–Anicka, es un gusto verte de nuevo. Cuéntame, cómo te encuentras.
–Muy bien, señorita.
–Y, dime, ¿qué has hecho hoy?
–Leer.
–Leer. Leer es bueno. ¿Qué has leído?
–Un cuento.
–Un cuento. Magnífico. ¿Te gustaría contarme el cuento?
–¿Puedo contártelo? Me lo he aprendido de memoria.
–¿Es una petición o una pregunta?
–Una petición. ¡Qué preguntas más raras haces, Eliza!
–Eliza no es rara, simplemente no le gustan los malentendidos. Está bien. Acepto.
–¿Empiezo ya?
–¿Es una petición o una pregunta?
–Una pregunta.
–Sabes que no puedes hacer preguntas. Cuenta tu cuento, por favor.
–Está bien, empiezo a leer:
Había una vez una investigadora llamada Dennis Ritchie que trabajaba como becaria precaria en el departamento de Neurología de la universidad de Philadelphia. Un día, Dennis descubrió algo que cambió el futuro de la especie humana para siempre. Gracias a un sueño, había hallado una diferencia palpable, tangible, entre el cerebro del psicópata y el cerebro del ser humano no-psicópata. Al parecer, el cerebro del psicópata no segregaba la misma cantidad de sustancias químicas en la zona responsable de las emociones que en un cerebro no-sicópata. El sueño de la noche anterior había consistido en una serie de acontecimientos deformados del fin de semana que acababa de pasar. Dennis había ido a una barbacoa en la que había conocido a una señora que se ganaba la vida con el Treiki. Esta señora decía tener en su casa una cámara a través de la cual se podían observar en colores el aura de la persona. En su sueño, Dennis, que llevaba mucho tiempo pensando en una solución para identificar el cerebro psicópata, estaba bajo el trapo negro de una cámara de principios de siglo veinte, un daguerrotipo, las primeras máquinas que captaban la realidad que gracias a la luz podemos ver. En este caso, ella se encontraba fotografiando un cerebro humano partido a la mitad. Disparó el flash, toda la sala se iluminó con la instantánea, y, de pronto, salieron dos imágenes. En la primera, había tres enanitos como los del cuento de Blancanieves acarreando carretillas con montañitas de materiales de tres colores. En la siguiente foto, había muchos duendes, y no estaban alineados como los otros, sino que poblaban irregularmente toda la foto. En la carga de sus carretillas, había multitud de flores con todos los matices del arco iris.
–Qué bonito, ¿verdad, Eliza?
–¿Has terminado?
–No.
–Continúa.
–Al día siguiente, Dennis se levantó sin recordar nada y comenzó a vestirse. Pensó en qué se iba a poner y recordó su incapacidad para combinar los colores. Y, justo en este mismo momento, fue cuando se acordó rápidamente del sueño sobre el cerebro, los duendecitos, los colores y las flores. Una hipótesis le rondaba la cabeza. Llegó al laboratorio, esperó pacientemente hasta que terminara el día y todos se fueran yendo y comenzó a hacer lo mismo con la máquina del laboratorio que había hecho en su sueño con el daguerrotipo. Y fue entonces cuando lo vio. La investigación en la que Dennis trabajaba estaba siendo financiada con presupuesto militar. El número de psicópatas había aumentado de manera alarmante en los últimos diez años, la policía estaba colapsada, había que tomar medidas de prevención. Después del descubrimiento de Dennis, se aprobó una ley que condenaba a pena de muerte a los bebés que fueran psicópatas, y por supuesto, se amplió la ley del aborto a un quinto supuesto, el de que el hijo fuera a serlo. En ese año, la sociedad norteamericana perdía el cinco por ciento de su población anual en manos de los psicópatas; las cosas, por tanto, se estaban poniendo bastante feas. Todo el mundo desconfiaba de todo el mundo, y el índice de participación en las elecciones había rozado sus cotas más bajas. Tanto la derecha como la izquierda estaban de acuerdo con la población no psicópata. Había que prevenir el crimen y no juzgarlo después de que estuviera hecho. También hay que decir que, antes de llegar a este punto, la izquierda optó por un discurso donde defendía la idea de persuadir al psicópata de que no matara. De hecho, se implementaron programas donde se les compensaba por no matar. Esta medida había creado un gran revuelo en la derecha, cuyos periódicos soltaban titulares del tipo “La izquierda en manos de la mafia de los psicópatas”; la derecha decía que era un constante chantaje, que ellos no tenían los mismo derechos, y que, por eso, no tenían el derecho a la vida, porque no la respetaban en los demás, y por tanto, eran peligrosos y ahora, además de eso, eran caros, la sociedad pagaba para que ellos no les mataran. No obstante, a pesar de las compensaciones en dinero y poder (con lo que los sicópatas pasaron a tomar puestos de responsabilidad en la sociedad a cambio de no matar), la mitad de ellos cumplió con el programa y la otra mitad no pudo resistirse a matar. Con lo cual, después de grandes manifestaciones populares en las ciudades más importantes del país, hubo un gran pacto entre los partidos políticos para aprobar la ley de matar a toda la población psicópata en suelo americano, lo que equivalía a matar, se calculaba, a un millón de personas. El problema