Alexia y Mac Cain, o de cómo intentar hacer amistad en una biblioteca (63)

–¿Te importa que me siente aquí enfrente?

–Esta biblioteca es enorme y esta es la única mesa ocupada por la única persona que está aquí estudiando, que soy yo. ¿Por qué no dices directamente lo que quieres? Estoy ocupada y no tengo tiempo para conversaciones de compromiso ni para la cortesía social. Si te aburres, yo también, y ¿qué es lo que hago? Pues coger un libro y no molestar a la gente con mis historias, que, por otra parte, no son nada interesantes, ya que la gente siempre tiene los mismos temas de conversación, repite la información una y otra vez hasta la saciedad, y lo único que cambian son los nombres propios. El lenguaje es infinito, pero la cultura hace que siempre sean las mismas expresiones las que se repitan una y otra vez, los mismos discursos, todo siempre es lo mismo, un puto coñazo.

–Yo solo quiero sentarme aquí.

–A ver si es verdad, y tú mismo. ¿No dicen que este país es libre? Pues ya sabes, ejerce tu libertad. Y no hagas mucho ruido si no quieres que me vaya a otra mesa.

–No, no te vayas, me gusta el calor humano, estar rodeado de gente, no soporto la soledad. Prefiero estar contigo (y eso que todavía no has despegado los ojos del libro para mirarme) que sentarme en una mesa solo. Desde luego, qué confiados sois vosotros los intelectuales; te podría haber dejado fría de un tiro en la cabeza y ni siquiera te habría dado tiempo a saber quién era la persona que te había quitado la vida.

–¿Quién eres? ¿Y por qué estas con un sombrero tejano en una biblioteca de Nueva York? Mi madre decía que en la viña del señor siempre tiene que haber de todo, y qué razón tenía la pobrecita mía.

–¿Es que no conoces el lenguaje de los sombreros?

–Ay dios, ¿tú eres paciente o cliente de Un Mundo Feliz?

–Paciente.

–Me lo suponía.

–¿Por qué? ¿Por lo del sombrero? En mi tierra todo el mundo conoce el lenguaje de los sombreros.

–Y tú, ¿de dónde eres? No me lo digas, ¿del planeta vecino al del Principito?

–No, soy de la tierra de los Lush.

–Por favor, no mientes ese nombre en mi presencia si no quieres que te devuelva aquí mismo en tu… ¿Qué estás leyendo? Género y sexo en las…

–Hablas mucho y escuchas poco. Todavía no te he contado lo de los sombreros. –Pero, ¿tú te crees que me interesa?

–¿Y por qué no te iba a interesar? Tú eres lingüista.

–¿Y tú cómo sabes eso? Espera, yo a ti te conozco, pero no logro ponerte sitio.

–Nos conocemos de Un Submundo Feliz. Yo me acuerdo perfectamente de ti porque me contaron que estabas loca, que el día de tu lectura de tesis te pusiste a bailar sevillanas; desde entonces soy forofo de las sevillanas, te lo juro.

–Pero… ¿Esto qué es? No entiendo nada ya aquí. Esto es lo más surrealista que he vivido nunca. Pero, ¿cómo es posible que estemos los dos aquí de nuevo, diez años después, aquí, y como pacientes? Esto no puede ser casualidad.

–No te creas. He visto casualidades más raras. Por ejemplo, tú sabías que el sexo de algunas especies se decide en función de la temperatura. Si la temperatura de incubación es tanto, es hembra, si, en cambio, es de tanto, es macho. Sí, señorita, como lo oye. La naturaleza está llena de azar. Lo he leído en este libro. Yo antes nunca leía gilipolleces, pero aquí me aburro tanto que me ha dado por leer de todo.

–Pero, ¿qué haces hablándome de estas cosas? ¡Reacciona! Esto no puede ser casualidad. Tiene que haber una causa.

–A ti estas cosas también te preocupan. No digas que no. De hecho, si tengo este libro, es gracias a ti. Por eso he venido a verte. Para que lo comentemos. ¿No es eso lo que se supone que hacéis vosotros los intelectuales? ¿Hablar de libros? Te escuché el otro día en sueños preguntándote delante de Eliza por la razón de que el clítoris estuviera fuera y no dentro de la vagina. ¿Cómo es posible que no lo sepas? Tú, que eres premio Nobel. El cerebro vende expectativas, ex-pec-ta-ti-vas, señorita. El clítoris está, pues para eso, para que desees que te penetren, te engaña diciéndote que te va a gustar, lo que pase después, ya no es su responsabilidad. Él ha cumplido su labor, te ha vendido una expectativa y tú has picado.

