(…)
–Qué patética eres, Margaret, eres una vieja chocha.
–Sal de aquí ahora mismo. Eres un insolente. Fuera de Un Mundo Feliz, no te quiero volver a ver en la vida, estás acabado; tu carrera en la investigación ha terminado.
–No, Margaret, perdona, he perdido los nervios. Yo te aprecio mucho.
–No me vengas con gilipolleces, niñato. No me hagas llamar a la seguridad del búnker. Te aseguro que vas a sufrir mucho si ahora les llamara diciendo que has robado la poción mágica y que se la has inyectado a Alexia porque la envidiabas. Que querías quitártela del medio. Puedo demostrar tu aversión hacia ella con los videos de las reuniones. Además, sabes que tengo tu ADN, pelos de tu vello púbico congelado a bajas temperaturas para poder conservarlos y hacer una buena labor con ellos durante mucho tiempo.
–No puedes hacer eso.
–¿Quién te va a creer, eh? Dime. ¿Vieja chocha? Acuérdate de lo que me has llamado mientras inyectas la pócima en el culo de la Nobel.
–Yo no lo voy a hacer.
–Lo voy a hacer yo, pero, si muere, tú pagarás la culpa.
–No puedes hacer eso.
–No puedes hacer eso. Estás a tres segundos, o bien de ponerte a llorar, o bien de decir se lo voy a decir a mi padre. ¿Cuál de las dos cosas vas a hacer?
–Está bien. Está bien, lo haré yo.
–No, gracias, prefiero asegurarme bien.
–Con lo que pretendes, es fácil cargarse a la Nobel. Si por alguna casualidad, improbable pero posible, hubiera un imprevisto, sería fácil echarme la culpa. Yo lo hago, y, a cambio, no envías el informe de no-conformidad.
–Si falla, será un suicidio, estúpido. En lo que respecta a la beca postdoc… ¿Te quieres librar de Un Mundo Feliz? Mucho tiene que importarte esa chica, ¿no?
–Vamos, Margaret, esto no tiene nada que ver con ella. Deja eso ya. Ahora estamos hablando de algo serio.
–¿Algo serio? Está bien. Encárgate tú. Si fallas, lo vas a lamentar en muchos aspectos. Todavía no he ido a por ella, ¿ella o quizás debería decir Islanovska? Qué pena que su residencia termine en un mes. Me parece que, como Alexia, el viernes, no acabe con esa vacuna en el culo, la pobre Islanovska tendrá que volver a su país por siempre jamás acusada de terrorismo islámico. En fin, ¿qué quieres que te diga? Me encanta tener tanto poder.
–¡Te he dicho que lo haré! ¡Deja a Islanovska en paz! ¡Te lo advierto! ¡No juegues por ahí!
¡BLAM!
–¡Idiota, que te dejas la cha…! Hijo puta, huele a ella. ¡Las llaves! Bien, si no vuelves por tu abrigo, hoy te vas andando a casa y entras por la ventana. ¡No seré yo la tonta que vaya a devolvértelo!
(…)
–De nuevo nos vemos en el mismo sitio. Le veo muy alterado, señor Wittgenstein, ¿se encuentra bien?
–Ah, es usted, Daisy, lo siento, no llevo un buen día. No soporto que las cosas me salgan mal.
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