Bitácora de un conspiranoide hipocondríaco de coronavirus, Capítulo de obra

La pantonia (16)

Mi suegra, que es una mujer muy inteligente pero sin muchos estudios, tiene problemas con las palabras del léxico culto, y cuando escucha una, ella lo adapta a su variante popular, a su fonética, y así ya nunca se le olvida.

Así que la pandemia, a partir de ahora, es la pantonia, una etimología popular basada en una analogía que sólo ella conoce, pero que ha tenido tal exitazo que hasta mi familia, ya he dicho que somos pudientes, ha incorporado esta palabra a su léxico íntimo familiar cotidiano.

Al principio, era como una forma de acordarse de mi suegra, y de mostrar superioridad intelectual, y la imitaban con cachondeíto, pero luego se convirtió en una costumbre, y es que me he dado cuenta, a partir de este episodio, de que hay un deseo oculto en mi clase social de formar parte del pueblo, de ’ser normales’ por decirlo así, y esto les hace imitar la forma de hablar de las clases populares, su acento, e incorporar innovaciones lingüísticas de abajo a arriba, que los señoros de la RAE no van a recoger nunca más, porque se avergüenzan de esta debilidad de clase, de este deseo, casi sexual, por abandonarse, por no ser tan estricto con uno mismo, de ser espontáneo, de no sentirse constreñido por la norma que te impone hablar correctamente, para que no digan que eres un inculto.

Libertad, libertad y libertad. Eso es lo que deseamos, liberarnos de la súper estructura que nos hace reprimir nuestras emociones, que nos hace fantasear sexualmente con que nos acostamos con nuestra criada, con una prostituta, con gente inferior culturalmente a nosotros, porque estamos hasta los cojones de ser los responsables, los que tiran del estado para adelante, de ser ese 20% que ayuda a ese 1% a forrarse a espuertas, a cambio de un bienestar por encima de la media. Se lo repito una y mil veces a mi familia en todas las nochebuenas, antes de que me recuerden la norma de no hablar de política en la mesa, les digo que nos vendemos muy barato, por muchos viajes a la selva negra de Alemania o a los fiordos que hagamos.

Yo, que vengo por parte materna de una familia de médicos de alto prestigio, que trabaja en la pública pero que se forra por las tardes en la privada, puedo decir bien alto y claro, y lo siento de nuevo por el uso del lenguaje patriarcal, que estamos hasta los mismísimos cojones de comernos el marrón de gestionar la pandemia, mientras que los subnormales de los políticos no hacen más que tomar decisiones egoístas para salvarse su culo, mientras que nos ponen en peligro a nosotros, en el caso de lo médicos-pijo-burgueses y de las enfermeras, que se están comiendo todo el marrón, mientras ellos solamente hacen que echarse las culpas unos a otros y cobrar a fin de mes sus sueldos de políticos y sus dietas, sin haber hecho nada, absolutamente nada más que dar órdenes y salvarse su culo, REPITO, porque de buena tinta sé que cuando llegaban a Madrid vuelos militares de aviones cargados de mascarillas, les estaban diciendo a los hospitales que no había para ellos, y yo me pregunto, para quién eran todas esas mascarillas, y claramente, eran para ellos, es decir, para los que piensan que son más imprescindibles que los de abajo, y que si ellos mueren, todo se va a la mierda, mientras que si muere un viejo o en una residencia, los no aptos, no pasa absolutamente nada. ¿Quién va a reclamar esa muerte? ¿Quién va a tener los arrestos y el dinero para denunciar a los que tomaron la decisión de no atender a los viejos de las residencias? N-A-I-D-E.

Claramente, la clase obrera ha cambiado mucho, hasta el punto de no reconocerse a sí misma como tal, y es en esta clase de episodios donde se demuestran que los don nadies siguen siendo los mismos y siguen siendo prescindibles, mierda seca, que solo sirve para producir y cuando deja de hacerlo, se le aparca en una residencia, para que otro sector económico se forre y les termine de chupar la última sangre que les queda, y luego mueran los primeros, porque total, son coches viejos que se aparcan para que sus hijos puedan seguir produciendo para poder tener acceso, como siempre digo, a los bienes de este paraíso distópico, y ellos, no lo saben, y qué bien de nuevo ha hecho la clase burguesa al hacerles pensar que todos ahora somos clase trabajadora, o séase, que todos somos burgueses, que todos somos clase media, pero al final, la verdad verdadera que tratan de ocultar, sale a la luz.

UF, me he vuelto a ir en una digresión; alguien diría que es mi mente arborescente de Asperger, otros dirán que son los porros, pero en cualquier caso, para resumir el asunto de la pantonia, nosotros, los pijos aburguesados, no es que queramos ser normales, queremos ser libres. Y si tiene que haber violencia para alcanzar esa libertad, que corra la sangre. Aunque sea por nuestras venas.

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