–¿Se puede pasar?
–Tengo un día de infarto. Si no es hiperurgente te pido que lo dejes para otro momento.
–Lo es.
–Uffff. Está bien. ¿De qué se trata? Pasa y siéntate. Te suplico brevedad por encima de todo.
–Los pacientes se están mandando mensajes entre ellos.
–¿En qué te basas?
–He revisado los informes del nivel C. Las transcripciones. Me sorprende mucho que nadie se diera cuenta de ello. Todos hablan de un mismo tema, el fin del mundo, y, al final, dicen una adivinanza. He conseguido resolverlas. Aquí tienes el informe.
–Muy bien, Wittgenstein. No me parece nada excesivamente alarmante, la verdad. Pero, aún así, para que te quedes tranquilo le echaré un vistazo cuando pueda. Y, ahora, si me disculpas…
–Sí, claro. Ya me voy. Pero, antes, me gustaría pedirte que les dijeras a Ellos que yo he sido el que te he dado esa información.
–¿Perdona? No te he entendido bien, cuando dices ellos, ¿a quiénes te refieres exactamente si no es mucha indiscreción preguntar?
–A Ellos, tú los conoces bien. Diles que he sido yo, espero que se alegren de lo que he hecho y que sepan de qué lado estoy.
–Wittgenstein, Wittgenstein, Wittgenstein, pequeño yogurín con ambiciones, no sé de qué me estás hablando, pero, si por una remota remotísima posibilidad, ellos existieran, déjame que te pregunte una cosa, ¿qué te hace pensar que yo les iba a hablar en tu favor? ¿No crees que deberías haberlo pensado antes de sacar tu cabeza definitivamente de entre mis piernas?
–Eso no es justo.
–Querido niño, la justicia ya sabemos que es un concepto que ha creado el hombre, y que no tiene su reflejo en la realidad. El mundo es injusto incluso ya desde su creación. Por favor, cierra la puerta al salir, no me gustaría ver cómo te tienes que cambiar los pañales. Te voy a hacer la vida imposible. De momento, ya sabes que voy a hacer todo lo posible para que renuncies a la beca post-doc que te acaban de conceder. Huy, qué pena, voy a escribir un informe de no-conformidad que debo entregar antes del trece, viernes. Qué pena me estás dando en estos momentos. Con lo calentitas que se te ponían las orejas cuando estabas entre mis muslos, ¿verdad, doctor Wittgenstein?
–¡BLAM!
–¡Daisy! ¡Hola! ¿Cómo tú por aquí?
–Es que no paro. Pasillo arriba, pasillo abajo.
–Eres de gran valía, pero se extralimitan en las funciones que te asignan. Deberías exigirles algún descanso.
–Llegar aquí es duro. Usted lo sabe. Hoy le veo feliz señor Wittgenstein.
–Me encanta que los planes me salgan bien, señorita Daisy.