso de propaganda due en Italia para detener el ascenso del partido comunista italiano) antes que proveer a su pueblo de una base social de calidad.
Y, claro, de esos barros ahora vienen estos lodos.
La segunda cuestión a tratar es la absoluta eliminación mediante el control psicológico de los medios de comunicación de la ideología de clase; esa ideología de clase había que eliminarla si se quería impedir a toda costa que la basura blanca y la basura negra se unieran bajo una identidad común.
En contrapartida, se crearon identidades de raza que dividieron a los pobres en ‘negros’, blancos, chinos, latinos, haciendo perder la consciencia entre este pueblo de que son una misma clase social, los pobres olvidados, los tirados, los excluidos del sistema.
Además, es imposible de olvidar, y por tanto, perentorio mencionar, el papel de la mejor campaña de marketing que jamás una nación haya podido realizar en toda la historia. Ríete tú de Ramsés II y de Alejandro Magno, que el éxito logrado por los masones con la propaganda del sueño americano es hasta la fecha imbatible e inigualable.
Tanta es la fe en el sueño americano, Pretty Woman mediante, que venda los ojos de la consciencia del pueblo estadounidense, y les impide ver el injusto sistema de no-distribución de la riqueza del país.
Como si se tratara del cuento de navidad de los reyes magos, el pensamiento masa norteamericano guarda aún la ingenua ilusión de que todo el mundo, independientemente de su condición social, puede hacerse rico si se visualiza un número suficiente de vídeos como El secreto, demás filosofía de New Age y cursos de coaching de crecimiento y superación personal o de Mindfullness.
Es este rapto de la verdad lo que les impide caer en la cuenta de que, desde un punto de vista científico, este capitalismo está amañado.
Y para rizar el rizo, cómo no mencionar la creación de los súper-héroes del capitalismo como Elon Musk, Bill Gates y Steve Jobs, y por qué no decirlo también Donald Trump (a pesar de que no sea un hombre hecho a sí mismo), hombres que no mujeres, que contribuyen a la programación neuronal del pensamiento colectivo de la sociedad estadounidense.
Vamos a dejar las cosas claras. El capitalismo de EEUU, y su estado adjunto, que en lugar de ser una madre, es un hijo hambriento del mismo, solamente es accesible a estos individuos sociales:
(1) Los súperdotados de la clase media-obrera-baja.
(2) Los niños de papá educados en las universidades elititas, ejemplo Hillary Clinton.
(3) Los listos como El lobo de Wall Street, y los que se dedican al crimen.
El resto malvive agobiado por los créditos, por las enormes facturas de la sanidad, por las hipotecas, y los que no tienen ni siquiera esto, se sienten los últimos del sistema, son la base de la pirámide social, los desgraciaditos, los incultos, los ignorantes, los maleducados.
El asalto al capitolio ha puesto de manifiesto que hay una clase social que ellos llaman los paletos, los redneck, los palurdos, la white trust, esos ‘naides‘ que se comen las palabras al hablar, y que no leen un libro ni aunque les paguen, aquellos que se han creído el cuento de que están en el mejor país del mundo, porque pueden comprar un arma y disparar a cuatro sandías en un ‘descampao‘, sí, oh, sí, para estas personas esto es libertad.
Esta “clase social”, sí, insistamos para que se les meta en la cabeza, esta clase social de personas nunca ha pisado una institución pública si no es el juzgado, como es el caso de Tiger King. Y ni pinchan ni cortan, y hasta el más tonto con un buen apellido decide por ellos, puesto que ellos nunca estarán en ningún órgano de decisión, y su poder social no va más allá de lo que ellos puedan decir o hacer con sus propias manos.
Y como en la película de Buñuel cuando los pobres mendigos invaden la casa de los ricos, así se vieron los corkis en el capitolio, al ocupar un espacio que ni por asomo habrían visitado en otro momento, como tampoco lo harán con el Moma, con el museo Metropolitan, con la gran biblioteca del Congreso y, en definitiva, con todo el capital intelectual y el patrimonio histórico que los masones se han intentando traer de todos los lugares del mundo a fin de darle a ese país una continuidad, un legado histórico que engarce con Europa, una tradición no-indígena a su país.
Solo dos cosas antes de terminar este artículo.
Es de reseñar el absoluto fracaso de la izquierda para capitalizar a esta gran clase social bajo un mismo lema, rompiendo las identidades de raza, y creando un mensaje más universal que les una a todos bajo unos mismos valores: bienestar, riqueza, sanidad y educación para todos.
Citando a Aznar pero invirtiendo los términos, la izquierda norteamericana, si es que existe, porque yo no acabo de verla por ninguna parte, es una izquierdita cobarde. Y la razón de ello es porque en el fondo, (como aquel presidente socialista de The Crown que fumaba puros para parecer más obrero, cuando en realidad había sido educado, como toda la elite política de Gran Bretaña, en Eaton) la dinastía Clinton, como tantos otros políticos que van de progres, no han visto un obrero en su vida.