–Muy interesante. Sí, sí, ya, ya. Volviendo al tema de antes, estaba pensando… ¡Ya me acuerdo de tiiiiii! Tú fuiste el soldado con el que querían experimentar volcando su cerebro a un ordenador y metiendo la información otra vez de vuelta.

–Teniente, soldado y teniente Mac Cain, para servirle. Ese soy yo. Aunque aquí piensan que estoy loco. Y así tiene que seguir siendo.

–Si estás aquí cumpliendo una misión, te pido que te alejes de mí y no me vuelvas a dirigir la palabra. No estoy interesada en tu amistad, no hablo con gentuza que trabaja para los faraones.

–La CIA trabaja para el pueblo norteamericano y su bienestar.

–Sí, sí, ya, ya. Claaaro. Y las armas son buenas, el comunismo, el diablo, y la cola una bebida saludable que se recomienda beber al menos tres veces al día. Y, ahora, si me disculpas, me gustaría seguir leyendo.

–Yo defiendo al pueblo americano de las amenazas del exterior.

–Huy qué miedo me dan los indígenas de México, los afganos flipando todo el día con el opio de las amapolas, y los iraquíes… Esos sí que dan miedo, ¿eh? Es para cagarse en los pantalones, viéndolos ahí descalzos, sin un lugar donde caerse muertos.

–No tienen para zapatos, pero sí que tienen para misiles tierra-aire; y además, ¿y tú qué? Tú, bueno, tú… ¿Por qué te fuiste de Un Submundo Feliz?

–¿Que por qué me fui? Hombreeee, yo creo que tienes la razón justo delante de mis narices.

–¿Por mí? ¿Querías temita conmigo?

–¿Excuse me? Me fui porque no iba a poner ni una más de mis neuronas al servicio de la construcción de cyborgs que sirvieran para matar gente. Punto número uno. Punto número dos, todos los experimentos de Un Submundo Feliz sobre el cerebro estaban orientados a domesticar a la gente, a convertirlos en robots. ¿Cómo voy a publicar todo lo que sé del cerebro si van a utilizarlo mal? Ahora ya saben que, si tocan determinadas áreas del cerebro, el cuerpo reacciona inmediatamente, sin pasar por la conciencia. Los científicos de ahora justifican su ambición de manipular el cerebro diciendo: bueeeno, si voy conduciendo por la carretera y el disco se pone en verde, si tengo un dispositivo en la mente que me obliga a parar, sin que yo pueda pensarlo previamente, se evitarían muchos accidentes de tráfico. Y yo me quedo así, con cara de quien no compra el cuento y digo: y si yo soy el rey de donde sea y dicto una ley por la que obligo a todo mi pueblo a ponerse un chip que les obligue a chuparme la polla cada vez que me vean sin pensárselo dos veces, viviré no como un rey, sino como dios, con la cola fuera todo el día y en la boca de una persona diferente cada vez. Los científicos de hoy hacen investigación para los faraones, y lo peor es que no se dan cuenta. Que si el robot soldado, que si el robot mayordomo, ¿a dónde vamos a parar? Un robot mayordomo. Pero, por favor, ¿hacia dónde vamos? Hacemos productos para los ricos, como si todos quisiéramos ser como ellos. Lo mismo te pasa a ti, tú has matado a gente sin saber verdaderamente por qué.

–¿Ves? Las hienas no tienen ese problema. Cuando sienten una pulsión sexual que no puede ser satisfecha, es decir, cuando están cachondas perdidas, se lamen el pene una y otra vez hasta que se calman. Lo he leído en este libro. Maldita columna vertebral, si fuéramos más flexibles, podríamos chuparnos sin que nadie lo hiciera por nosotros.

–Ah, ya, ahora échale la culpa a la biología. ¿Eres cortito o qué? ¿No tienes pensamiento crítico?

