—Agente Towers.
—Coronel.
—Odio este maldito tráfico en Manhattan. Un Mundo Feliz debería ser una granja, suena a granja. A estos chiflados con bata, todo lo que se le ocurre es igual, excentricidades. Bien, póngame al día mientras caminamos, no dispongo de mucho tiempo, ¿qué sabe la CIA del asunto?
—Bastante poco. Mejor póngame al día usted, ¿qué sabe Defensa del asunto? ¿Qué le ocurre a su soldado, coronel? ¿Ha estado únicamente implicado en espionaje militar? En la CIA tenemos serias dudas de ello. Creemos que este asunto debe ser traspasado a nuestras manos, nosotros deberíamos ocuparnos de él, en Seguridad Nacional se opina…
—¡Me importa un cuerno lo que opine Seguridad Nacional! No deben interferir. Al teniente Mac Cain se le ha ido un poco la olla, eso es todo. Nada importante. Él sabe perfectamente lo que puede contar y lo que no. Se está haciendo mayor, nada más; de hecho, puede que esta sea su última misión.
—Sí, puede que esta lo sea.
—¡No me ha gustado ese tono! ¡Cuidado! Esta en rojo… Pasemos, no sé de dónde sale toda esta maldita gente. ¿Es que no hay otro sitio donde ir que no sea Nueva York? Escúcheme, hijo, este asunto pertenece a Defensa…
—No, escúcheme usted a mí, coronel, hace tiempo que tenemos a un topo dentro de Un Mundo Feliz. Nos costó dios y ayuda introducirlo. Esta operación es muy delicada, coronel, y ahora, resulta, que de buenas a primeras, se cuela como paciente su…
—Buenos días.
—Buenos días.
—Díganme, señores, ¿en qué puedo ayudarles?
—(…)
—¡Ah! Sí, claro, las instalaciones de Un Mundo Feliz, de la planta 45 al ático, tercer ascensor a la derecha.
—…se cuela como paciente su teniente, y para más inri pretenden ustedes que nos creamos que está allí porque se ha convertido en una especie de maníaco sexual. Madre mía, lo que hay que oír, seamos francos, coronel, hemos visto al teniente Mac Cain en Venezuela en el 2002, no crean ustedes que la CIA no está al tanto de sus operaciones. ¿Estaba Defensa esperando una reacción ofensiva? ¡Por Dios!
—Mire, Agente Towers, si no llega a ser por las actuaciones del teniente Mac Cain, semejante chapuza podría haber terminado peor. ¡Casi habéis creado una nueva Cuba! Mira, chico, tenemos un nuevo presidente y yo soy su hombre. Los abusos de poder de la CIA se van a terminar. La presidencia no está dispuesta a confabular más tiempo para satisfacer vuestras naciones de marca registrada y valores de cotización en bolsa. Todo tiene un límite, y esta vez, el perro ha mordido al entrenador, estamos avergonzados, asqueados de todo esto. Ya hemos sufrido la más horrible humillación con ese ataque de falsa bandera. Ahora resulta que con el NORAD practicando ejercicios de falsos avistamientos un avión se cuela en el pentágono. Venga, cooooño. ¡UN AVIÓN EN EL PENTÁGONO! ¡Vaya idiotez! ¿Dónde está el maldito avión, agente Towers? ¿Se desintegró?
—¿Qué está usted insinuando, coronel?
—Eres joven, chico, pero he visto esta misma maniobra muchas otras veces: primero en Perl Harbour, con el informe de inteligencia Australiana localizando la flota Japonesa en dirección a nuestras cabezas; después, en Vietnam, con las PTS hundidas por los vietcong, que nunca existieron… ¡Joder, si es ya una tradición! El Lusitania en la primera guerra mundial, el Maryland a finales del XIX en Cuba con los españoles… Estáte seguro, chico, de que esta vez el pentágono no piensa colaborar más.
—¿Tenéis celos porque perdisteis la importancia que teníais desde que pusimos al Sha en Irán sin utilizar un solo soldado? Panamá, El Salvador, Guatemala… No hemos podido ser más efectivos y económicos.
