Capítulo de obra, Conspiración Black Swan, El leal

Control cultural: El presidente de la empresa DH y la alcaldesa demócrata de Nueva York reconceptualizando los espacios públicos (79)

–Los desayunos en Tiffany’s son sencillamente deliciosos.

–Me alegra saber que no es una de esas mujeres que viven todo el tiempo obsesionada por los quilos.

–Afortunadamente no engordo y, afortunadamente también, tengo otras cosas más importantes en las que ocupar mi mente, como, por ejemplo, la de llevar a buen puerto esta operación.

–¿Sabía que yo soy un gran lector del teatro barroco europeo?

–Ah, sí, qué interesante. ¿Shakespeare? ¿No?

–Bueno, Shakespeare, Calderón de la Barca, Molière, Cervantes…

–Shakespeare es un maestro de la palabra.

–Yo diría que es un maestro de la imagen. Este autor transmite conocimiento en las metáforas que utiliza.

–Sí, es cierto. Además, el teatro en esa época era igual que ahora el béisbol aquí o el fútbol en Europa, una actividad social de masas. ¿No es así?

–No puedo estar más de acuerdo con usted. El teatro fue durante muchos siglos un medio de adoctrinamiento social. Por eso, es mejor que liberemos a los teatros de las garras del Estado, como en el régimen comunista o en la época de los reyes, y aseguremos la libertad de creación.

–No puedo estar más de acuerdo con su punto de vista. Pero estará de acuerdo también en que los políticos tenemos que mirar por lo que quiere la gente.

–Vosotros, los políticos, no veis personas, veis votos. Seamos francos.

–Bueno, yo no lo diría así, de ese modo, pero lo importante es que lleguemos a un acuerdo sobre este asunto y yo veo que los dos tenemos una actitud positiva para llegar a buen puerto, ¿no?

–¿Por qué las mujeres siempre que termináis una afirmación decís ¿no?? Eso es una muestra de inseguridad.

–Bueno, a lo mejor, lo que para los hombres es una muestra de inseguridad, para las mujeres, es una estrategia de cortesía; tenemos nuestro propio manual de buenas maneras para alcanzar acuerdos, de generar diálogo, ¿no?

–Me gustan las mujeres que defienden su estilo. Estupendo. Negociemos pues. ¿Le parece bien esta cifra?

–Tiene usted una caligrafía muy bonita. Me parece bien. Solo que yo, en tanto que tengo una promesa con mis votantes, debo asegurarme de satisfacer su demanda cultural.

–El estado es libre de interpretar las obras de teatro que quiera, al igual que lo es la empresa. Si ustedes quieren representar las obras de Zizek, estupendo, estamos en un país libre, ahora bien, me parece un poco injusto que se nos pida a nosotros que, encima, lo representemos en nuestros teatros.

–Bueno, vale, pero ese es un planteamiento de las cosas. Un planteamiento que no tiene en cuenta que a ustedes no les mueve el altruismo, no están haciendo un bien a la sociedad, solamente están vendiendo marca para ganar dinero. Y su empresa, en concreto, gana cantidades astronómicas de dinero solamente vendiendo marca. Ninguna etapa de la producción del producto os compete. Están ganando dinero sin estar haciendo prácticamente nada. Unir cultura y negocio es también un negocio.

–¿Y es acaso un delito? Porque, tal y como usted lo está poniendo, deberían detenerme por ser un delincuente.

–Perdone, no he querido en ningún momento insinuar eso. El ayuntamiento de NuevaYork debe reservarse el derecho a que el 25% de las obras que se representen sean competencia suya.

–¿Para representar obras que defiendan los intereses del partido demócrata? ¿Quiere usted que metamos al enemigo en casa?

–Estamos defendiendo el interés público.

–Ya, ya, ya. Bueno, le ofrezco decidir sobre el 40% de las obras siempre y cuando estos autores no se representen.

–El cincuenta por ciento con lista negra.

–Es un placer haber desayunado con usted. Estaba todo realmente delicioso. Me encanta disfrutar de la naturaleza femenina en su estado más puro. Hemos llegado a un acuerdo tal y como se ha propuesto, ¿está contenta?

–Todos debemos estar contentos, cuando se coopera, todos seguimos ganando. Es una cuestión de energías. ¿No le parece?

–Muchísimas gracias por todo. Yo pago.

–No, hombre, no, hay una cantidad del dinero del contribuyente reservada para estos encuentros.

–No se preocupe, déjeme invitar a una dama y, en última instancia, a los ciudadanos de esta ciudad. Acepte mi invitación, soy un viejo chapado a la antigua. Un caballero de los de antes.

–Está bien, muchas gracias.

–No hay de qué, señora.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: Este contenido está protegido, no puedes copiarlo ni publicarlo en otro sitio web.