Todos los que han visto la serie de Hillary habrán podido asistir al episodio en que ella va paseando por la calle y se encuentra a un tipo normal, y le pregunta que a qué se dedica, y este le dice que tiene sus propios negocios, y ella le contesta: tengo un plan para la gente como vosotros. Y el tipo se queda frío, congelado, sin nada que contestar, y por dentro, seguramente pensando, y a mí qué coño me importa que tengas un plan, pregúntame por mí, habla como yo, identifícate conmigo, pero Hillary, que, vuelvo a repetir, no ha tocado un obrero en toda su vida, no sabe ni cómo piensan, ni cómo hablan, ni qué sienten, ni cuáles son sus preocupaciones, porque sí, reconozcámoslo, esta gente, de clase alta, se siente superior intelectualmente a estas personas, y estas personas nunca la van a votar, y no es por que sea mujer, no, es porque Hillary Clinton nunca sabrá dominar sus sencillos, comunes y concretos temas de conversación.
En contraposición, está el señor Trump, que por ser simple e inculto, domina el pensamiento común a la perfección, sabe que a estas personas hay que tocarles conceptos que van directos al corazón, y darles autoestima, porque sí, lo último que tienen estas personas es autoestima y es de lo que más necesitados están. Donald Trump les infla el ego, y ellos, cómo no, se corren de gusto, porque están hablando de ellos. Por primera vez en la puta vida de EEUU, alguien importante les habla directamente a ellos y ellos son el centro de atención, y ya sabemos que en las sociedades occidentales, aquejada de todo mal espiritual que haya sido catalogado a lo largo de la historia de la moral, no hay nada que más le importe más que el ser el centro de todo, como un hombre invertido del Renacimiento.
Y, ya por último, pero no por ello más importante. Merece un comentario aparte el hecho de que las redes sociales más importantes del mundo occidental hayan bloqueado las cuentas de Trump hasta que Biden sea presidente. Esto es una muestra más de que aquí quien corta el bacalao ya son las grandes empresas, las corporaciones, globales, transnacionales, y que el poder de los estados, y de las personas elegidas democráticamente por los votantes, se quedan fuera de juego si los dueños de estas empresas decide cortarles los altavoces.
Y esto es un aviso a navegantes, porque lo mismo puede funcionar en un sentido que en el otro. El día de mañana, si la revolución que lleve a la utopía no le viene bien a estos grandes faraones, pues entonces, ellos tienen el poder, el control de los medios, y ‘puto peota’. Con lo que estos pensamientos alternativos, si van contra sus intereses, pueden sentirse coartados o incluso apagados por estas grandes corporaciones. Nada que no haya pasado antes, por cierto, en la historia del poder, pero esta vez, es ya algo evidente.
El movimiento Trump, como el de otros lugares, recuerda un poco a la revolución contra-intelectual de Nexo en La Revolución Invisible, y claramente, es algo que va a dar que hablar a lo largo del siglo XXI, porque ahora las masas tienen un papel más importante aún de lo que quizás Ortega y Gasset fue capaz de vislumbrar a principios del siglo XX, el hombre-masa que piensa, que tiene derecho a todo aunque no haya hecho nada por lograrlo, el hombre-masa, que comete faltas de ortografía al escribir por what’sapp y le suda mucho la polla y yo diría más, cuando le corriges, se molesta; el hombre-masa, que piensa que siempre tiene razón, el hombre-masa, con un ego enorme, que se exhibe vergonzantemente a través de Facebook e Instagram; el hombre-masa, el que está orgulloso de no saber, el que opina de todo sin ser especialista realmente de nada, el hombre masa que cuando accede a dos propiedades ya piensa que es rico, y se siente superior a aquellos que han tenido menos suerte, y que como Margaret Tatcher les hizo creer, es la fuerza del individuo la que es superior a la colectividad, y que hay que concentrarse en tu piso, tu trabajo, tu piso y tus vacaciones, y comprar todo lo que puedas en el centro comercial e irse de vacaciones, y a los demás, que le den tomate, nada de colectividad, de sociedad común, de amar al prójimo, de pensar colectivamente.
Suele decirse que la derecha capitaliza más fácilmente el pensamiento de los ignorantes porque les da lo que ellos quieren, mientras que la izquierda, al ir en la vanguardia del pensamiento, tiene que hacer un doble trabajo, muy lento, y muy difícil, de conciencia social y de trabajo en comunidad. Este tejido tan débil, en el mundo de hoy, tiene una enorme potencialidad para una sociedad global utópica que se construya no en torno al dinero o al interés, sino en base a amor.
Y si no se lo creen, pasen y lean La Revolución Invisible, caminen hacia la utopía, porque como dice Cervantes en dicha obra, un súper mundo feliz es lo que nos espera.
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