–Escucha, yo soy un hombre chapado a la antigua, de viejos valores, de los de verdad. EEUU se ha ido haciendo gracias a gente como yo. Sí, he matado a gente, pero no soy un asesino, lo he hecho porque quiero a mi país, a mi gente y a mis valores. Y porque creía que lo que hacía era necesario. Me he sacrificado por mi pueblo, y muchos amigos que han muerto en el camino también lo han hecho. Ahora tú me estás diciendo estas cosas, ¿te crees que no sé que todo está podrido? No soy tonto, lo sé, he visto de todo, pero llevo trabajando en Seguridad Nacional y en la CIA desde hace cuarenta años porque quiero servir a mi país, no lo olvides. A ti te gusta investigar y no puedes, porque no estás de acuerdo con el modo en que luego se utiliza la investigación, ¿pero yo? ¿Qué hace un hombre de mando como yo, que siempre soñó con proteger a los suyos de los malos, cuando se da cuenta de que los malos son un producto más comercial que la Coca de Cola?

–La vida no tiene sentido. La realidad es demasiado decepcionante. El mundo es absurdo. Es mejor morir y descansar de esta pesadilla para siempre. ¿Me matas por favor?

–Escucha, si llevas el sombrero hacia atrás significa que no quieres problemas, si lo llevas hacia adelante, que los buscas, y si lo llevas de lado, quieres impresionar a las mujeres.

–Muy divertido. No lo sabía. Tú lo llevas de lado, ¿buscas impresionarme?

–Solo de primeras. Ya sé que te gusta Miguel Ángel.

–¿Cómo sabes eso?

–Se te nota.

–Te pido, por favor, que no se lo digas a nadie que me muero de la vergüenza, y mucho menos a él.

–Vergüenza de qué. La vergüenza era verde y se la comió el burro. Lánzate, mujer.

–No, no puedo. Yo no soy así, yo no sé ligar.

–Yo te puedo ayudar. Soy un experto conquistador a su servicio, señorita.

–No, no pienso hacer nada. Esperaré a que se me pase. Eso tiene que venir solo, si haces algo, luego el otro se da cuenta y haces el ridículo total intentando seducir a alguien que no te corresponde.

–¿Ridículo? También soy un experto, JOJOJOJO. ¿Por qué no discutimos todas las posibilidades comiendo en Maxim’s? ¿Tienes hambre? Hoy hacen un solomillo a la pimienta que te mueres.

–Me encanta el solomillo.

–¿Vamos? Nunca he tenido el gran honor de almorzar con una intelectual tan despierta como usted. ¿Vamos? Y, de paso, aprovecho para pedirte disculpas como dios manda.

–¿Disculpas?

–La advertencia de antes tenía fundamento. En una ocasión, en Amsterdan, te disparé.

–¿Cómo?¿Qué hacías en Amsterdan? ¿Matarme a mí? ¿Por qué?

–Pues ahora que me lo has aclarado, doble culpa. Te marchaste de Un Submundo Feliz. No iban a dejar que te marcharas de rositas. A mí me encargaron la faena. Te disparé un dardo somnifero. La idea era que pareciera que te habías tirado del balcón de tu hotel. Suicidio.

–Pero…pero si me tiré yo por voluntad propia.

–Lo sé, tanto el finlandés como yo nos quedamos muy sorprendidos.

–¿El finlandés?

–Pasaporte finlandés, falso. Lo investigé y nada, posiblemente un agente de la KGB. Se alojaba en la habitación contigua a la tuya. Balcón con balcón. El tío paró el dardo, no me preguntes cómo, pero lo hizo. Me lo enseñó, desafiante, entre los dedos, pude divisarlo perfectamente desde dónde te disparé, el balcón de enfrente. Era joven, pero me echó una mirada, que hasta a mí me intimidó. Al instante, tú, ajena a todo, te tiraste.

–Sí, no se me olvida, estaba anocheciendo… No me maté y a punto estuve de matar a aquella cría en su cochecito. Los padres no se explicaban cómo pudo desaparecer del cochecito y aparecer, ilesa, bajo una de las mesas del cofee…

–¿Sabes, Alexia? Creo que tienes angelitos de la guarda.

–Bueno, vamos a comer, pero puede que esté como una verdadera cabra y que todo sea una proyección desde dentro hacia la realidad, hasta incluso tú. Querer es poder. Para colmo tengo una cita en la no-realidad.

–Estupendo, iremos juntos, yo también estoy invitado. Por cierto, que el finlandés también está aquí. Pero no es finlandés, es un extraterrestre y tiene una novia que está como un queso, ya me he hecho amigo de ella, de una manera un poco atípica, pero lo he conseguido, al parecer se viene también a la reunión.


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: Este contenido está protegido, no puedes copiarlo ni publicarlo en otro sitio web.