La crisis de Anicka: Hora feliz on line (59)

–Hola, doctora Eliza!

–¡Hola, bonita! ¿Cómo te encuentras?

–Bien. Aburrida, pero bien.

–¿No te interesa lo que estás aprendiendo aquí?

–¿Sabes qué le dije hoy al profesor Gabriel?

–No. ¿Qué le dijiste?

–Le dije: Gabriel, creo que todo es una única misma cosa.

–Qué interesante, Anicka, continúa.

–Eso mismito me dijo Gabriel. Se me ocurrió así, viendo las diapositivas de las hormigas.

–¿Te gustan las hormigas?

–¡Claro! En África, me pasaba mucho rato mirándolas, pero allí son mucho más grandes. Salen por las noches, como yo, pero ellas salen por el calor. Lo que más me gusta de ellas es su cerebro. Está flotando en el aire, bueno, el de una sola hormiga no, me refiero al cerebro que tienen entre todas ellas.

–Los cerebros flotan en el agua, pero en el aire se caen por el peso de la gravedad, Anicka.

–Bueno, pues los de las hormigas flotan en el aire. Mi profesor Gabriel me dijo que las hormigas huelen lo que tienen que hacer gracias a una cosa que se llama fero… fero…

–Feromonas, Anicka.

–¡Eso! Que es como oler la química; mi libro huele muy bien, pero supongo que no será lo mismo.

–¿Qué supones entonces?

–Pues supongo que todo el hormiguero es un solo ser, pero que no está pegado, como nosotros.

–Los humanos no estamos pegados, Anicka.

–Entonces, si no estamos pegados, ¿cómo se pueden mover todos esos bichitos, las células, todas a la vez? Es porque se han pegado. Por eso, ya no necesitamos las fero… fero…

–Feromonas.

–¡Eso! Si matas a unas cuantas hormigas, el hormiguero sigue viviendo. Si te haces un corte y matas unas cuantas células, tú sigues viviendo. Pero digo yo que, si cada grupo de células amigas se dedica a una cosa, y cada grupo de hormigas, también, y lo otro todavía más chico, las moléculas, hacen lo mismo, y también lo hacen los áto- átonos para formar las moléculas, entonces, tiene que haber algo más chiquitito que se una para formar los átonos, o como se llamen, y todavía algo más chiquitito aún que se pegue también para hacer lo mismo. Pero, ¿por qué decimos que cuando están separadas no es una misma cosa y cuando están unidas sí? Yo pienso que no. Y entonces le dije: profe, creo que todo es una misma cosa.

–El profesor Gabriel habla muy bien de ti. ¿Quieres que te lea las notas que nos ha escrito sobre tus capacidades? Dice que llegas por ti misma a conclusiones fascinantes sin influencia de ningún adulto.

–Ya me lo ha dicho a mí también. Y no solo él, tengo una amiga muy mayor de por lo menos treinta años y muy graciosa que se llama Alexia y que siempre me está diciendo que cuanto más sinapsis verdaderas haga a esta edad, más cerca estaré de descubrir grandes misterios cuando sea mayor, aunque nunca en mi vida lea un libro. Esto es raro. A mí me gusta leer. Aaaay, ojalá pudiera hablarles de toda la gente que estoy conociendo aquí a Ngwamda y a Oüke! ¡Eliza, me pones Internet!

–No, Anicka, ya sabes que no puedes tener Internet.

–¡Porfa, porfa, porfa, porfa! No voy a parar hasta que no me digas que sí. Una vez estuve tres días seguidos y conseguí mi objetivo.

–¡No! Cállate, Anicka, y continúa con lo que estabas diciendo.

–No me grites, yo soy una niña muy sensible.

–Lo siento, Anicka, no te he gritado, te he mandado cambiar de tema.

–Yo solo quería internet para demostrarte que su cerebro es igual que el de las hormigas.

–Todos somos iguales, Anicka.

–Sí, todos somos iguales: negros, blancos, judíos, musulmanes, humanos, vampiros. Porque he descubierto que no me pasa nada. Lo que me ocurre es de lo más natural, algo normal, sencillamente que no soy una humana de vuestro tipo, sino del tipo vampiro.

–¿Crees qué eres una humana del tipo vampiro?

–Tengo una amiga que me dice que yo no soy mala por comer sangre. Según ella, su padre sí que es un psicópata, porque manipula a las personas y, si se interponen en su camino, las liquida sin ningún sentimiento de culpa. En cambio, yo sólo mato para alimentarme, como vosotros. Esto fue lo que ella dijo, pero yo le contesté que yo intento no matar a nadie, solo les muerdo y, cuando veo que se desmayan, paro y, al rato, ya están otra vez andandito como si nada; por eso dejé de morder animalitos, porque se morían enseguida, y luego sentía mucha pena y me tiraba el resto del día llorando. A veces incluso devolvía lo que había comido, y mi madre al ver la sangre, fue cuando me empezó a llevar a los médicos. Solo se murió el amigo de mi padre, pero eso ya te lo he contado, y fue sin querer. Es que era pequeña y no controlaba.

–Matar no es bueno, Anicka.

–¡Que ya lo sé! ¿No te lo estoy diciendo? Mi amiga tiene un novio. Un novio muy alto y muy guapo. Yo me pongo roja cuando me habla. Su novio un día me dijo que en su planeta había muchas personas que eran como yo, capaces de metaarbolizar…

–¿No será metabolizar?

–¡Eso! Metabolizar la sangre directamente, y que utilizábamos la energía que ahorrábamos en ir muy rápido, por eso nos estorban los bolones de la luz.

–Fotones, Anicka.

–Perdón, fotones. La otra noche, el novio de mi amiga y yo jugamos a echar una carrera. Él decía que con su trasladador era imposible que le ganara. Pero el caso es que le gané, y mi amiga le miró fijamente y le dijo: ¿lo ves? Vampira, fijo. Hacía tiempo que no me divertía tanto. Necesito contárselo a mis amigos. Anda, déjame que me conecte, aunque sólo sea una horita. Mis papás me dejan una horita y juego al Final Happy. Es un juego muy chulo donde seis ogros negros quieren arrebatarle las varitas a cinco hadas mágicas, pero no saben cómo hacerlo y las tratan de engañar para capturarlas; lo ogros tienen que conseguirlo antes de que el reloj final llegue a Felicidad, que es lo que los ogros no quieren. Mi amigo Oüke siempre escoge al hada negra, porque es negra; esta hada es más fuerte que las demás y tiene la varita de la vida. Yo siempre juego con el hada roja, porque es rápida y tiene la varita de la inteligencia, así siempre me escapo de las trampas. El reloj se está acercando a la hora final. ¡Ay, Eliza, que me lo voy a perdeeer! ¡Déjame que me conecte, sólo hoy, porfa, porfa, porfa!

–No, Anicka, lo siento, pero no puede ser.

–Está bien, Eliza, pues que sepas que esta noche voy a ser… ¡mala!


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