—Hermanos, bienvenidos al ritual de iniciación de este nuevo curso. Como sabéis, nuestra hermandad siempre se ha caracterizado y siempre será una de las más exclusivistas de nuestro país. Hemos sido los líderes indiscutibles a nivel nacional de las ligas universitarias de fútbol americano, baloncesto y hockey sobre hielo durante los últimos diez años. Somos únicos y solo los mejores serán dignos de pertenecer a la hermandad Triple Alfa. Por consiguiente, solamente los elegidos serán capaces de superar las pruebas más duras que nuestras privilegiadas mentes hayan sido capaces de concebir. No obstante, que no cunda el pánico, estamos a finales del siglo veinte, nosotros no somos unos bárbaros, tenemos educación. Demos paso a los novatos. John, esta vez, tú serás el maestro de ceremonias, presenta a los candidatos. El ritual ha comenzado.
—Estas polillas de pus creen que pueden ser como nosotros. Veamos qué pueden hacer. Os presento a la primera maricona.
(…)
—Lo sabía, todas una putitas cobardes, lloronas y pasivas como nenitas que son. Vuelve a llorar entre las tetas de tu madre, que son las únicas que vas a chupar a lo largo de tu vida. Aquí queremos hombres, H-O-M-B-R-E-S. Hala, fuera de aquí, no eres digno de nuestra hermandad. Último candidato. Que pase. Tú, pedazo de mierda, colócate en el centro de la estrella de David. Y no te mees en ella, que estamos hasta los cojones de pagar a la mexicana de turno para que nos limpie vuestra mierda y no la nuestra. Tu nombre. Alto y claro.
—Miguel Ángel.
—¿Perdón? No te he oído, deletrea, a ver si sabes, porque no sé por qué, quizás es que estoy un poco sordo, este puto nombre me huele a panchito. Qué suerte, ya sabemos quién nos va a limpiar la mierda y gratis esta vez. Venga, deletrea, veamos si eres capaz de hablar inglés sin asomo de ese acento cabrón del que no os podéis despegar así vuestra madre os haya parido en un hospital norteamericano y no en una cochambrosa cueva en medio de la frontera. Bill, cronometra.
—M-AI-JI-U-I-L-EI-N-GI-I-L.
—Tres segundos, Adil.
—Muy bien, putita, y, dime, ¿por qué te ha puesto la zorra de tu madre un nombre hispano? ¿No me digas que eres de esos gilipollas que van reivindicando por ahí sus raíces por encima de ser norteamericano, que es el orgullo más grande que pueda llegar a sentir jamás una persona de fuera?
—M-I-G-U-E-L-Á-N-G-E-L. No te hubiera dado tiempo de coger el cronómetro. Yo no tengo la culpa de que no hayáis reformado la ortografía para que vuestra lengua se escriba como suena, como se hizo a lo largo de los siglos de Oro en mi lengua nativa. Y por cierto, soy español, de madre marroquí y padre andaluz. Los europeos fuimos los que fundaron la nueva Norteamérica después de masacrar a la población que ya se encontraba aquí.
—Pero, bueeeeeno, pero, ¿qué tenemos aquí? Un terrorista en potencia. Y, dime, puto hispano-árabe, ¿cómo se te ha pasado siquiera por la imaginación venir aquí? Es más, ¿quién ha sido el inútil que te ha recomendado?
—Yo ascenderé al reino de los cielos y me hallaré sentado a la diestra del padre todopoderoso creador de todo lo finito y de lo infinito.
—Pero, ¿qué estás hablando? Ay va, chaval, este pibe está colgao.
—John.
—¿Sí, Gran Maestre?
—Coge el trono menor de la chimenea y colócalo aquí, a mí derecha. Solo los bienaventurados ascenderán al reino de los cielos. John, prosigue, por favor. —Muy bien, guarrilla, vamos a ver de lo que eres capaz. Quítate la ropa.
—No hay nada más puro que la desnudez de un hombre, solo así podremos apreciar la dignidad humana en todo su esplendor.
—Que no hables, pedazo de panchito relleno de cuscús. Tú estás aquí para obedecernos, demostrarnos tu lealtad, ¿entendido? Y, ahora, si no te quitas la ropa, te juro que esta pantera negra que tenemos por mascota te la arrancará a bocados.
(…)
—Muy bien, así me gusta. Y ahora vamos a ver qué clase de guarra estás hecha. Coge este pepino y métetelo por el culo, aquí, delante de nosotros.
—Con todos mis respetos, ya lo llevo puesto. Fui al supermercado, resbalé, y ya veis el resultado, no deberían dejar que los pepinos crecieran del suelo. ¿Me inclino para que podáis observar con más detalle el resultado de mi torpeza?
—Jajajajajajajaja.
—Silencio todos. No es necesario, novato. John, continúa.
—Puta viciosa, ven aquí y chúpamela, que seguro que te va a gustar.
—Acepto. Si te la sacas, yo te la chupo. Pero ya sabrás que el placer es difícil de disimular.
—Jajajajaja.
—Silencio, por favor. Miguel Ángel, acércate a mí. Siéntate a mi lado, pero sácate eso antes.
—Jajajajaja.
—Tres hurras por el nuevo hermano. Lo has hecho muy bien.
—Gracias, Adil.
—De nada, hermano. Esto es solo el principio. Y ahora, todos a la parrillada que hay en la playa. Este año vienen todas las conejitas del Play Boy.
—¡¡¡YUJUUUUUUÚ!!!