—Pero, ¿qué dice, Towers? Centro América y Sudamérica están escapando de nuestro control, ¿y quiere saber por qué? ¿Quieres saber por qué, en Europa, los estados no miembros suplican ser colonizados por el conjunto de estados miembros? Pues muy fácil, chico, porque los ciudadanos acaban percibiendo los beneficios de ser colonizados económicamente porque sube su nivel de bienestar. Es realmente curioso, ¿no le parece? Nosotros, NOSOTROS, inventamos esta política para frenar la propaganda comunista soviética y ahora resulta que no hemos sido capaces de aplicarla a nuestro propia expansión imperialista. Aquí es, planta 45. Y le diré una cosa más, ¿sabe por qué no funciona? Pues porque estamos sirviendo a unos intereses muy determinados, que se ocultan bajo nuestra bandera, pero que, en el fondo, nuestra nación, nuestra bandera les importa un pepino, UN PEPINO, agente Towers. Europa es vieja, es mucho más difícil de engañar, tuvieron dos guerras en su suelo, con Europa siempre hay que hacer más concesiones. Hasta ahora, claro, porque los viejos mueren y los jóvenes olvidan.
—¿Y crees que aquí hemos olvidado Vietnam, el sesenta y ocho?
—Sí… Tenemos Irak, agente Towers, tenemos Irak…donde ahora…
—Bienvenidos, al complejo residencial Un Mundo Feliz, mi nombre es Daisy, la gerente de estas instalaciones, ¿qué desean?
—Venimos a visitar al paciente señor Mac Cain.
—¿Tienen cita concertada?
—Sí.
—¿Me pueden dar su identificación, por favor?
—Sí, cómo no, aquí tiene, señorita Daisy.
—Perfecto, esperen un momento.
—Tenemos Irak donde siguen muriendo nuestros soldados, latinos, negros o blancos, pero, al fin y al cabo, pobres. Ahora toca un millón de iraquíes en lugar de vietnamitas. Es una guerra diseñada no para ganar, ni para perder, sino para mantenerse. Está sostenida por terroristas para que el caos ayude a que el petróleo fluya. Unos terroristas que son capaces de entrar en mi casa y, sin embargo, no son capaces de derribar un solo pozo de petróleo. ¿Qué raro, no? El ejército está harto ya de sufrir. Esta guerra va a acabar. Dígales a sus terroristas que se quedan sin trabajo.
—Es usted un insensato, coronel, ¿piensa dejar Oriente al control de Irán?
—Ese tema habrá que resolverlo. ¿Le extraña la reacción de Irán en vista de los acontecimientos? ¿Le sigue pareciendo, agente, que lo del Sha fue un éxito? ¿Y me llama a mí insensato?
—Acompáñenme, por favor.
—Tienen ustedes unas instalaciones soberbias.
—Gracias, señor, nos gusta que nuestros clientes se sientan rodeados de un ambiente en el que el lujo y el confort no estén reñidos con nuestra profesionalidad y eficiencia. Los interiores están firmados por el conocido diseñador Chan Lai Xi.
—Agente Towers, más bajo no puedo hablar, pero quiero que le quede claro y meridiano lo que le voy a decir: no estamos dispuestos a tolerar otro Kennedy. Y ahora espéreme aquí.
—¡Coronel! ¡Coronel! Que yo sea joven no quiere decir que sea tonto. ¡Coronel! Tengo un certificado de defunción de Mac Cain, así que déjese de contarme historias.
—¡!
—Mi superior espera un informe y Ávalon pasará por encima de su cabeza si es necesario.
—¿Ávalon dirige ahora la CIA? Hemos sido camaradas… Está bien, véalo usted por sí mismo, le dejaré que esté presente en la visita. Pero dígale a Avalón que tenga cuidado, la CIA es indirigible.
—El señor Mac Cain se encuentra esperándoles en la sala de visitas del centro de atención personalizada. Pasen, por favor.
—¡Coronel! Me alegro de verlo, ¡ja, ja! ¡Esa tripa, coronel! Se nota que está a gusto en su nuevo cargo. Atrás quedaron los trabajos sobre el terreno, ¿eh?
