–¡Hermana! ¡Hermana! ¡Margaret, espere!
–Padre, tengo un día muy apretado.
–Buenos días, Margaret. Será solo un momento.
–Debería estar ya en mi despacho del búnker. ¿Qué quiere?
–Nada, respecto a la confusión del otro día…
–Olvídelo, Padre.
–Sí eso le quería decir, hoy es viernes 13.
–Lo sé, lo sé, ¿y?
–Pues que el señor Fratella me indicó que será hoy cuando lleve a cabo el encargo.
–Bien, bien.
–No quería que albergara dudas sobre mi capacidad en el puesto.
–Espere un momento, ¿hoy?
–Sí. ¿Algún problema? Esperaran a que salga y…
–¿Esperan a que salga? Estupendo, no hay problema.
–Que tenga un buen día, hermana…
[…]
–¡Hola, Daisy, perdona! ¿Sabe si el doctor Wittgenstein se encuentra en el recinto?
–Pasó la noche aquí, en el hotel. ¿Quiere que me ponga en comunicación con su habitación?
–No, no es necesario, gracias, Daisy.
–Señora Margaret, quería agradecerle el descanso que solicité a dirección.
–No es nada, Daisy. Media hora a media jornada, que usted pueda relajarse. No queremos que enferme otra vez.
–Gracias de todos modos. Hasta luego, vicepresidenta.
[…]
–Doctor Holtz, buenos días, estaré todo el día en mi despacho del búnker, por si desea algo.
–Bien, gracias, doctora Margaret. Pues si me necesita, le diré que primero tenemos sesión con Alexia, y que después el doctor Martin le ha concedido al doctor Wittgenstein sesión de mago de Oz con Miguel Ángel, después, a media mañana, Anicka con Eliza…
–Es suficiente, doctor Holtz, subo a los laboratorios. ¿De acuerdo?
–Una mañana ruti…¡Ah, hasta luego, doctora Margaret!
–Adiós, adiós. Por cierto, doctor Holtz, ¿la doctora Islanovska?
–Trabajó ayer hasta bien tarde, si la quiere encontrar se quedó en el hotel con…
–Adiós, muchas gracias, tengo trabajo.
[…]
–¿Me ve bien, Adolf?
–La veo perfectamente, Margaret. ¿Ocurre algo?
–Hay veces que el recubrimiento enturbia la señal.
–Lo sé, Margaret. Creo que, más bien, es el desencriptado lo que retarda las videoconferencias. Pero, esta vez, la veo perfectamente. ¿Ocurre algo, Margaret?
–Bueno que hoy es viernes trece, ¿no le sugiere eso “algo” Adolf?
–¿Y? No la entiendo. La veo algo alterada…
–Es el día en el que los especímenes piensan escapar y no tengo ninguna directriz al respecto.
–Ah, bueno, que se trataba de eso. Los Organizadores piensan que se trata de una tomadura de pelo nuevamente, como lo de internet.
–Además, hoy vienen a completar el asunto de Wittgenstein.
–Entiendo, ¿algún problema con eso? –No, no, de hecho, le he asignado a él lo de Alexia. Me pareció el candidato más factible ya que tiene sentencia de muerte.
–Eh… Estupendo, Margaret, teníamos previsto que alguien pagara el pato, claro, está bien, Margaret.
–Perdona, Adolf, no me has entendido, no me refería a que fuese el cabeza de turco, me refería a que si no se sostiene el suicidio de Alexia, en última instancia, el asesinato recaería sobre la mano ejecutora, es decir, sobre él. Y ya estaría muerto.
–Entiendo, a eso me refería, Margaret. Hágame caso, si se halla en su despacho, continúe el día como uno más y no se preocupe. Todo está controlado. Adiós, Margaret.
–No sé, Adolf, tengo la sensación de que algo va mal. Como si todo fuera a terminar y no acabara bien… ¿Adolf? Tú eres el presidente de Un…
–¡Ja, ja, ja!
–¡Quién es usted! ¡De qué se ríe! Esto es una videoconferencia privada. ¿Cómo ha podido meterse aquí?
–Mi amigo tiene razón respecto a lo de la intuición de las mujeres. De eso me río.
–¿Quién es usted?¿Cómo ha podido entrar en mi ordenador?
–Digamos que estoy en mi casa. Puede llamarme Judas y tengo acceso a todo.
–¿Qué es lo que ha escuchado? ¿Por qué oculta el rostro en la sombra?
–Lo que he escuchado carece de relevancia. Mire.
–¿Qué es esto? ¿Una portada del New York Times?
–Fíjese en la fecha. Lea.
–New York Times, sábado catorce. Pero…
–Lea.
–PREMIO NOBEL ASESINADA. Conmoción en la ciudad de Nueva York.
–Lea.
–Ayer viernes, se encontró asesinada a la famosa premio nobel Alexia Zyanya en las instalaciones de Un Mundo Feliz en el Golden State, aquí, en la ciudad de Nueva York, donde se encontraba recibiendo actualmente un tratamiento personalizado al agudo cuadro depresivo…
–Lea. Siga leyendo.
–Tras el análisis forense, se dictaminó que la paciente había sido asesinada. La presunta asesina, Margaret Apter, vicepresidenta de Un Mundo Feliz y directora de las instalaciones neoyorkinas, la asesinó inyectándole una potente droga con efectos víricos letales. Posteriormente a esto, y aprovechándose del historial de inestabilidad de la paciente, intentó simular su suicidio lanzándola desde la última planta, a ochenta pisos de altura, del edificio Golden State, lugar en el que se ubican las instalaciones de Un Mundo Feliz en la localidad. Efectivos policiales lograron neutralizar a la presunta asesina en los estacionamientos de Un Mundo Feliz tras un breve forcejeo en el que resultó abatida cuando pretendía escapar de las instalaciones en su coche. Una agente de los cuerpos policiales, Sue Moretti, también resultó herida. La policía halló pruebas rotundas de la culpabilidad de Margaret… ¡Dios! ¡Dios! ¿Qué es esto?
–Como ve, Judas no es el único nombre que tienen los traidores, también pueden llamarse Adolf.
–¿Adolf? ¿Quién es usted? ¿Dirige el New York Times?
–Digamos que controlo todas las noticias del mundo en todos sus soportes.
–¿Por qué…? Déjeme verle…
–A mí nunca se me ve, puesto que no existo.
–Es… es…usted es un Faraón.
–Intuición, Margaret, intuición.Agur.
[…]
–Tengo que pensar cómo salir de ésta. Piensa, Margaret, piensa… ¡Dios, mi bolso! En el otro despacho…Tengo las pruebas preparadas para inculpar a Wittgenstein y…¡Su coche! Cogeré el ascensor de escape, dejaré su coche en el aeropuerto con las pruebas. Sí, eso haré. Veamos qué titulares tiene que sacar mañana el New York Times. ¡Lo dicho, Wittgenstein, mala tu suerte, buena la mía.
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