[…]
—Miguel Ángel, ¿se puede o estás muy ocupado? Habíamos quedado para comer, ¿recuerdas? Un caballero siempre tiene que mantener su palabra, así somos la gente de bien. ¡Guau! Tío, ¿este cacharro qué es? Es la primera vez que vengo a tu laboratorio. Desde que nos conocemos apenas nos hemos despegado y nunca te he preguntado qué haces. ¿De qué hablamos todo el día?
—¿De ti?
—Venga, hombre, no me vengas ahora con esas. Dime, ¿qué haces aquí tantas horas?
—Mi trabajo de fin de carrera. Es un estudio científico sobre la felicidad.
—Ostras, chaval, qué fuerte. Pero, ¿eso se puede estudiar científicamente?
—Y lo haré con el amor como energía física en mi trabajo de tesis, pero esto es más aplicado. Es el diseño de una asignatura para que se imparta en los colegios e institutos, como parte del programa de educación de los países. Se debería educar a la gente para que fuera feliz, aumentar su capacidad para resistir y salir reforzado de lo que llamamos desgracias, como, por ejemplo, el abandono de un ser querido.
—Muy bien. Si le enseñan a los niños a ser felices, así aguantarán lo que le echen. ¿Puede un esclavo ser feliz? Pues, claro, desde tu punto de vista, ¿no es así?
—Si la gente descubriera el secreto de la felicidad, no tendría la necesidad de esclavizar a otros. Esa es la idea, cambia una actitud y cambiarás todo lo demás.
—Eso es un punto de vista muy idealista sobre la condición humana, ¿no te parece? Luego, en realidad, de lo que nos preocupamos es de hacer todo lo posible para que otro haga lo que a nosotros no nos gusta o, directamente, no nos apetece hacer. Es así y siempre será así. Somos animales, es una cuestión de territorio, recursos y fuerza. La vida es una competición constante, como el ciervo y el león, uno quiere comerse al otro y el otro no quiere morir devorado.
—La mejor manera de competir es compartir. Lo que ocurre es que todavía no os habéis dado cuenta. Imagínate que tú y yo queremos comer y solo hay un plátano. ¿Cuál sería la manera más inteligente de competir?
—En ese caso, luchar a vida o muerte, porque así sabrán los demás que siempre que aparezca otro plátano yo tendré más derecho o, quizás, el privilegio de que sea mío, a no ser que otro aparezca y compita conmigo por quitármelo.
—Ya, pero si no ganas, habrás perdido lo más valioso que tienes. Morirás por un plátano. ¿No es un poco absurdo?
—Pues, entonces, no luches y morirás de hambre.
—¿Y no será más inteligente comerme medio plátano, estar tranquilo y feliz porque no arriesgo mi vida cada vez que quiera un plátano y, además, estar contento porque otro se está comiendo la otra mitad?
—Entonces eso no es competir. Eso es colaborar.
—Eso es lo que te trato de decir, que la colaboración es la manera más inteligente de reaccionar para resolver el problema lógico de la competición.
—Esa es la visión de un idealista, un inmaduro al que la vida no le ha dado todavía muchos palos. El mundo nunca fue de los ingenuos y mucho menos de los buenos. Los santos siempre fueron inocentes. De hecho, la línea entre el bueno y el tonto es muy difusa a veces en nuestra cultura. Igual que la línea entre el que sabe engañar, el malo y el inteligente. Escúchame, tienes que aprender de una vez por todas, hay que tener cuidado con la gente, te pueden mentir para sacar algo a cambio, todo el mundo siempre trata de aprovecharse del otro. Está en nuestra naturaleza, por eso, hay guerras desde que el mundo es mundo.
—Eso es porque el mundo está en manos de animales con la consciencia poco desarrollada. Tu visión no conduce a la felicidad. Por eso os cuesta tanto ser felices. Por eso, tú no eres feliz, aunque seas un privilegiado de la sociedad.
—Yo sí soy feliz. Aunque, como siempre digo, primero el bienestar, luego la felicidad. Y cuanto más dinero tenga, más feliz seré, porque no tendré que preocuparme por nada, solo por pasármelo bien todo el día.
—Solo los infelices quieren divertirse todo el tiempo exprimiéndole estímulos al exterior. El bienestar va de fuera a dentro, la felicidad va de dentro a fuera. Esa es la diferencia.
—Yo, sin embargo, siempre he pensado que lo más importante es salvar tu culo; me reafirmo en que el bienestar es el paso previo a la felicidad. No puede haber felicidad sin bienestar. Y lo siento por los que no lo tienen, pero el plátano me lo como yo siempre que aparezca porque para eso soy el más fuerte o el más rico o el más poderoso.
—Está científicamente probado que acumular dinero no da la felicidad a partir de determinadas cantidades. Acumular riquezas materiales y poder no es el fin del hombre en la tierra. Es más, es absurdo porque cuando morimos no podemos llevarnos nada. El buen viajero viaja ligero, esta frase encierra mucha sabiduría, la vida es un viaje, no hay que acumular, ni trabajar para acumular, hay que trabajar para realizarse como personas, ser feliz y liberar el producto de tu trabajo para que la sociedad lo disfrute. Libre o gratis, como vosotros decís. No habría mayor felicidad para un individuo que otro disfrute de lo que él ha hecho.
—Gratis es una palabra que está prohibida en mi vocabulario. ¿Por qué hacer algo gratis si se puede sacar dinero con ello? Te respeto, tío, nosotros somos gente tolerante, tú podrás hacer con tu vida lo que quieras, pero el altruismo no existe. Además, dame un motivo porque el que yo deba cambiar.
—Porque vas a tener a la humanidad entera bajo tu responsabilidad. Tú serás uno de los Faraones.
—Ni de coña, pepino. Además, los Faraones son sólo una leyenda urbana.