–Y yo me pregunto: pero, ¿es que el Señor nos puede exigir que oremos con perseverancia cuando tenemos la sensación de que nuestra oración cae en el vacío? Pedimos paz y cosechamos penas. Pedimos justicia y todos los días en carne propia y en otras carnes vemos que la injusticia se ceba. Pedimos dignidad para todo ser humano y contemplamos cómo los derechos humanos son pisoteados al igual que la libertad de pensamiento y de religión. Pedimos amor y fraternidad, y no hay más que egoísmo. Cada uno busca lo que le interesa, aunque tenga que pisotear al prójimo. Vemos que Dios nos ha puesto todos los bienes para beneficio de todos, y vemos que estos bienes son de explotación para y por los más poderosos y más ricos, creando cada día más pobreza, más hambre, más destrucción. Señor, ¿es que nuestra oración sirve para algo? Al hombre de hoy día, lo elemental se le ha olvidado. Cuando decimos Yo te amo, queremos decir que yo te he entrañado. El mandamiento de la última cena, amaos como yo os he amado, es la esencia del evangelio. Todo esto hace mucho tiempo que lo sabemos. Hoy, pues, nuestro problema no está en saber, está en ejercitar. En practicar. Y por eso, esta frase del Señor es imperativa y es necesario recordarla. Nuestra experiencia nos dice que nunca habrá una lección tan repetida y tan aprendida, y probablemente menos practicada. Se impone, pues, ir a la escuela. A amar se aprende practicando. No le podréis decir a nadie que le amas si no estáis dispuestos a empatizar con él. ¿Y qué es empatizar con él? Pues unirme en su sufrimiento, si está sufriendo, para tratar de quitarle el sufrimiento, y unirme en su alegría, si está contento, para ser feliz con él y multiplicar la alegría; y ser, en definitiva, esa medicina que, según cómo está el cuerpo, hace una cosa u otra. Eso es el Amor. Ama como filosofía de vida. No te preocupes de lo que das, no te obsesiones en recuperarlo. Si prestas dinero, no seas usurero. El interés está condenado por el mensaje de Jesús. Se impone aprender a amar, a dar sin interés. Debemos dirigirnos hacia una banca social, donde el dinero sea de todos, donde el pueblo le preste dinero al pueblo sin interés. Si yo tengo que pintar mi casa, el pueblo me deja el dinero. Así yo daré trabajo con ese dinero a un pintor que me pinte la casa. Ya estoy reciclando e invirtiendo el dinero, creando trabajo y sin interés. Es importante que el dinero se mueva de manos, acumular es inútil, tan absurdo es acumular cajas de zapatos como acumular montañas de dinero. Debemos saber que el pobre no tiene la culpa de ser pobre. La clase obrera y media debe saber que cuanto más se endeuda, más se empobrece. La parábola que hemos leído aquí hoy nos habla de los pobres. El evangelio de hoy nos habla de la gente que está tirada, de la gente que no cuenta, de la gente que no vale, de gente que está pasando necesidad hasta lo último, hasta el final. Nosotros hemos venido con nuestras galas, nos hemos puesto bien guapos para la eucaristía y, de repente, Él nos dice ¿habéis abierto la puerta y habéis mirado? En la parábola de Lázaro, el primer problema que tiene ese rico que está sentado a la mesa y que está banqueteando, el primer problema que tiene, como digo, es que no ha abierto la puerta. El primer problema que tiene es que ni siquiera ha visto a Lázaro. Su primer problema es que está tan ocupado en lo suyo, su primer problema es que tiene tantas cosas que hacer y tantas cosas que le preocupan que no ha tenido tiempo de mirar a ver si en su puerta había alguien. Si estamos sólo mirándonos a nosotros, si sólo miramos nuestra mesa, nuestra comida, nuestra historia, nuestras leyes, nuestros problemas, jamás abriremos la puerta. Y, si jamás abrimos la puerta, no veremos al que está tirado. Una vez abierta la puerta, tenemos que aprender a mirar. Podemos decir es de otra raza, es que no es igual que yo, es que no se expresa como yo, no tiene los mismos códigos sociales que yo, etc. Podemos mirarle de un montón de maneras o podemos mirarle con amor. Lo primero que tendríamos que aprender con ese Dios es a mirar a los pobres como lo que son: hermanos tuyos y hermanos míos, y personas que tienen los mismos derechos que los ricos, que todos somos iguales. Vivamos la eucaristía convencidos de que podemos hacer un mundo distinto y mejor donde cabemos todos, que eso no es un sueño, que eso no es algo que decimos porque estamos en misa, tenemos que decirlo porque creyendo, con la fuerza de la fe, realmente es posible imaginarlo. Así pues unánomos todos con nuestras manos para recibir con el corazón abierto la inminente llegada de otros mundos posibles, tantos como comunidades hay sobre la faz de la tierra.