—Aún me debe cinco dólares de lo de la caída del muro. ¡Ja, ja! Me alegro de verle, teniente. ¡Ah, sí! Le presento al…
—Agente Towers, de la CIA, es un placer conocerle, teniente Mac Cain.
—Bienvenido a la otra dimensión, ¿qué se les ofrece por aquí?
—Queremos saber cómo se encuentra.
—Pues, verá, coronel, aquí me siento como un conejillo de indias.
—¿No es esta residencia de su gusto, teniente?
—Pues, no, coronel, no. Ya sabe que soy un espíritu libre. Me gusta el aire sin condicionantes, el mar embravecido, las cumbres heladas, la jungla asfixiante… Eso lo sabe usted mejor que yo. Y no es que me queje, ya ha visto el lujo que nos rodea ahí abajo… No sé qué tipo de pacientes vienen aquí, pero que tienen pasta no hay duda.
—Ya nos hemos fijado. Mientras esperábamos, la señorita Daisy ya nos ha explicado con todo lujo de detalles cómo los tonos de la madera de abedul, combinado con el mármol jade y la piedra celeste, creaban el perfecto ambiente de coloterapia para los pacientes. Parecía una guía turística, no veas lo bien que nos vendía el recinto. ¡Ja, ja!
—¡Ja, ja! Y que los muebles están distribuidos según las técnicas del fen-sui orientales también os lo habrá dicho. ¿Os habéis fijado en las piernas que tiene la moza?
—Teniente, ya estamos mayorcitos para esto.
—¿Qué pasa, coronel? ¿Que la edad te ha vuelto cura? ¿Y tú, chaval, tampoco te has fijado? Anda que no está buena la tía ni nada, ¿eh? Menuda potranca.
—Teniente, yo…
—Dilo, hombre, aunque, bueno, si eres gay, tampoco pasa nada. ¿Sabes lo que digo yo siempre? Que la alcoba es cosa de dos, y que mientras que los dos estén de acuerdo, lo que sea, y al resto de la humanidad, debe importarles un bledo.
—Sí, está buena; y no, no soy gay.
—Pero no te ofendas, joven. Ya se te deberían haber quitado las tonterías del instituto de la cabeza. Que te llamen gay no es un insulto, ¿tú has visto alguna vez a algún gay que se sienta ofendido porque lo llamen hetero y que, a continuación, diga alguna patochada para justificar que es muy pero que muy homosexual?
—No estoy ofendido, señor, pero creo que hemos venido aquí para tratar asuntos más importantes que mi orientación sexual.
—¡Bah! La edad le dirá que todo lo que hoy le parece importante mañana será pasado sin importancia. Si no fuera por los pedazo de tías que hay aquí, hace tiempo que ya me habría largado. Mira, hay una jovencita que no lo aparenta, pero la he visto desnuda, y tiene un tipazo que no veas. Creo que le apetece probar madurón experimentado, pero es de esas que se inhibe porque tiene novio. Cosas de la edad. Aunque también hay que decir que el tío es un portento. Los he espiado y te aseguro que no sé qué tiene el extraterrestre este con el que sale, pero es nada más verlo y ya tiene el primer orgasmo.
—Perdone, teniente, ¿le he oído bien? ¿Ha dicho que el novio de esa chica es un extraterrestre? Lo dirá en sentido figurado, ¿no?
—Ya estamos. Vamos a ver, un tío que no es del planeta tierra, ¿acaso no es un extraterrestre?
—¿Y de qué planeta es?
—¡Y yo qué sé! Pregúnteselo usted, agente Towers. A mí el tío me da mucho yuyu. Tiene que medir casi tres metros. Y digo yo, ¿por qué a todas las pibas les gustan los altos? Ay qué ver, con lo sosos que son y con la pimienta que tenemos los bajitos.
—¿Un alienígena?
—¿Me está usted vacilando, agente Towers? Un tipo alto y ya está. Lo vi charlando con los delfines, lo seguí, y ahí estaba, liado con la joven; y yo, claro, me quedé mirando. Por cierto, coronel, los delfines que hay aquí son nuestros, de Defensa, dicho por su propia boca.
—¿Por boca de los delfines?