era cómo conseguir que la población se hiciera la prueba de Dennis, el escáner cerebral. Para solucionarlo, se promulgó otra ley que decía que aquel que no se presentara a la prueba perdería su ciudadanía y sus derechos, además de ir a la cárcel automáticamente. Mucha gente se asustó. Cundió en ella el pánico de pensar que tal vez lo fueran y no lo supieran. Entonces, la gente se echó a la calle y nunca jamás se vendieron tantos libros sobre psicópatas en toda la historia de los libros y de Internet. Fue así cómo muchas personas se suicidaron dejando una nota confirmando su sentido del deber patriótico por creer que eran psicópatas ya que habían leído los libros y habían reconocido muchas conductas de los mismos, si bien nunca habían llegado a matar. El número de suicidios se multiplicó por cinco solo a seis meses después de la aprobación de esta ley. La situación se estaba volviendo, a estas alturas, bastante insostenible. Los gobiernos habían demostrado su ineficacia para tratar el problema, morían los que no debían, sobre todo porque los psicópatas seguían matando más que nunca; además, el miedo hacía que la gente se aislara, con lo que jamás había sido tan fácil matar como hasta el momento. Para colmo, la policía descubrió la existencia de redes sociales de psicópatas en Internet. Este hecho intentó ocultarse a la población durante unos meses, pero, finalmente, la información terminó filtrándose y saliendo a la luz. Los psicópatas tenían sitios en Internet donde habían convertido el acto de matar en un arte; allí se explicaba todo tipo de conocimientos para proporcionar más placer durante el acto; se aplicaban las nuevas tecnologías al tratamiento de las torturas y de la ocultación del cadáver, y siempre había, para colmo, una buena batería de trucos para engañar al no psicópata para que confiara en su asesino. Fue así, por tanto, cómo se inició una gran separación entre los dos tipos de población. La tensión fue en aumento. El gobernador de Ohio decidió retransmitir por Internet y TV las condenas a pena de muerte de todos los psicópatas encarcelados del estado. Ahora los no psicópatas eran los que se deleitaban viendo morir a los psicópatas. Al cabo de seis meses, supuestamente, se había eliminado el uno por ciento de la población ahora ya catalogada explícitamente por los medios de comunicación como la otra raza. El crimen disminuyó y todos los americanos, instituciones y medios de comunicación acordaron que muerto el perro, muerta la rabia. Con lo que se dispusieron a agilizar los trámites para la captura, prueba y eliminación de los mismos, y se propuso la cárcel de Guantánamo como un gran centro de concentración para el exterminio de aquella raza sin emociones. Después de la emisión de esta noticia, hubo un corte brusco en la señal eléctrica y todas las pantallas de televisión se quedaron por unos segundos en negro para aparecer, acto seguido, una imagen de una mujer joven de dieciséis años ataviada con un uniforme, declarando la guerra a los humanos no sicópatas. Las imágenes que se emitieron después horrorizaron al mundo entero. Un hombre vestido de carnicero descuartizaba viva a Dennis, la descubridora del cerebro psicópata. Cada parte fue mandada a la gobernación central de cada estado. Y su cerebro fue enviado a la Casa Blanca, con una tarjeta de felicitación, con motivo del cumpleaños del señor presidente. Este acto de provocación había asustado más aún si cabe a la población por la superioridad demostrada en las dotes de organización de esta nueva raza cuya red virtual se había transparentado en una red social real. Así pues, la guerra había comenzado. Los psicópatas mataban por doquier. Y el ejército perseguía y mataba ya directamente, sin juicio previo, a todos aquellos que habían decidido no presentarse a la prueba. La guerra había comenzado, y en el primer mes ya habían muerto medio millón de personas, ya que ahora cualquier excusa era buena para matar, y las leyes no penaban a aquellos ciudadanos que mataran psicópatas, siempre que después se demostrara, tras el análisis de su cerebro, que lo eran. En el caso de que se equivocaran, se consideró como atenuante, a la hora de juzgar la equivocación, el número de psicópatas que se hubiera cazado previamente. Como se puede observar, se desarrolló toda una terminología para hablar de esto. Toda persona no psicópata tenía, por tanto, derecho a un arma gratis y derecho a matar a un psicópata en legítima defensa. Los psicópatas, por su parte, se convirtieron en verdaderas máquinas de matar. En muchas ocasiones, llegaban a un pueblo perdido de la América rural, lo asediaban y terminaban matando en una noche a todos sus miembros. América y el resto del mundo eran ahora tierra de sangre y dolor condenada a muerte.
–¿Ya has terminado, bonita?
–Sí, Eliza, ya he terminado. ¿Te ha gustado el cuento?
–Sí, gracias. ¿Quién lo ha escrito?
–No, lo ha escrito una persona del futuro que ha venido a mi tiempo para decirme que este será un extracto del comienzo de mi biografía.
–Anicka, eso es imposible.
–Eliza, ¿cómo va a ser imposible? El futuro será de los humanos con dos siglas.