–Háblame de la escuela.
–¿La de antes o la de ahora?
–De las dos.
–La de antes era un aburrimiento; esta está mejor. Estoy más contenta. Aquí los juegos son más divertidos.
–¿Te gustan tus profesores?
–Estos de aquí están un poco mejor.
–¿Hablas con ellos?
–Sí.
–¿Y con quien más hablas?
–Con nadie.
–¿No conoces a nadie?
– ¿Otra vez? Jo, qué rollo.
–Anicka, haz un esfuerzo.
–Pero si ya te lo he dicho. Te he dicho que conozco a una persona, que no sé cómo se llama, pero que yo no lo he visto y él no me ha visto a mí. Y todavía no le he hablado. Pero él sabe que yo estoy aquí, y yo sé que él está, pero no nos hemos encontrado.
–No os habéis encontrado.
–No.
–¿Y dónde le viste por primera vez?
–Yo todavía no lo he visto. Ahora sería la primera vez que le viera. Pero siento su presencia. Lo conozco en mis recuerdos de otras vidas.
–En tus recuerdos de otras vidas.
–Sí, está en mis recuerdos, pero esos recuerdos no me pertenecen, no son de mi vida, sino de otras vidas. Yo creo que esos son recuerdos de otras personas que han muerto, y yo se los guardo en mi cerebro para que esos recuerdos no se pierdan, mueran y dejen de existir. Por ejemplo, yo ya he estado en este lugar antes; por aquel tiempo, la gente se tiraba desde esas mismas ventanas. Mi corazón se queda vacío cuando lo recuerdo.
–Muy bien, Anicka, la sesión ha terminado, puedes irte, pero antes dime si te sientes mejor.
–No podré sentirme bien hasta que vuelva a encontrarlo.
–Buscas a tu amigo de Turquía.
–No. Busco a mi amor.
–¿A quién dices que buscas?
–No lo sé. ¿Qué te estaba diciendo, Eliza?
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