—Déjeme a mí, Towers. No se preocupe, teniente, estoy al tanto del asunto de los delfines. Los chicos de la marina no sabían qué hacer con ellos. Al parecer, estos dos se negaban a obedecer; por eso los hemos traído aquí, para que los estudien. Como dicen en nuestra tierra, Mac Cain, eran unos jodíos porculo.
—Jejejeje.
—Les dábamos una pelota con el aspecto de una mina y jugaban con ella, pero cuando la mina era de verdad, se negaban a tocarla y no la detonaban. ¿Tú te crees? Se lo cuentas a uno de por la calle y no te cree. Era como si supieran, de algún modo, que iban a morir.
—¿De algún modo? Yo les diré de qué modo. Lo más seguro es que algún delfín superviviente de los muchos que hemos utilizado para explosionar campos de minas desde la segunda guerra mundial se lo haya contado. Estos animalitos no entienden de desconfianzas, sólo de certezas, coronel.
—Pero, bueno, ¿me está vacilando usted a mí, señor Mac Cain? Primero, extraterrestres, y ahora qué, ¿delfines que hablan?
—Me hablan a mí, agente Towers, y lo hacen cuando sueño, sin necesidad de usar ninguno de los cacharritos que utiliza el extraterrestre ese para comunicarse con ellos. El sueño cumple en mí una función muy diferente a la que cumple en ustedes, los humanos. Yo no necesito dormir, no tengo un cuerpo que descansar. Yo sueño para que mi cerebro interactúe entre sí y pueda mostrarme, al despertar, una información acorde con la realidad que conforman mis receptores de oído, gusto, olfato, vista, tacto durante el día. Y todo eso sin perder la consciencia durante el sueño. Conformo el tiempo y el espacio en mis sueños a mi antojo, como vosotros, por otra parte, pero la diferencia es que yo me acuerdo y sé cómo lo hace, mientras que vosotros, no sabéis nada. No poseéis una mente, sino que una mente os posee a vosotros. Yo, en cambio, puedo controlar mis sueños y me acuerdo DE-TO-DO.
—(…)
—(…)
—Si no me creen, ¿cómo es que he podido entonces ver a la chavala liada con su novio? ¿Y al larguirucho hablando con los delfines? Ambos estaban en la zona de máxima seguridad cuando los vi en sueños, estaban en el búnker. ¿Saben qué? El extraterrestre tiene un cacharrito que detecta esas fluctuaciones en el campo cuántico, pero yo me retrotraigo, me despierto queriendo, y ya no me puede localizar. Hay otro tipo, uno que se hace llamar Miguel Ángel, al que no le importa que me retrotraiga; el muy zorro me localiza de todas maneras e incluso accede a mí, como si siguiera yo soñando. Ese tipo es muy raro, ojito con él. Si no tiene poderes, lo parece. Por cierto, para terminar ya de informaros de todas las novedades, de la que no hay ni rastro es de Eliza. No consigo localizarla, ni siquiera en sueños. Coronel, debo confesarle algo, creo que me estoy enamorando perdidamente de ella.
—¿Y quién es Eliza? ¿Otra marciana?
—Eliza es su doctora, agente Towers.
—¿No conoce el agente Towers a Eliza? Perfecto, ya somos dos. Al parecer, siempre está de viaje, nos hace las consultas por videoconferencia, pero solo nos dejan escucharla. Me ponen de los nervios sus preguntas; nunca sabes por dónde va a salir. Pero es un encanto…
—Bien, nos tenemos que ir, ¿no es cierto, agente Towers?
—Sí, sí, tenemos un día muy apretado.
—Estupendo, márchense. A ver si así dejan que me vaya de la zona de terapia. No soporto este lugar tan aséptico. Este verde se inventó para que no resaltara el rojo de la sangre. Cuando me traen aquí por las noches para intentar volcar mi memoria… lo paso fatal. ¡Je, estoy siendo un hueso duro de roer!
—Eh…Sí, sí, sí, cuídese, teniente Mac Cain.
—Hasta la vista, teniente.
—Adiós, vuelvan otro día con más tiempo, hombre. Adiós, adiós.
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