Amazonia, la explotación del hombre por el hombre en los nuevos campos de algodón (53)

A estas alturas del siglo XXI, tenemos serias dudas de que Marx hiciera bien en publicar El Kapital. La razón es bien clara: es el libro de la cabecera de La estructura del mal, y el libro invisible para sus verdaderos destinatarios, los explotados por el capital.

Existen muchos ejemplos en la sociedad global de hoy en día de explotación del hombre por el hombre, pero quizás el más patente y el más sangrante sea el de la empresa Amazonia.

Yo, que ahora me he hecho rico aplicando las últimas técnicas del aprendizaje automático al trading de empresas de videojuegos, me dedico a infiltrarme en estas maquinarias de explotación para sufrir en carne propia, su forma de operar.

Y ha llegado el momento de compartir mi última aventura a este respecto.

Me he infiltrado en Amazonia. No me ha costado mucho superar las entrevistas de trabajo, un chavalito del barrio al que llamamos el Julito me ha dado unos cuantos consejos para superarla.

El primer día de trabajo llegué a casa con abujetas, que dicen por ahí. Y el segundo, también, y al otro también. Los empresarios americanos no han abandonado las lecciones aprendidas de la era de la esclavitud, y tal y como me dijo el Julito: vas a saber lo que es trabajar en un campo de algodón, y, efectiviwonder, así fue.

En Amazonia trabajamos por objetivos, y nos hacen contratos por siete días, empresa de trabajo temporal, mediante. Es decir, nos roban plusvalía por todas partes, incluida las tasas del estado. Es un puto sinvivir.

Tanto miedo se tiene a perder esta última forma de sustento, y estar de nuevo, como yo llamo, fuera de la piscina, que trabajamos que nos las pelamos. Porque como dicen los patronos de la vieja escuela, ahí fuera hace mucho frío.

Y tanto que sí, estar fuera de la piscina pasa para la gente “como yo“, (los que solo sabemos hacer cosas que todo el mundo sabe hacer), pasamos largas temporadas en el paro, y, como todos sabemos, no hay nada peor que estar en el paro, es la forma más cruel que hoy existe de deslegitimización social; te pueden oler los sobacos a diez quilómetros a la redonda, tener los dientes torcidos, ser un ser humano desconfiado e incluso psicópata, como DES, (el cual trabajaba de funcionario público y era amado por sus compañeros), pero si estás en el paro, eres escoria, pero escoria de la buena, y la gente te compadece, cuando no te mira en plan nazi, justificando tu exclusión social, echándote a ti la culpa, en plan pues haber estudiado. Siempre es más fácil culpar al individuo, que es algo concreto, y que tiene un cuerpo al que atacar, que culpar al sistema, que es algo abstracto, que solo te sabe a mierda al principio, porque luego te acostumbras, cuando te ingresan tu ínfima cantidad de dinero en el banco, para poder seguir tirando y otra vez, a volver al campo de algodón. Y ahora con esto del bicho del coronavirus, nos han metido el miedo en el cuerpo, y, claro, aquí todos sabemos quién va a pagar el pato, que somos los de siempre, esto es, nosotros, los corkis.

Me gustaría que alguien saliera gritando en uno de los ‘campos de trabajo’ de Amazonia: todo el poder para los corkis, pero esas cosas solo pasan en mi imaginación. Y la realidad es muy diferente, y si no, pasen y lean.

El otro día pasó algo muy violento. Resulta que cómo nos damos tanta prisa que nos arde el culo trabajando, al parecer, cumplimos objetivos antes de tiempo y atención por favor, atención, LOS NAZIS DE LOS JEFES BAJARON A HACERNOS UN PASILLO A APLAUDIRNOS.

Nosotros, los corkis no sabíamos muy bien como comportarnos. Algunos embebidos, (llamamos así a aquellos que se creen la ideología sectaria del corporativismo), se sintieron henchidos de orgullo, sin ser conscientes de la forma más chabacana en que les estaban manipulando; otros sintieron que formaban parte de esa empresa, o, por mejor decir, formaban parte de algo, como cuando uno dice que es del Real Madrid o del Barcelona, aunque en realidad, ni pinchan ni cortan, y su único poder de decisión o de participación en los beneficios se limita a escribir, cual si fueran analfabetos funcionales, una x, un 1 o un 2 en la quiniela. Pero, sin embargo, los que remotamente, y quizás porque tengan un mayor número de conexiones neuronales superior a la media, teníamos una cierta conciencia de clase, nos sentimos muy violentados, como si nos hubieran follado por el culo con un plátano, y nuestro violador nos dijera que nos lo está haciendo con mucho amor.

Así es como funciona La estructura del mal, y no me cansaré de citar este ensayo de la Abbot, porque es imprescindible para conocer sus estrategias encubiertas, entre ellas, y la más importante, la técnica de la usurpación del bien. El mal siempre toma aspecto del bien, porque de lo contrario se haría insufrible. Obviamente, ya no se hacen cosas nazis así en abierto, porque en su día ya les dieron para el pelo, y además, se pagó una factura humana demasiado alta como para volver a exponer abiertamente sus técnicas. Ahora, hay que disfrazarlo de filosofía del bien, de los jefes que aplauden a los obreros, por haber llegado a objetivos, pero me cago en todo, ¿es que nadie se da cuenta de que detrás de los aplausos no hay participación de las ganancias, ni mejores contratos de trabajo, sino la misma mierda seca al día siguiente?

¿Qué coño significa ese aplauso entonces? ¿Mira qué gilipollas eres, que trabajas casi gratis para mí, en un tiempo récord y no me pides nada más a cambio?

Sí, por eso nos llaman los corkis, porque nos la meten doblada una y otra vez y no nos damos cuenta, porque tenemos tan poco tiempo, que llegamos a casa, nos ocupamos de las labores cotidianas, y si acaso, al final de la noche, nos encendemos un cigarro o nos relajamos con un poco de hachís y una peli de NetFlix, y hala, al día siguiente, al tajo otra vez.

Y así, un día y otro, un mes y otro, un año más otro, un siglo tras otro. No hacemos más que darles argumentos a los extincionistas.

Yo, por mi parte, me ocupo de arrancar hojas del capital en mi casa, que doblo cuidadosamente y me dedico a guardarlas a escondidillas entre los abrigos de mis compañeros de trabajo. Podría mandarlas por guasap, pero ya sabemos que por guasap, todos se malinterpreta.


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